domingo, 12 de abril de 2015

LUIS ALFREDO RAPOZO, DOMINGO, DOS HISTORIAS PARA LEER

LA MUERTE DE FUCHO

Cuando nos enteramos que habían asesinado al compadre Fucho, todos corrimos a buscar a su viuda y darle el pésame de rigor, sin tener la menor idea que tendríamos tantos problemas para darle cristiana sepultura: fue una experiencia difícil de creer para aquel paisano que no viva nuestra realidad, como mi hermano Carlos que tiene más de 30 años fuera de Venezuela.

La tragedia comenzó el día miércoles, cuando cuatro facinerosos le dieron la voz de “quieto”, entonces le robaron su bella gorra de los yanquis y su celular de última generación, no sin antes meterle dos tiros en la despedida accidentada, que hicieron los mal vivientes en su huída.

El pobre hombre quedó sin vida en el pavimento. No pudimos hacer nada por él y allí llevaba dos horas mientras llegaba el forense. Me daba mucha pena mi compadre allí tirado, entonces opté por llevarlo al hospital e ingresarlo sin vida para alcanzar un respeto por sus restos y fue una buena decisión porque luego me enteré que la gente de la morgue no llegó nunca a recogerlo.

Después de varias horas en la cava del hospital, sus restos fueron enviados a la morgue para el examen patológico y criminalístico y eso fue un verdadero calvario, pues había carencia de patólogos y muchos infortunados esperando atención post mortem, razón por la cual nos encontramos en medio de la noche del sábado, esperando que nos entregaran el cadáver del malogrado Fucho, cosa que sucedió el domingo en la mañana.

Hicimos una vaca para juntar una plata y adquirir los servicios de una funeraria que queda cerca de la casa de Fucho, cuyo pote legó a los 50 mil bolívares, sin embargo el servicio fue un verdadero drama porque no se conseguía formol y hasta el ataúd fue un vía crucis conseguirlo, porque había una seria escasez .

“Yo no le deseo a nadie que muera inesperadamente. Lo mejor en estos tiempos que estamos viviendo es que todo se de en forma pausada y de la oportunidad de conseguir todas las cosas necesarias, para un entierro decente”: Eso le dije a mi hermano Carlos. Pero, yo se que es una quimera…

EL POBRE HOMBRE


-Llévenselo, llévenselo-gritaba el funcionario a los otros que cubrían sus rostros con pasamontañas negros  y protegían su pecho con chalecos antibalas, mientras balanceaban sus pistolas 9mm de fabricación rusa-.

Las mujeres gritaban con mucha valentía que le dejaran tranquilo, que él no había hecho nada, que era un buen hombre de su casa, buen hijo, buen marido, buen padre y no se metía en política y menos contra el gobierno.

Pero, el hombre seguía contra la pared, sudando a raudales y pidiendo que le enseñaran la orden de cateo y de aprehensión que no aparecía por ningún lado.

-Deja de hablar tonterías-le respondía el funcionario con cara de militante político de la revolución- camina o te hacemos caminar-le dijo-

-¿Pero quién me acusa de golpista? -Preguntaba el hombre con una voz preñada de impotencia-

-Un patriota cooperante-le dijo el funcionario-

Entonces, al pobre hombre lo sacaron de su casa tan rápidamente que ni siquiera puso los pies sobre el piso y cuando se dio cuenta, ya estaba en un calabozo de la policía política y comenzó a temer por su vida, como en los tiempos de Federico García Lorca.

Luis Alfredo Rapozo
luisalfredorapozo@gmail.com
@luisrapozo

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