¿Cuál es el
nombre y, más importante aun, las causas del síndrome que afecta tanto a
presidentes latinoamericanos, como a ciudadanos de a pie, quienes hace décadas
padecieron la violación de sus derechos humanos y hoy no pueden asumir que el
presente de Venezuela, sin ser idéntico, es un proceso cada vez más parecido a
lo ocurrido en los años de las crueles dictaduras del Cono Sur (1964-1990)?
La
recuperación de la democracia en Latinoamérica, entre otros aspectos más
importantes, nos informó de la existencia del denominado Síndrome de
Estocolmo: prisioneros políticos sometidos a tortura – o solamente bajo la
amenaza de sufrirla- que se identificaban con sus secuestradores como forma de
evitar sufrimientos personales, lo que derivaba en colabora con su captores.
Pero esta
hemiplejia intelectual que afecta a Dilma Rousseff, quien de joven fuera
detenida, torturada y encarcelada por los militares brasileños que en 1964
usurparon el poder en Brasil; la amnesia que hoy le impide asumir que son
jóvenes venezolanas también muertas, detenidas y torturadas por manifestarse en
las calles. ¿Qué causas tiene? Deben ser muy poderosas desde que no le permiten
elevar su protesta cuando no hay organización humanitaria, empezando por la
ONU, que no haya condenado las violaciones a los derechos humanos que a diario
comete el régimen de Nicolás Maduro.
Michelle
Balchelet, cuyo padre, el general de brigada Alberto Bachelet, murió en la
prisión de Pinochet y ella misma, junto a su madre, fueran torturadas en 1975
en la tétrica Villa Grimaldi de Santiago; ¿no se enteró de lo que constató el
ex presidente Sebastián Piñera cuando estuvo recientemente en Caracas?
Bachelet
debe saber de la existencia de La tumba. Así se conoce en Venezuela a la
serie de calabozos, totalmente pintados de blanco, construidos metros bajo tierra
en la sede del SEBIN de Plaza Venezuela, en la
capital
venezolana. El SEBIN es la policía política de Maduro que el jueves 19
prácticamente secuestró a plena luz del día al alcalde Caracas Antonio Ledezma.
Los
calabozos de La tumba miden dos metros por tres de largo. Allí la
temperatura es baja, quizás cero grado, porque originalmente esa construcción
fue pensada para situar las bóvedas de un banco. El aislamiento es total. Una
luz permanece encendida las 24 horas y una cámara vigila el recinto y a su
prisionero. En ellos se escucha música estridente cuando los agentes de la
policía política interrogan a estudiantes opositores detenidos en la vía
pública.
Allí se
viola, se golpea, se manosea a presas políticas. Se incita al suicidio. Como
siempre ha sido en toda dictadura, no interesa la confesión del detenido, sino
su quiebre y su colaboración para amañar cualquier expediente que involucre a
un dirigente político opositor al que se le encarcelará con esas pruebas.
De allí
surgen, o surgirán mañana, las evidencias a ser presentadas por Maduro que
justifiquen su decimoquinta denuncia de golpe, de conspiración imperialista,
de complot de la derecha fascista, o también los mensajes que el pajarito
le trasmite solamente a él.
Allí se
fraguan los expedientes acusatorios contra el dirigente político Leopoldo
López, inconstitucionalmente encarcelado hace un año pese a las exigencias de
libertad suscritas por Naciones Unidas, Amnistía internacional, Human Watch
Rights, entre otras instituciones. O contra la diputada María Corina Machado; o
contra cualquiera de las decenas de detenidos sin proceso judicial. En estas
horas, contra Ledezma.
Ante la
pasividad de Bachelet, la presidenta del Senado chileno, la socialista Isabel
Allende, hija de Salvador Allende, en las últimas horas debió reclamarle a su
presidenta un gesto de preocupación ante lo que está ocurriendo en
Venezuela. Es posible que la hija de Allende haya asumido el concepto del
Premio
Nobel de la Paz, Desmond Tutu: si eres neutral en situaciones de injusticia,
elijes el lado del opresor.
José Pepe
Mujica, conoce muy bien la infame historia de la tortura y la mentira
justificante que siempre la acompañó, como la sombra al cuerpo. Sabe que así
fue en las cárceles estalinistas, en las de la Gestapo, en todas las cárceles
de los dictadores latinoamericanos y en Guantánamo. No hay diferencias y Mujica
seguramente leyó las Cartas de condenados a muerte víctimas del nazismo,
recopiladas por Thomas Mann o Todo fluye, de Vasili Grossman o La
balada de Abu Ghraib, de Gurevitch y Morris. ¿También él se ve
afectado por este síndrome latinoamericano?
Daniel
Ortega, también prisionero y torturado en las cárceles de Somoza, puede tener
otras razones para su amnesia. El petróleo venezolano es lo suficientemente
importante para su economía y perpetuidad en el poder.
La valija
con 800 mil dólares incautada el cuatro de agosto de 2007, en el aeropuerto
argentino Jorge Newbery al venezolano Guido Alejandro Antonini Wilson y la
posible existencia de otros 4, 2 millones en el avión en que viajó desde
Caracas a Buenos Aires, son un indicio para entender las razones del silencio
de Cristina Fernández de Kirchner a quien, como está probado, en los años
infames de la Argentina no solamente no sufrió ningún problema sino que, junto
a su esposo, lucró al socaire de Martínez de Hoz.
En sicología
conocemos algunas de las explicaciones para no aceptar lo evidente: no se
quiere reconocer una realidad comprobada, porque supone una amenaza para el yo,
porque daña la autoimagen del sujeto. Sabemos lo que decía el escritor Mark
Twain: Podemos soportarlo todo, excepto la verdad. Y no es difícil
entenderlo aplicado a la vida personal.
Ahora, en
ciencia política, ¿cómo se denomina y a qué se debe este nuevo síndrome
latinoamericano?
Hugo Machín.
Ex docente de Universidad ORT de Montevideo, Uruguay. Ex vicepresidente del
sindicato de periodistas uruguayos (APU). Jurado Premio Periodismo para la
Tolerancia, FIP/UE, 2004.
Hugo Machin
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