De vuelta después de unas semanas de
silenciamiento, y vuelvo sufriendo una Venezuela herida por los mordeduras que
a su rostro le ha infligido la dictadura fascista de Maduro; mordida por la
impunidad y lenidad que el gobierno tiene con el narcotráfico, delincuencia y
malvivientes de todo pelaje, pero
inclemente y verdugo con la disidencia, a quien le imponen el peso de leyes e
instituciones secuestradas por este oprobioso sistema político; una Venezuela
herida y en ruinas, diezmada por este trasnochado comunismo que envenenó el
cuerpo de nuestros valores democráticos, civiles y republicanos. Con toda esa
realidad que la rastrera bota verdiroja nos ha puesto en el cuello de la vida,
he vuelto. Y vuelvo para escribir de estas mordeduras, pero también para nacer
como país.
Todo
este drama es una realidad que nos toca a todos, algunos creerán que es a los
políticos nada más, craso error e ignorancia peligrosa que se podrá revertir en
contra de nuestra propia vida, pues esto que padecemos vino porque lo hemos traído
todos, toditos, todos, sin excepciones de ningún actor de la vida del país. A
no ser que hayas vivido como un anacoreta en algún mogote extendido de nuestros
llanos o sabanas, o en una solitaria playa pariana, estarías exento de
responsabilidades de esto que nos asola la vida hoy en día.
Esta sierpe comunista se engendró desde cada
espacio de vida que nos ha tocado vivir.
Por acción u omisión nos propusimos que desovara esta serpiente. Porque
como nos solía decir Zemelman en sus
peroraciones catedráticas: “La realidad es un proceso social en construcción,
donde todos somos parte y constructores de su configuración física y
espiritual, cultural y religiosa”.
En
ese sentido, que permanezcamos indiferente porque nos resbale o dizque podemos
seguir nuestras vidas incólumes a los efectos de estas mordeduras de comunismo,
imposible. De ahí que no es perdonable la indiferencia, el paterrolismo o
cualquier manifestación desdeñosa; la pagarías muy caro, con tu propia vida, la
de tus hijos, y la de toda una nación.
No
son tiempos de morigeraciones, ni medias tintas, ni de conciliaciones con el
mal que nos asola. Es de los de asumir y tener opinión ante nuestras familias,
vecinos, compañeros de trabajo, feligresía, grupos de apostolado religioso, en
fin que donde haya dos ahí esté una voz disonante de todo esto, reflexiva,
protestataria e irreverente. Cuidado en las colas, no son lugares adecuados,
porque hay muchos ahí de esos llamados cooperantes, pero que no son más que
“sapos” actuando. Utilicemos entonces, esos espacios donde tengamos alguna
influencia por el sano ejercicio de vida que hemos hecho en ellos. Por Dios,
actuemos, civilizadamente y con nuestras únicas armas: la palabra, pero
actuemos.
Recuerden que entre Martin Luther King, Gandhi
y Edmun Burke se les atribuyen respectivamente estas frases que en definitiva
encierran el mismo mensaje: “No me preocupa el grito de los violentos, de los
corruptos, de los deshonestos, de los sin ética, lo que más me preocupa es el
silencio de los buenos.” “Más que los actos de los malos me horroriza la
indiferencia de los buenos.” Y “Lo único necesario para que el mal triunfe es
que los buenos no hagan nada.”
No
se trata solo de una lucha en contra de un gobierno malo, que de hecho lo es,
no, es más allá de eso, es una lucha espiritual contra demonios que nos acaban
como país, de lo que se trata entonces es de decir, anunciar cosas buenas y no
a sotto voces, sino en alta, clara e inteligible voz de que sí es posible hacer
nacer una mejor Venezuela.
Para
nacer vuelve esta escritura.
Yonny
Galindo
yonnydg@gmail.com
@yonnydg
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