Dura, elocuente, veraz y lapidaria fue la calificación
otorgada por Francisco, el Papa Universal, a las sociedades corruptas¨:
apestan, son malolientes, causan repulsión. No cabe duda que la máxima
autoridad de la Iglesia pensaba, sin nombrarnos, en conglomerados como el
nuestro.
Pero nuestro gobierno
permanece inmutable ante la podredumbre, lerdo ante la plaga del saqueo del
país, inmóvil ante el asco mundial. Como si los hallazgos recientes de
corrupción y podredumbre que la prensa mundial ha rebotado sin cansancio,
perpetrados con la complicidad de las autoridades y por allegados o miembros de
sus huestes, no tuvieran que ver con ellos. Como si fuera cosa de otros.
El descaro es mayúsculo. No se dan por notificados. Ni para adelantar explicaciones, para escudarse en estratagemas o para excusar a los criminales, ni para elucubrar argumentos razonables o mentiras útiles para lavarles es rostro a los protagonistas, trasladando la culpa revolucionaria a otros actores. Ni para escurrir el bulto. Ni siquiera para argumentar que la contaminación solo es de unos pocos y que en su médula, sus propósitos de adecentamiento, sus ideas y sus doctrinas permanecen intactos. Ni para salvar a nuestra primerísima industria del oprobio público e internacional, ni para proteger el prestigio que aun pueda quedar en la imagen otras empresas y entes públicos no envueltas en trapisondas como las que han aflorado hasta esta hora. Ni para darles el frente a quienes en el seno del partido de gobierno contra viento y marea se esmeran en condenar la corrupción que rampa y la impunidad ajena.
El tamaño de las
bribonerías es superlativo, colosal, tan mayúsculo como su propia desvergüenza.
Tan abultado como la falta de moral de sus figuras resaltantes, pero a la vez
tan inmenso como la complicidad de todos los que lo hicieron posible. No se
salva nadie, porque si en el en el momento en que ocurrieron, los desfalcos y negociados los encontraron
desprevenidos y no se pusieron de bulto las artimañas, tramposerías y
complicidades que tuvieron lugar, hoy pretenden con su silencio, ocultar la responsabilidad
de todos al meter las inmundicias de los robos y negociados debajo de la alfombra.
A estas alturas la población de a pie debe estarse
interrogando como es que, escudados en un discurso inflamado y falaz que
buscaba solidarizar a los líderes revolucionarios con la exclusión de los más
pobres, se dedicaron de manera tan desvergonzada como organizada a rellenar los
bolsillos y las cuentas de sus miembros y allegados con el dinero de aquellos
que decían defender.
Si , Papa Francisco, si apestamos, pero este tipo de
afrentas a la sociedad se termina develando en sus detalles más íntimos y estos delitos se terminan castigando … más temprano
que tarde.
Beatriz De Majo
bdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo
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