Una acotación necesaria…
Intentar en este decisivo momento
hacer elaboraciones y análisis críticos es complejo, primero partiendo de la
premisa de que la capacidad analítica no es cosa de exhibir extensivos niveles
académicos ni de impersonales Posdoctorados, ni de revelada inteligencia, ni
poseer una compendiada erudición, ni gozar de doble paladar para la valoración
de los eventos frecuentes en la cada vez mas ambigua sociedad, en su oscuro
entorno ni tener la certeza de las necesarias reformulaciones particulares y
planetarias.
Corremos el riesgo de que nos suceda como el astrónomo invidente,
que en sus fantásticas alucinaciones creía descubrir nuevas constelaciones en
las oscuridades engañosas de su propia ceguera. Indagar no es solo aplicar
categorías tradicionales, históricas, sociológicas o metodológicas a partir de
un excedido conocimiento en el que eventualmente podríamos afirmarnos, el quiz
es definir, examinar, profundizar, reconciliar y con harta imperturbabilidad
antes de atreverse a formular alguna elucidación.
“El análisis erudito jamás pondrá
fin a los violentos conflictos políticos causados por la desigualdad”. (Tomado
del libro El Capital de Thomas Pikety). La investigación ejemplo en filosofía
polٕítica es y será siempre frágil e imperfecta; no tiene la pretensión de
transformar la economía, la sociología ni la historia ni las ciencias exactas,
sino establecer con serenidad hechos y precisiones, y analizar con frialdad los
mecanismos económicos, sociales, políticos, que sean capaces de dar cuenta de
que estos puedan gestionar que el debate democrático esté mejor informado y se
concentre en las preguntas correctas; además se obliga a contribuir a redefinir
siempre los términos del debate, revelar las certezas imitadas y las
imposturas, imputar y debatirlo todo siempre. Éste debe ser, el papel que toca
desempeñar a los intelectuales y, entre ellos, los investigadores ciudadanos
como todos, pero que tienen la suerte de disponer de más tiempo para dedicarse
al estudio paciente y inflexible.
No es posible el análisis crítico
en forma mecánica activa, una hormiga a quien nadie pone en duda su
laboriosidad no se eleva un centímetro de la superficie, la intuición del
analista debe ser capaz de penetrar por las grietas de las cosas de los
objetos, de los entes, presentir los enigmas que flotan en las proximidades de
los acontecimientos, asediar las abstracciones y sus vuelos fluctuantes, absorber
los contra-flujos del pensamiento en boga y sus impredecibles giros, toda
oscilación, lo que fluya, hay que pasarlo por la balanza intangible de la
sensatez, para que nos aproxime a las estimaciones que transitan inadvertidas,
que alerten frente a las reducciones en liza en el abordaje de ingentes temas
que nos asedian, y nos sofocan.
Trazarse como límite la búsqueda
de la elaboración de una crítica elevada, es necesario hacer resaltar sobre el
lienzo de la investigación ampliándolo
sin alterar los ámbitos de los hechos para quienes la acceden no se
fatiguen. Es por eso que el investigador con profundidad ontológica es “rara
avis", y en cada época habría que alegrase con tener algunos.
El sentido analítico requiere de
una doble percepción, no se valora lo que se desconoce, ni se conoce lo que no
es posible comprender. No se puede hacer estimaciones a partir de intereses
especialmente prosélitos, ya sean individuales o colectivos, ¿Quién seria un
analista justo?, se me ocurre que alguien despejado de todo compromiso
intelectual, de insospechada probidad y cuyo cerebro compitiera con las redes y
la universalidad del pensamiento. Esto no es difícil sino imposible, puesto que
cada ser humano, abarca apenas un infinitesimal punto del universo, en política
como en las ciencias duras y en la filosofía se abren cada segundo horizontes
muy amplios, a través de las novedosas tecnologías se divisan nuevas Atlántidas
que cautivan el pensamiento humano, y hoy los nuevos cruzados, no van como
Carlos Magno, repartiendo en inmensa bandejas de oro, los manjares de pascua
por todos los continentes, viajan en modernos Jet y supersónicos trenes y los
más en la insondable red virtual, cada minuto mas omnipresente como símbolo de
la libertad, y como mariposa de alas brillantes que ha roto la crisálida y se
ha elevado en el universo sin fin conocido, este es el siglo de gigantescos
saltos y revoluciones tecnológicas y un ideal de renovación y de originalidad
agita todo lo que hay de candidez en nuestra naturaleza humana.
A todo este relato debemos
agregar que la crítica debe estar poseída de un sustrato humanista que permita
la comprensión a todos los que en su incesante búsqueda, con el propósito que
sea, hay que señalarles sus desvaríos y estimular a que regresen a alguna de las
sendas posibles. Lo que no podemos tolerar es que nos fijen límites a nuestras
indagaciones.
El simbolismo en el país tiene
turpiales y tiene murciélagos...
En el país hay un forzado
simbolismo que pretende hacernos ver hermosas mañanas, a través de una riada de
expresiones exóticas exportadas de algunas las latitudes. Lo ridículo al lado
de lo sublime, lo obtruso se nos muestra como, genial, agudo, original, grato,
y obligatorio.
Las estridentes carcajadas frente
a cualquier nimia observación de los que se presumen ungidos en la conducción
del país, suenan más bien como sollozos histéricos, una especie de misántropos
insólitos, de un mundo incorpóreo en el que ellos mismos están extraviados.
Ebrios con la tisana del poder; cuando intentan sonreír solo muecas. Pareciera
que uno de los tantos misteriosos virus que ellos denuncian los aniquila
produciéndoles alegría, algunos en sus intentos de volver a la senda perdida,
una ironía amarga. Se complacen en empuñar la esponja con hiel y vinagre, que
en la vara del ademán sarcástico, alcanza los resecos labios del paciente que
sentado en la emergencia de algún centro asistencial, espera y sufre… sufre espera. Y en los labios de ellos los
ungidos, sus carcajadas como hipos de burla, desprecios sacrilegos, elocuentes
salivazos de lujuria en el ejercicio obsceno del poder, una especie de vino
orgiástico.
El jefe de los ungidos intenta
con apodícticos discursos alegrar su melancolía, “que bien podría ser Mersault,
el protagonista del El extranjero, de Camus, en la autosugestión de creerse
dichoso” mientras el Capitán en su fragante alocución persiste en hacer
intimidantes sus demencias, frente a la mirada cómplice de un “liderazgo”
medroso. Y sigue recordándonos en sus páginas finales, que la violencia, las
enfermedades, el sufrimiento de los inocentes, la maldad del hombre hacia el
hombre… sólo conoce treguas inciertas, tras las cuales reanudan su ciclo de
miedo.
Cito: “Escuchando los gritos de
alegría que subían de la ciudad, Rieux recordaba que esta alegría estaba siempre
amenazada. Porque sabia lo que esta multitud alegre ignoraba, aunque puede
leerse en los libros: que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás,
que puede permanecer durante decenas de años dormido en los muebles y en la ropa, que espera pacientemente
en la habitaciones, en los sótanos, en los baúles, en los pañuelos y en los
papeles, y que quizá llegaría un día en que, para desgracia y enseñanza de los
hombre, la peste despertaría otra vez a sus ratas y las enviaría a morir en una
ciudad dichosa”.
Y en medio de este despropósito,
han logrado transformar todas las instituciones, con la complicidad manifiesta
de todos nosotros en un templo del burdel donde se pavonean para mostrarnos sus
vicios.
Allá el eterno, él ríe y se ríe
de sus dolores, sus lagrimas no se ven se adivinan.
¿Será un nuevo Saint Charles St
Ėumerond?, diría Heinrich Heine, y se ¡seca su llanto con secretos suspiros!
Pedro R. Garcia M.
pgpgarcia5@gmail.com
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