sábado, 25 de octubre de 2014

PEDRO RAFAÉL GARCÍA M. EL COMPLEJO EJERCICIO DEL ARTE DE LA CRÍTICA, PUNTO DE QUIEBRE

Una acotación necesaria…

Intentar en este decisivo momento hacer elaboraciones y análisis críticos es complejo, primero partiendo de la premisa de que la capacidad analítica no es cosa de exhibir extensivos niveles académicos ni de impersonales Posdoctorados, ni de revelada inteligencia, ni poseer una compendiada erudición, ni gozar de doble paladar para la valoración de los eventos frecuentes en la cada vez mas ambigua sociedad, en su oscuro entorno ni tener la certeza de las necesarias reformulaciones particulares y planetarias. 
Corremos el riesgo de que nos suceda como el astrónomo invidente, que en sus fantásticas alucinaciones creía descubrir nuevas constelaciones en las oscuridades engañosas de su propia ceguera. Indagar no es solo aplicar categorías tradicionales, históricas, sociológicas o metodológicas a partir de un excedido conocimiento en el que eventualmente podríamos afirmarnos, el quiz es definir, examinar, profundizar, reconciliar y con harta imperturbabilidad antes de atreverse a formular alguna elucidación.
“El análisis erudito jamás pondrá fin a los violentos conflictos políticos causados por la desigualdad”. (Tomado del libro El Capital de Thomas Pikety). La investigación ejemplo en filosofía polٕítica es y será siempre frágil e imperfecta; no tiene la pretensión de transformar la economía, la sociología ni la historia ni las ciencias exactas, sino establecer con serenidad hechos y precisiones, y analizar con frialdad los mecanismos económicos, sociales, políticos, que sean capaces de dar cuenta de que estos puedan gestionar que el debate democrático esté mejor informado y se concentre en las preguntas correctas; además se obliga a contribuir a redefinir siempre los términos del debate, revelar las certezas imitadas y las imposturas, imputar y debatirlo todo siempre. Éste debe ser, el papel que toca desempeñar a los intelectuales y, entre ellos, los investigadores ciudadanos como todos, pero que tienen la suerte de disponer de más tiempo para dedicarse al estudio paciente y inflexible.
No es posible el análisis crítico en forma mecánica activa, una hormiga a quien nadie pone en duda su laboriosidad no se eleva un centímetro de la superficie, la intuición del analista debe ser capaz de penetrar por las grietas de las cosas de los objetos, de los entes, presentir los enigmas que flotan en las proximidades de los acontecimientos, asediar las abstracciones y sus vuelos fluctuantes, absorber los contra-flujos del pensamiento en boga y sus impredecibles giros, toda oscilación, lo que fluya, hay que pasarlo por la balanza intangible de la sensatez, para que nos aproxime a las estimaciones que transitan inadvertidas, que alerten frente a las reducciones en liza en el abordaje de ingentes temas que nos asedian, y nos sofocan.
Trazarse como límite la búsqueda de la elaboración de una crítica elevada, es necesario hacer resaltar sobre el lienzo de la investigación ampliándolo  sin alterar los ámbitos de los hechos para quienes la acceden no se fatiguen. Es por eso que el investigador con profundidad ontológica es “rara avis", y en cada época habría que alegrase con tener algunos.
El sentido analítico requiere de una doble percepción, no se valora lo que se desconoce, ni se conoce lo que no es posible comprender. No se puede hacer estimaciones a partir de intereses especialmente prosélitos, ya sean individuales o colectivos, ¿Quién seria un analista justo?, se me ocurre que alguien despejado de todo compromiso intelectual, de insospechada probidad y cuyo cerebro compitiera con las redes y la universalidad del pensamiento. Esto no es difícil sino imposible, puesto que cada ser humano, abarca apenas un infinitesimal punto del universo, en política como en las ciencias duras y en la filosofía se abren cada segundo horizontes muy amplios, a través de las novedosas tecnologías se divisan nuevas Atlántidas que cautivan el pensamiento humano, y hoy los nuevos cruzados, no van como Carlos Magno, repartiendo en inmensa bandejas de oro, los manjares de pascua por todos los continentes, viajan en modernos Jet y supersónicos trenes y los más en la insondable red virtual, cada minuto mas omnipresente como símbolo de la libertad, y como mariposa de alas brillantes que ha roto la crisálida y se ha elevado en el universo sin fin conocido, este es el siglo de gigantescos saltos y revoluciones tecnológicas y un ideal de renovación y de originalidad agita todo lo que hay de candidez en nuestra naturaleza humana.
A todo este relato debemos agregar que la crítica debe estar poseída de un sustrato humanista que permita la comprensión a todos los que en su incesante búsqueda, con el propósito que sea, hay que señalarles sus desvaríos y estimular a que regresen a alguna de las sendas posibles. Lo que no podemos tolerar es que nos fijen límites a nuestras indagaciones.
El simbolismo en el país tiene turpiales y tiene murciélagos...
En el país hay un forzado simbolismo que pretende hacernos ver hermosas mañanas, a través de una riada de expresiones exóticas exportadas de algunas las latitudes. Lo ridículo al lado de lo sublime, lo obtruso se nos muestra como, genial, agudo, original, grato, y obligatorio.
Las estridentes carcajadas frente a cualquier nimia observación de los que se presumen ungidos en la conducción del país, suenan más bien como sollozos histéricos, una especie de misántropos insólitos, de un mundo incorpóreo en el que ellos mismos están extraviados. Ebrios con la tisana del poder; cuando intentan sonreír solo muecas. Pareciera que uno de los tantos misteriosos virus que ellos denuncian los aniquila produciéndoles alegría, algunos en sus intentos de volver a la senda perdida, una ironía amarga. Se complacen en empuñar la esponja con hiel y vinagre, que en la vara del ademán sarcástico, alcanza los resecos labios del paciente que sentado en la emergencia de algún centro asistencial, espera y sufre…  sufre espera. Y en los labios de ellos los ungidos, sus carcajadas como hipos de burla, desprecios sacrilegos, elocuentes salivazos de lujuria en el ejercicio obsceno del poder, una especie de vino orgiástico.
El jefe de los ungidos intenta con apodícticos discursos alegrar su melancolía, “que bien podría ser Mersault, el protagonista del El extranjero, de Camus, en la autosugestión de creerse dichoso” mientras el Capitán en su fragante alocución persiste en hacer intimidantes sus demencias, frente a la mirada cómplice de un “liderazgo” medroso. Y sigue recordándonos en sus páginas finales, que la violencia, las enfermedades, el sufrimiento de los inocentes, la maldad del hombre hacia el hombre… sólo conoce treguas inciertas, tras las cuales reanudan su ciclo de miedo.
Cito: “Escuchando los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux recordaba que esta alegría estaba siempre amenazada. Porque sabia lo que esta multitud alegre ignoraba, aunque puede leerse en los libros: que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenas de años dormido en los  muebles y en la ropa, que espera pacientemente en la habitaciones, en los sótanos, en los baúles, en los pañuelos y en los papeles, y que quizá llegaría un día en que, para desgracia y enseñanza de los hombre, la peste despertaría otra vez a sus ratas y las enviaría a morir en una ciudad dichosa”.
Y en medio de este despropósito, han logrado transformar todas las instituciones, con la complicidad manifiesta de todos nosotros en un templo del burdel donde se pavonean para mostrarnos sus vicios.
Allá el eterno, él ríe y se ríe de sus dolores, sus lagrimas no se ven se adivinan.
¿Será un nuevo Saint Charles St Ėumerond?, diría Heinrich Heine, y se ¡seca su llanto con secretos suspiros!
Pedro R. Garcia M.
pgpgarcia5@gmail.com
@pgpgarcia5

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