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Dos fuerzas
parapoliciales fueron esenciales en el proceso de conquista y asalto del poder
por parte de Hitler y su partido, el NSDAP (Partido Nacional Socialista de los
Trabajadores Alemanes): las SA o fuerzas de choque y las SS o tropas de asalto.
Ernst Röhm, un ex bolchevique, se integró en 1919 y convirtió a las SA en un
poderoso amasijo de violencia callejera, colectivo de choque y parapeto
propagandístico que llegara a contar con cuatro millones y medio de milicianos,
las famosas “camisas pardas”.
Al extremo de combatir exitosamente a comunistas
y socialistas en las barriadas populares alemanas mediante diarios enfrentamientos,
saldados con heridos y muertos. Hasta conquistar el control y la absoluta
hegemonía de las calles, barrios, pueblos y ciudades alemanas. Se hicieron
temibles y extremadamente poderosas, hasta convertirse en un Estado dentro del
Estado. Las SS, en cambio, en manos de Himmler, el carnicero del Holocausto,
tuvieron más funciones de policía política y represora, debiendo apuntalar a la
policía política propiamente tal, la Gestapo o Policía Secreta del Estado. Y
supieron subordinarse, bajo la coordinación de Göring y Goebbels, al control pleno y absoluto de Hitler.
No sucedió lo mismo con las
SA. Al cabo de un año de dominio pleno
de nazismo hitleriano, los hombres de Röhm mantenían mucho mayor fidelidad al
socialismo que al nacionalismo, se consideraban parte fundamental del parapeto
gobernante y crecieron en tal dimensión, que pretendieron competir con las
fuerzas armadas alemanas, hasta entonces discretamente en las sombras pero
conscientes del papel fundamental que comenzaban a jugar en el proyecto
imperial expansionista del caporal austríaco, despertando su celo hasta
exigirle a Hitler la drástica desaparición de las SA del mapa de la política
dominante en la Alemania nazi. En su importante obra
Los discípulos del
diablo, el historiador Anthony Read, para quien el nazismo fue una suerte de
culto religioso centrado en la personalidad de un hombre: el Führer, perseguir
a Röhm y su cohorte era una medida desesperada, tanto para Göring como para
Hitler. La SA había sido siempre una fuerza antigubernamental
desestabilizadora; esa era su raison d’être, y le resultaba imposible cambiarla
aunque el partido ya estuviese en el gobierno. Röhm y muchos miembros de su SA,
incluido un núcleo duro de líderes, se tomaban muy en serio el “socialismo” del
nombre del partido, y en su “segunda revolución” querían destruir al
capitalismo, las grandes empresas, las fincas agrícolas, la aristocracia y el
antiguo cuerpo de oficiales. Y si Hitler pretendía interponerse en su camino,
también lo destruirían. ‘La SA y la SS no permitirán que la revolución alemana
languidezca o sea traicionada a medio camino por quienes no combatieron en
ella’, proclamó Röhm desde junio de 1933 en la Nationalsozialistische
Monatschrift (Revista mensual nacionalsocialista). ‘Les guste o no,
continuaremos con nuestra lucha. Si finalmente entienden qué persigue, ¡con
ellos! Si no lo quieren, ¡sin ellos! Y si es necesario, ¡contra ellos!’”
(Anthony Read, Los discípulos del diablo. El círculo íntimo de Hitler, Oceano,
México, 2010, pág. 245).
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La reacción de
Hitler no se dejó esperar. “La revolución no es un estado permanente, ni debe
permitirse que se convierta en eso” – afirmó en una reunión en la Cancillería
del Reich con todos sus gobernadores, celebrada el 6 de julio de 1933. “El torrente de revolución que ha sido
liberado debe encauzarse por el seguro canal de la evolución.” Era, a la manera
del nacionalsocialismo, la misma reacción de Lenin contra el ultraizquierdismo
- aquella enfermedad infantil del comunismo, como lo titulara en su obra
dedicada al enojoso asunto - que amenazaba con desbordar la revolución de
Octubre y llevara a Stalin a protagonizar las sangrientas purgas que dieran con
la eliminación de todos los viejos líderes bolcheviques de la primera hora a
todo lo largo de los años 30, culminando con el feroz asesinato de León Trotzky
en 1940, en Coyoacán, México. Por cierto: el principal autor intelectual del
concepto de “revolución permanente”. Una situación vivida por todos los
procesos revolucionarios, desde la revolución francesa, pasando por la
soviética, la china y, como no podía ser menos, la castrista. Nada nuevo bajo
el sol. Cuando se trata de asegurar lo logrado, particularmente en período de
graves zozobras, el peor enemigo puede encontrarse en las propias filas. Es el
momento saturniano: devorarse a los mejores hijos.
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A la cabeza de los enemigos de las
SA estaban los propios jerarcas del NSDAP y sus socios de la alta burguesía y
la aristocracia alemanes: “Göring no tenía duda de que él encabezaba la lista
de Röhm, junto con los grandes industriales, financieros y aristócratas que
eran sus amigos y patrocinadores. (…) El mayor peligro de un levantamiento de
la SA era que Hitler fuera derrocado y el país se desgarrara en una sangrienta
guerra civil, ya que era imposible que el ejército, también bajo amenaza, se
mantuviera al margen y no hiciera nada. El ejército contaba únicamente con cien
mil hombres, pero todos ellos eran soldados profesionales, bien armados,
entrenados y dirigidos. La SA incluía a muchos ex soldados, pero era, en gran
medida, una turba rebelde e indisciplinada de matones y rufianes.” (Ibídem,
pág. 246). Así llegara a contar en su mejor momento con 4.5 millones de
miembros.
Göring, el segundo hombre del
régimen, decidió proceder con toda la dureza que le caracterizaba. Junto a su
segundo de a bordo, Diels, “abastecieron a Hitler de gruesos dossiers sobre
fechorías de la SA incluidas orgías homosexuales que implicaban al jefe de
Estado Mayor de esa organización y a sus lugartenientes, y sobre la corrupción
por ellos de miembros de las juventudes hitlerianas. Tras recibir uno de esos
dossiers mediados de diciembre (de 1933)
Hitler se volvió hacia Göring y le dijo: ‘Toda la camarilla alrededor del Jefe
de Estado Mayor Röhm está corrompida hasta la médula. La SA es la promotora de
toda esa inmundicia. Usted debería investigar esto más a fondo; ¡me interesa
mucho!’. ”
Sin saber todavía como hacer frente
al inmenso peligro que se cernía desde Röhm y sus SA sobre su proceso, en
particular sobre sus relaciones con las fuerzas armadas, pero decidido a tomar
la medida necesaria cuando el tiempo lo exigiese, primero honró a Röhm y su
Estado Mayor con su clásica política de doble cara, para finalmente, acuciado
por el agravamiento de salud del presidente Hindenburg y la necesidad de
enfrentar su muerte y su seguro nombramiento a la más alta magistratura en los
mejores términos con las Fuerzas Armadas, optar por cortar el nudo gordiano
según el clásico consejo de su maestro Maquiavelo: “si haz de hacer el mal,
hazlo a fondo y sin vacilaciones”. Decidió, en consecuencia, matar la culebra
por la cabeza. Si bien ducho en el arte del engaño alimentó la iracundia de
Goebbels contra las oligarquías de la derecha conservadora y permitió los
exabruptos mordaces de Röhm contra Göring. Llegando al extremo de armar la
perfecta escenografía de un monstruoso asesinato colectivo confabulando a todos
sus actores para impedirles cualquier excusa, justificación o acusación post
festum. E incitando indirectamente a que algunos pocos miembros de la SA
salieran a las calles de Múnich para aparentar un golpe de Estado de Röhm y sus
SA en su contra.
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Edmund Heines |
Esta es la narración de Anthony
Read del 30 de junio de 1934, “el día más negro de mi vida” como lo calificara
el propio Hitler. Luego de convocar a una reunión de urgencia a todo el
liderazgo de las SA en Múnich para echarle el guante sin mayores problemas, el
primero en la lista fue Röhm: “Estaba profundamente dormido cuando Hitler, pistola
en mano, abrió la puerta de su habitación a las seis y media de la mañana y
procedió a detenerlo. Tras dejar a dos detectives vigilándolo, Hitler procedió
a aporrear las puertas de los demás líderes de la SA que ya habían llegado al
hotel y repitió el procedimiento. Sólo uno de ellos hizo escándalo: Edmund
Heines, jefe de la SA de Silecia, en Breslau, a quien se halló en la cama con
un joven rubio, para extrema repugnancia de Hitler y Goebbels, quien más tarde
describió la escena como ‘repulsiva, casi nauseabunda’”.
“Conforme avanzaba el día, el ánimo
en el palacio de Göring era cada vez más febril.(…) Mensajeros entraban y
salían a toda prisa del estudio de Göring, donde el ‘comité de ejecución’,
formado por el propio Göring, Himmler, Heydrich y Körner, conferenciaban sobre
las listas de la muerte, añadiendo un nombre aquí, quitando otro allá, riendo y
gritando eufóricamente todo el tiempo…Y los mataron. Se calcula que, durante
ese día, ciento cincuenta líderes de la SA fueron arrastrados al cuartel de
Lichterfelde, puestos contra la pared y fusilados por tiradores de primera de
la SS y el grupo policial general Göring(…) En otras partes del país, aquellos
cuyo nombre estaba en la lista fueron despojados de sus insignias, apiñados en
camiones y llevados a bosques cercanos, donde se les sacrificó a tiros,
usualmente en la parte trasera de la cabeza”.
“Acontecimientos
similares se repitieron a menor escala en todo el Reich, pues miembros de SS
locales aprovecharon la oportunidad para ajustar rencillas personales. En
Breslau, un grupo de oficiales se salió de control y asesinó a varios judíos…”
¿Cuántos fueron los asesinados en la llamado “Noche de los cuchillos largos”,
mediante la cual Hitler se libró de los incómodos remanentes de sus revolucionarias
Grupos de Choque o Sturm Abteilung (SA)? Cálculos conservadores barajados
durante el Juicio de Nüremberg hablan de entre ciento cincuenta y doscientos
asesinatos. “Otras estimaciones, que incluyen a los ultimados en asesinatos
locales en varias partes del Reich, llegan a casi mil. Y no existe cifra alguna
sobre los cientos, quizá incluso miles de hombres de la SA que no fueron
asesinados pero que desaparecieron en campos de concentración bajo “custodia
preventiva”. En lo que concernía a Göring y a Hitler, los números eran
irrelevantes. Lo que en realidad importaba era que las únicas amenazas a su
posición habían sido eliminadas, de una vez por todas.” (Op.Cit., pág 261)
Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
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