jueves, 19 de junio de 2014

MARIO VARGAS LLOSA, CAMBIO DE GUARDIA

El pueblo español no era monárquico cuando murió Franco. Volvió a serlo gracias al protagonismo del Rey en la democratización de España y la tarea de Felipe VI es mantener viva esa adhesión

La firma de la abdicación del Rey Juan Carlos I
Vi el discurso de abdicación del rey Juan Carlos en un pequeño televisor de un hotelito de Florencia y me emocionó escucharlo. Por el visible esfuerzo que hacía para mantener la serenidad y presentar su apartamiento del trono como algo natural, sabiendo muy bien que daba un paso trascendental, lo que suele llamarse un “hecho histórico”. Y porque esta renuncia en favor de su hijo, el príncipe Felipe, cerraba un período durísimo para él, de quebrantos de salud, escándalos familiares y personales, unas excusas públicas y unos esfuerzos denodados en los últimos tiempos a fin de recuperar, para él y para la institución monárquica, la popularidad y el arraigo que había sentido resquebrajarse. El discurso fue impecable: breve, preciso, persuasivo y bien escrito.

Desde entonces, el Rey ha recibido múltiples manifestaciones de cariño en todas sus presentaciones públicas y muy pocos ataques y diatribas. Yo estoy seguro que, a medida que discurra el tiempo, el balance de los historiadores irá haciendo crecer su figura de estadista y terminará por reconocerse que los 39 años de su reinado habrán sido, en gran parte gracias a él, los más libres, democráticos y prósperos de la larga historia de España. Y nada me parece tan justo como decir –lo ha afirmado Javier Cercas en un artículo- que sin el rey Juan Carlos no hubiera habido democracia en este país. Ciertamente que no, por lo menos de la manera pacífica, consensuada e inteligente que fue la transición.

Espero que, en el futuro, algún novelista español de aliento tolstoiano, se atreva a contar esta fantástica historia. El régimen de Franco había urdido, con las mejores cabezas de que disponía, su supervivencia, mediante la restauración de una monarquía de corte autoritario, para la cual el Caudillo y su entorno habían educado, desde niño, apartándolo de su familia y sometiéndolo a una celosa formación especial, al joven príncipe, al que las Cortes franquistas, luego de la muerte de Franco, entronizaron Rey de España. Pero en su fuero íntimo, nadie sabe exactamente de qué modo y desde cuándo, el joven Juan Carlos había llegado a la conclusión de que, asumido el trono, su obligación debía ser exactamente la opuesta a la que había sido prefacturada para él. Es decir, no prolongar –guardando ciertas formas- la dictadura, sino acabar con ella y conducir a España hacia una democracia moderna y constitucional, que abriera su patria al mundo del que había estado poco menos que secuestrada los últimos cuarenta años, y reconciliara a todos los españoles dentro de un sistema abierto, tolerante, de legalidad y libertad, donde coexistieran pacíficamente todas las ideas y doctrinas y se respetaran los derechos humanos.

Espero que en el futuro, algún novelista español de aliento tolstoiano, se atreva a contar esta fantástica historia. 

Parecía una tarea imposible de alcanzar sin que los herederos de Franco, que controlaban el poder y contaban todavía –para qué mentir- con un fuerte apoyo de opinión pública, se rebelaran contra esta democratización de España que los condenaría a la extinción, y se opusieran a ella con todos los medios a su alcance, incluida, por supuesto, la de una violencia militar. ¿Por qué no lo hicieron? Porque, con una habilidad extraordinaria, guardando siempre las formas más exquisitas, pero sin dar jamás un paso en falso, el joven monarca los fue embarcando de tal modo en el proceso de transformación que, cuando advertían que ya habían cedido demasiado, confundidos y desconcertados, en vez de reaccionar estaban ya haciendo una nueva concesión. La opinión pública, transformada en el curso de esta marcha hacia la libertad, se alistaba en ella y apoyaba de manera cada vez más dinámica los cambios que, semana a semana, día a día, fueron cambiando de raíz la realidad política de España.

Con motivo de su fallecimiento, se ha recordado hace poco y con mucha justicia, la notable labor que cumplió Adolfo Suárez en la transición. Claro que sí. Pero hay que recordar que fue el rey Juan Carlos quien, con olfato infalible, eligió para que fuese su colaborador en esta extraordinaria operación, a quien era entonces nada menos que Ministro Secretario General del Movimiento, es decir, del conjunto de organizaciones e instituciones políticas del régimen franquista. Nadie debe menoscabar, desde luego, la importancia que alcanzaron en la transición pacífica de España de la dictadura a la democracia, de un régimen vertical a un sistema plural y abierto, prácticamente todas las fuerzas políticas del país, de la derecha a la izquierda, y que todas ellas estuvieran dispuestas, en aras de la paz, a hacer concesiones que hicieran posibles los consensos de los que resultó el gran acuerdo constitucional. Pero nadie debería tampoco olvidar que quien, desde un principio, concibió, impulsó y llevó a buen puerto este proceso, fue el monarca que, prestando un nuevo gran servicio a su país, acaba de abdicar a fin de que herede el trono el príncipe Felipe y con él se abra para España “una nueva etapa de esperanza en la que se combinen la experiencia adquirida y el impulso de una nueva generación”.

Si, de este modo, el rey Juan Carlos contribuyó de manera decisiva a que la democratización de España se llevara a cabo de manera pacífica, con su conducta clara y firme que hizo debelar el intento golpista del 23 de febrero de 1981 consiguió para la monarquía una legitimidad que había perdido vigor y calor popular. Porque lo cierto es que el pueblo español no era monárquico cuando murió Franco. Empezó a ser, o a volver a serlo, gracias al protagonismo que tuvo el Rey apoyando y liderando la democratización de España. Pero fue luego del aplastamiento del intento golpista del 23/F que el rey Juan Carlos devolvió a la Monarquía el respaldo resuelto y entusiasta de la gran mayoría de la población, lo que ha sido factor decisivo de la estabilidad política e institucional de la España de estas últimas décadas.

Sin el rey Juan Carlos no hubiera sido posible una transición pacífica, consensuada e inteligente
Esta historia, que he resumido en pocas líneas, está todavía por contarse. Es una historia fuera de lo común, de una complejidad y sutileza sólo comparable con las de las más grandes novelas, en la que, en la soledad más absoluta, un joven prisionero de una maquinaria casi invencible, se libera de ella y decide, ejerciendo unos poderes que entonces sí tenía el Rey, rebelarse contra el sistema que estaba encargado de salvar, deshaciéndolo y rehaciéndolo de pies a cabeza, cambiando sutilmente todo el libreto que debía aprenderse y ejecutar y reemplazándolo por su contrario. Mucha gente lo ayudó, desde luego, pero él fue, él solo, desde el principio hasta el final, el director del espectáculo.

Por eso la España sobre la que va a reinar don Felipe VI es, hoy, esencialmente distinta de aquella que era cuando murió Franco: una democracia moderna y respetada, un país libre, solvente y culto, que figura entre los más avanzados del mundo. Conviene no olvidar cuánto de todo ello se debe al monarca que ahora se retira para que lo sustituya su heredero.

Es verdad que el príncipe Felipe ha sido muy bien preparado para la difícil responsabilidad que va a asumir. También lo es que España vive hoy problemas enormes –el primero y el más grave de ellos, las amenazas de secesión que podrían hundirla en una crisis de incalculables consecuencias- y que, por más que el monarca en una monarquía constitucional reine pero no gobierne, los desafíos que va a enfrentar van a poner a prueba todos los conocimientos y experiencias que ha adquirido en el curso de su exigente formación. Lo más importante es que el nuevo rey, mediante sus gestos, iniciativas, tacto y comportamiento, mantenga viva la adhesión que es hoy aún muy profunda en la sociedad española hacia la monarquía constitucional. No es cierto que, mientras haya democracia, importe poco si un régimen es republicano o monárquico. No cuando el problema de la unidad de un país es tan grave como hoy día en España. La monarquía es una de las pocas instituciones que garantiza esa unidad en la diversidad sin la cual podría sobrevenir la desintegración de una de las más antiguas e influyentes civilizaciones del mundo. En todas las otras la división, el encono, el fanatismo y la miopía política han sembrado ya las semillas de la fragmentación. Ayudemos todos a Su Majestad don Felipe VI a tener éxito poniendo nuestro granito de arena en la tarea de mantener a España unida, diversa y libre como lo ha sido estos 39 últimos años.

Don Felipe VI va a reinar sobre una democracia moderna y respetada, un país libre, solvente y culto
© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2014.

Mario Vargas Llosa
vargas_llosa@gmail.com
@vargas_llosa

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JOSÉ LUÍS MÉNDEZ LA FUENTE, LA REPÚBLICA BOLIVARIANA Y LAS MONARQUÍAS EUROPEAS

La reciente abdicación del Rey Juan Carlos I, ha abierto nuevamente la polémica sobre la monarquía, un asunto que tiene dividida a la opinión pública española.

ROSA DIEZ
Aunque la vigente Constitución de España regula el tema de la sucesión  y que en caso de renuncia, muerte o abdicación, la continuidad real está garantizada, hay quienes han visto en esta dimisión de Juan Carlos I la coyuntura ideal para poner en el tapete la necesidad de un referéndum que permita a los españoles escoger entre monarquía o república.
Lo cierto del caso es que la coyuntura se presta, pues la imagen de la monarquía se ha visto afectada  debido a una serie de escándalos protagonizados por los  miembros de la familia real;  especialmente el caso de corrupción en el que está involucrado el yerno del Rey y que salpica a su hija la infanta Cristina. También le hicieron daño a la institución, las fotografías del ´propio Juan Carlos I en una cacería de elefantes en Botsuana en  el 2012. No obstante, la monarquía era  hasta no hace mucho, según las encuestas publicadas por el oficial Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), la institución mejor valorada por los españoles.
Las críticas  a la monarquía son tan rancias como la institución misma, y los argumentos de los españoles de hoy, así como de los dirigentes políticos que la rechazan, básicamente la denominada izquierda plural y los partidos nacionalistas, son  los mismos de hace un siglo; oponiendo siempre a la Monarquía, una forma hereditaria de gobierno, la República, como la mejor expresión de la democracia,
Pero en la España actual, con unas instituciones políticas en crisis, un gobierno debilitado y una oposición  política  encabezada por un  PSOE comprometido y desgastado, en plena reconstrucción de su dirigencia,  no debemos esperar un debate entre monárquicos y republicanos, al menos no en los términos de antaño, sino más bien una rebatiña  entre los otros partidos de izquierda, incluidos los nacionalistas catalanes y vascos, por tomar iniciativas, aprovechando la coyuntura  del momento,  para crecer en popularidad y llevarse el liderazgo del republicanismo en las encuestas.

El término monarquía no puede ser entendido hoy en día como el gobierno de reyes absolutistas  y personalistas, ungidos por la gracia de Dios, tal cual sucedía  en el pasado. En los últimos siete siglos algunas cosas ocurrieron, y mientras que en la Francia del XVII alcanzaba su expresión más absoluta en aquella célebre frase  de Luis XIV “el Estado soy yo”, del otro lado del Canal, los ingleses le encontraban un sitio perfecto al monarca como Jefe de Estado. “El Rey reina pero no gobierna”,  principio político que define al parlamentarismo británico, en el que, no obstante, la figura de la Reina cumple un papel fundamental  en el mantenimiento de la unidad del Reino Unido. En la vieja Europa,  las monarquías han dejado de serlo hace tiempo, para convertirse en símbolos e instituciones  decorativas que representan la tradición.

Y fue eso lo que trató de dejar en claro con su intervención en el Congreso de los Diputados,  la líder del partido Unión Progreso y Democracia, cuando se votó la Ley de Abdicación hace unos días, al tachar el referendo propuesto por algunas toldas políticas  de ilegal y calificarlo de fraude, pues no se puede elegir entre República como epíteto de la democracia y Monarquía como sinónimo de lo contrario, cuando la verdad es que una república, por el simple hecho de serlo, no es más democrática que una monarquía parlamentaria como la española o la inglesa.

La parlamentaria lanzo al aire la pregunta de si a aquellos que defienden dicha consulta “les parecen sistemas democráticos y justos los de “la República de Corea del Norte, o la República de Irán, o Cuba, o la Bolivariana de Venezuela”; para después comparar “Les parece que esos sistemas son más progresistas y más justos que las monarquías que funcionan en Suecia, Noruega, Dinamarca  o el Reino Unido”.

La intervención de la diputada Diez fue criticada por varios parlamentarios de izquierda, quienes la tildaron de ignorante por haber calificado de “republicas” a Corea del Norte e Irán, cuando en realidad son  sistemas políticos con un partido único y gobiernos dictatoriales, que por la forma de transmitirse el poder, varias generaciones de padre a hijo en el caso de Corea, y yo añadiría que también entre  hermanos en el de  Cuba, son monarquías de facto. No obstante la crítica, la comparación de las monarquías parlamentarias europeas con Cuba y Venezuela fue más que acertada y nadie, hasta ahora, ha intentado desmentirla.

Jose Luis Mendez
Xlmlf1@gmail.com
@Xlmlf1

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HUMBERTO SEIJAS PITTALUGA, VERBICIDAS, SESQUIPEDALIA

Hay dos clases de asesinos de las palabras: los que las matan ex profeso y los que lo hacen sin saber.  Entre los primeros predominan quienes lo hacen por pura joda.  Por ejemplo, hay quienes decimos: “sindudamente”; convirtiendo en un adverbio lo que son dos palabras; o: “me es inverosímil”, por significar: “me es indiferente”.  También, por chanza, culpamos a los gochos de decir: “a Mato Grosso” cuando lo que quieren expresar es: “a grosso modo”.  Y a Hassan, un humorista colombiano muy bueno, le escuché un “apropósitamente” que me hizo desternillar. 

Por cierto, quienes dicen “desternillar de la risa” también cometen un verbicidio, porque la única manera de desternillarse es con la risa.  Pero el rey del asesinato voluntario del lenguaje es alguien que se identifica en Twitter como @correoguaire. 
Yo soy uno de sus seguidores más fieles aunque, por el contrario,  este personaje genera consternación entre algunos de mis amigos.  Les pongo un tuit reciente suyo: “soponsio pilato es1 enfermedat q le dio aponsio guando centero qienera el ceyor gesus”.  ¡Ojo!, que el tipo no es ningún iletrado; yo le he leído opiniones acertadas acerca de artistas como —lo pongo con su grafía— cadinqui, betobe, pisarro y serbante.  Lo hace solo, como diría Semtei, pour épater les bourgeoises.

Cosa distinta es cuando el verbicidio se puede imputar a la falta de instrucción de quien lo comete.  Y aquí hay que diferenciar dos tipos: aquellos desafortunados que no tuvieron oportunidad de estudiar, y otros —usando una frase muy trillada— que pasaron por la universidad pero la universidad no pasó por ellos. 

La señora que hace aseo en mi apartamento, cuando hace falta algunos productos de limpieza, me deja anotado en la pizarrita de la puerta de la nevera: “disinfetante y linpiaposeta”.  Para nada me preocupa el “que galicado” de quienes gritan “¡Así es QUE se gobierna!”  Pobrecitos, si no saben hablar, ¿qué van a saber CÓMO es que se gobierna? 

Cuando, me tocó servir como agregado militar en Colombia, me llamaba la atención que, al preguntar a alguien su nombre, contestara: “a YO me llaman…”, poniendo el pronombre personal como tónico donde lo correcto, y más usual, es ponerlo en reflexivo: “a MÍ me llaman”.  Su uso es recurrentemente entre los santandereanos y boyacenses, por lo que se me hace raro que —siendo él de por allá— el primer verbicida de la república (y digno heredero de quien decía “adquerir”) no emplee ese modismo.

Pero otra cosa es cuando personas que tienen una cartulina que certifica que son graduados de tercer nivel y exigen que los traten de “doctor”.  ¡Lo que son es analfabestias! 

Solo con escucharlos en las noticias le queda a uno claro.  Hace poco, mi muy querida Marianella me hizo llegar una perla: en el eso que llaman “Plan de la Patria” —uno no sabe si llorar o reír al leerlo—y que convirtieron en ley, aparece como un gran objetivo el “desarrollo de una nueva geopolítica internacional en la cual tome cuerpo el mundo multicéntrico y pluripolar que permita lograr el equilibrio del universo y garantizar la paz planetaria en el planeta”. 

Todos tenemos claro que eso es como mucho para una partida de ineptos que ni siquiera ha podido surtir los anaqueles de los abastos; pero lo que quiero destacar aquí son dos verbicidios pleonásticos, o sea, de acuerdo al mataburros, “emplear en la oración uno o más vocablos innecesarios para que tenga sentido”.  En principio, toda geopolítica ES internacional por naturaleza.  ¡Pero eso de “la paz planetaria en el planeta” sí que es el colmo de la redundancia!

¿Y qué tal de una sentencia reciente de la Sala Inconstitucional?  Me refiero a esa en la cual, para complacer una vez más al régimen,  los juristas del horror, desbocados y propasándose, intentan hacer creer que se requiere de autorización oficial para ejercer un derecho constitucional.  Cosa que ha causado risas urbi et orbi entre los juristas.  Y más se carcajearían al enterarse de que, según los togados que gritan “¡Uh, ah!”, las policías municipales “detentan una competencia” y los ciudadanos “detentan derechos”, siendo que “detentar” es según el DRAE, “ejercer ilegítimamente…”.  Y que, más adelante, afirman que ellos son los máximos intérpretes “para proferir (…) interpretaciones” acerca de los principios constitucionales. Esos inanes —que todo lo consignan por escrito— ignoran que “proferir” se refiere a pronunciar verbalmente. 

En lo que no deben haberse equivocado al emplear el verbo fue cuando dictaminaron que el alcalde de Guacara “ostenta” su cargo. Porque si en algo se lucen muchos funcionarios robolucionarios es en  eso de fachar, y andar luciendo con boato lo que le han birlado al erario.

Sin embargo, el Oscar de los verbicidas se lo lleva Platanote por informar que él pudiera ser objeto de un “magnicidio”.  ¡Imposible!  La raíz de la palabra viene del latín magnus, que significa algo que supera a lo común.  Y él no pasa de muuuy ordinario.  Sería, en todo caso, y Dios no lo quiera, un “minicidio”...

Humberto Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt

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SAÚL GODOY GÓMEZ, LAS GRANDES CONTRADICCIONES DEL CHAVISMO,

Cuando supe del III Congreso Ordinario del PSUV me dediqué a reunir y estudiar concienzudamente todo el material que los organizadores del evento prepararon, como si  yo fuera un disciplinado y crítico componente de esa organización, tratando de comprender las ideas fundamentales y de hacerlas mías intelectualmente, cosa que, creo, muy pocos chavistas han hecho.








Estudié El Libro Rojo, El Libro Azul, Un Brazalete Tricolor, Una Luz al final del Túnel, El Árbol de las Tres Raíces, la Agenda Alternativa Boli¬variana, el Programa de Gobierno de 1998 “La propuesta de Hugo Chávez para transformar a Venezuela”, la Propuesta de Hugo Chávez para continuar la Revolución (2000), Líneas  Generales del Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación (2001-2007), el Proyecto Nacional Simón Bolívar Primer Plan Socialista 2007-2013, el Plan de la Patria 2013-2019, Golpe de Timón (Octubre 2012), Aportes a la Consti¬tución Bolivariana de Venezuela, Leyes Orgá¬nicas, Leyes Habilitantes, Documento de Crea¬ción de la Alternativa Bolivariana de Nuestros Pueblos de América (ALBA), Comuna o nada, además de tener como referencia las obras completas de Francisco de Miranda, las de Simón Bolívar, las de Simón Rodríguez y lo que se ha escrito sobre Zamora y la Guerra Federal; a Dios gracias, dispongo de una buena biblioteca y tengo las obras completas de Marx, Lenin, Mao y Gramsci. Además, bajé de la página web el Proyecto de Resolución Internacional y el Documento Fundamental de la Comisión Ideológica y Programática.
Afortunadamente, ya había leído el grueso de esos documentos y me pareció que, para no desvariar ante tanto material, decidí concentrarme en el Documento Fundamental de la Comisión Ideológica y Programática, el cual, si no me equivoco, estuvo a cargo del diputado Jesús Farías.
UNA COLCHA DE RETAZOS

Este documento, que está pesimamente escrito, resume en gran parte todo ese pastiche ideológico que conforma el chavismo o el llamado Socialismo del Siglo XXI; consta de varios enunciados, sin mayores argumentaciones, que ponen en evidencia una serie contradicciones y vacíos conceptuales que hacen de esa estructura ideológica algo que me he dado en llamar “política-ficción”, porque, así como hay un género literario llamado ciencia-ficción, de la misma manera este documento plantea el discurso ficticio que sostiene al socialismo y, al contrario de la ciencia ficción, donde sus autores tratan al menos de crear en el discurso literario un elemento de verosimilitud narrativa, en éste la verborrea doctrinaria parece más bien la de un dogma de una secta cuasi religiosa, que espera de sus seguidores, más un acto de fe que su comprensión e inteligencia.
Comienza el documento con una típica fórmula retórica del totalitarismo más ramplón: “El legado de nuestro Comandante Hugo Chávez Frías es de una riqueza incuestionable”, si ese legado es incuestionable entonces es dogma, aún más cuando, en lo personal, cuestiono esa “riqueza”; Chávez no era un autor, dejó sólo una ínfima obra escrita, lo demás son cosas escritas por otros, principalmente piezas legislativas que Chávez pudo haber inspirado, pero que no escribió.
Lo que sí dejó, y en abundancia, fueron discursos, la mayoría no previamente escritos y producto de la improvisación, y muchas de sus intervenciones en televisión y radio eran parte de esa indetenible e inconexa verborrea, que padecía y nos hizo sufrir como audiencia de sus infames “cadenas”; ese material fue posteriormente transcrito y “corregido”.
Dice el documento que Chávez fue depurando su concepto de democracia, de democracia revolucionaria y socialista, que debe tratarse de unas formas muy particulares y distintas al concepto de democracia formal que se conoce en occidente, nunca las define.
Explica el autor de este documento: “En múltiples oportunidades El Comandante se refirió al Partido, a nuestro PSUV en construc¬ción, en forma de crítica muy severa porque esperaba de él, en tanto que expresión del Pue¬blo Organizado…”. En este texto se evidencia uno de los primeros intentos de “confundirse” con el pueblo, que es una de las manías más notorias de los socialistas, los cuales, en su afán totalitario se apoderan del concepto y la naturaleza del pueblo, encarnándolo de manera exclusiva y en detrimento de cualquier otra expresión; es una forma de decir: “o eres socialista o no eres del pueblo”.
Y aquí, en apenas el principio, aparece una de las grandes falacias que estos revolucionarios alimentan y creen; en el punto 1, titulado “Legado de Chávez” dice: “La revolución que surge con la fuerza del pue¬blo es un hecho histórico, porque está asociada a la acumulación de conciencia, que se repro¬duce por la lucha de clases a lo largo de los pro¬cesos ocurridos en la humanidad.”
CON INTERESES DETRÁS DEL “INTERÉS SUPERIOR”

Debo hacer varias observaciones, hay una rica veta de autores, sobre todo de historiadores y filósofos, que han estudiado las revoluciones en el mundo, que coincide en la opinión de que la gran mayoría de las revoluciones nace a partir de un grupito de incitadores con intereses específicos, no son masivas, las revoluciones que triunfan lo hacen cuando al final de las mismas, crecen y conforman una masa crítica suficiente, para prevalecer sobre una mayoría expectante, y muchas veces indiferente a los acontecimientos, que acepta calladamente los resultados de la revolución.
La acumulación de conciencia, en una clara referencia a la conciencia colectiva, es un concepto reiterativo que usan y que simplemente no existe; no hay conciencia colectiva, lo que hay es muchas personas conscientes de algo, pero que exista algo allá afuera, diferente a las personas, y que ese algo tenga una consciencia, es pura paja, por lo menos, científicamente indemostrable. Eso sí, los que escribieron este documento quieren hacernos creer que esa consciencia colectiva reúne, o se alimenta de todas esas revoluciones anteriores y va creciendo.
En cuanto a la lucha de clases, que forma parte de la teoría marxista, con la que explican el porqué de los cambios históricos, es apenas una de las variables, no la única, que modernamente se toman en cuenta al momento de examinar las causas de la violencia social y las reformas que de ella se derivan.

BAJO UNA COMPROMETIDA VISIÓN DE LA HISTORIA

Seguidamente, se adentran en una muy deficiente comprensión de los sucesos históricos del descubrimiento de América, que ellos llaman “la invasión”, “la explotación” y “la colonización del Imperio del Reino Católico de España”. Empiezan a aplicar una serie de conceptos marxistas que nada tienen que ver con los hechos históricos, empezando porque dicen que en las relaciones de producción de aquellos tiempos pre-capitalistas, eran ya conscientes sus promotores de la plusvalía, de la maximización de las ganancias y la transculturización para crear una infraestructura y una superestructura capitalistas… lo que quiere decir que, 300 años antes que Marx, ya Fernando e Isabel eran tan capitalistas como Rockefeller o los Bush, por lo menos en sus intenciones.
Continúan enredándose con el asunto de que los capitalistas lo que buscan es apoderarse de los recursos naturales estratégicos, por medio de la propiedad privada y del exterminio de seres humanos y culturas. Luego caen en la afirmación de que nuestro patrimonio cultural histórico es básicamente antiimperialista, razón por la que nuestra geopolítica ha sido fundamentada en la dualidad del robo vs. Defensa de nuestros recursos naturales estratégicos, desnacionalización vs. Nacionalización, capitalismo vs. Socialismo.
Luego de este malabarismo histórico caen en la acusación: “Venezuela ha sido víctima de la injerencia de los imperialistas España, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y Estados Unidos, además de invasiones militares y de diezmar a los pueblos autóctonos indígenas; han alimentado gue¬rras fratricidas; el robo de parte de su terri¬torio; deudas impagables; planes económicos generadores de pobrezas; privatización de los recursos naturales estratégicos; transcultura¬ción por la vía del consumismo, individualis¬mo, violencia, separatismo, pérdida de valores autóctonos, entre otros.”
Para este momento de mi lectura, ya entiendo porque el país está tan confundido, no se menciona para nada a los cubanos, a los chinos, a los rusos y bielorrusos, a los brasileños… pero se entiende, éstos son “amigos”, “camaradas”, esa visión de la historia, como resultado de la explotación y el dominio, la utilizan para justificar las teorías de la liberación nacidas en la Revolución Cubana.
Acto seguido, mencionan una serie de eventos históricos, que tienen que ver con supuestas revoluciones en nuestro país, para caer en una “síntesis” de acumulación de conciencia que lo que ha hecho es institucionalizar la nueva legalidad de la Revolución Bolivariana… y apenas vamos por la página dos, de un documento de 34 páginas, a doble columna, llenas de pura incoherencia y afirmaciones “al boleo”.
PARA JUSTIFICAR EL ESTADO COMUNAL

El documento sigue con una serie de imprecisiones sobre la “obra” de Chávez, recordándonos que: “Su principal desafío es hacernos libres definitivamente con la concreción de la revolución económica, su aporte esencial es la estrategia de la construc¬ción del poder popular por medio de las comu¬nas productivas desde la concepción socialista, que establezcan el Estado Comunal.”
Y es en este momento que entramos en territorio desconocido y peligroso, creo que lo fundamental es el contenido económico del documento, y parto con una cita de Chávez incluida como fundamental, que trata sobre lo que los chavistas tienen que hacer con el país desde el gobierno, dice Chávez, hablando de su programa para el socialismo: ““Este es un programa que busca traspasar “la barrera del no retorno.” …La coherencia de este Programa de Gobierno responde a una línea de fuerza del todo decisiva: nosotros estamos obli¬gados a traspasar la barrera del no retorno, a ha¬cer irreversible el tránsito hacia el socialismo….”
En realidad lo que estaba diciendo era que había que acabar con nuestro sistema económico financiero, destruir nuestro aparato productivo, de forma tal que el país quedara en la inopia, que fuéramos todos tan pobres, y Venezuela quedara tan arruinada, excepto por los dueños del petróleo, para de esta manera no tener otra opción que el sistema comunal y el dominio del estado sobre la sociedad.
¿Pero qué es ese sistema Comunal? He allí el verdadero problema, ninguno estos chavistas sabe de qué habla cuando dice querer sustituir el sistema económico capitalista, al que a cada momento jura destruir, aunque nos haya funcionado, bien que mal, por tanto tiempo, por el comunismo.
El sistema comunal que presentan no tiene ni pies ni cabeza; luego de una larga lista de desaciertos, errores y fantasías sobre el capitalismo, en la que se reúnen todos los lugares comunes de las denuncias aparecidas en los libros de comunistas, que niegan el libre mercado, y luego de explicar la gran conspiración mundial contra Venezuela por parte de los EEUU y la mentada Guerra Económica, que nos tienen aplicada para destruir la revolución, se adentran en el pantanoso mundo de cómo van a solucionarnos el problema económico.
SIN MENCIONAR LA BOLIBURGUESÍA

Es interesante que, por ningún lado, aparece una sola mención a la boliburquesía, que se ha instalado en el país y que ahora son dueños de la mayor parte de las empresas productivas, que son su propia gente, adinerada vía la corrupción y el delito. En el texto se siguen refiriendo a una burguesía capitalista, que ya no existe, que la han acabado y expulsado del país, transpiran hipocresía por los poros, ya que hay un liderazgo chavista acomodado en esa nueva burguesía, jugando el mismo juego capitalista desde el poder, ya que muchos de esos nuevos empresarios son hoy dirigentes principales del PSUV, y son los nuevos dueños de fábricas de productos alimenticios, de cadenas de farmacias, de centros comerciales, de medios de comunicación, de bancos y compañías de seguro, etc.  Pero obviemos esa verruga, y sigamos.
En su primitivo mundo, los chavistas ven a la sociedad venezolana compuesta por solo dos grupos: los trabajadores asalariados, que son la gran mayoría, y los propietarios de los medios de producción, la minoría explotadora; para ellos, el estado empresario no tiene vela en este entierro, aunque se trate del empleador más importante del país, pero lo ignoran. Sobre esta base montan la lucha de clases y la importancia del sector obrero al que tienen tomado por los testículos y hacen con el lo que les da la gana, al punto que les han impuesto “sindicatos bolivarianos”, afectos al patrono, para que “defiendan” sus derechos laborales.
Hablan de la enorme inversión que ha hecho la revolución en el área social y de cómo los avances del “pueblo”, que ahora disfruta de una mejor calidad de vida, son innegables… luego de esa “mentirilla” se refieren al Sistema Financiero Nacional Bolivariano, como instituciones con una óptima captación del ahorro y canalización de créditos al sector productivo; la verdad es que detrás de la fachada de todos esos bancos públicos existe una enorme corrupción, que apunta a todo lo contrario de lo que el documento alega, es en esas instituciones donde el dinero de la renta petrolera se diluye por los caminos verdes, algunos devinieron en enormes lavadoras de dinero sucio, como no existen controles ni auditorías, los bancos del estado son simples taquillas para los grandes negociados cambiarios y de asignaciones de cupos de divisas, otro practicado “vicio capitalista”, pero nada de esto se menciona.
OBVIANDO EL MERCADO

En muchos de estos documentos se afirma que el trabajo productivo es importante para el socialismo, pero es un productivismo asentado no en el rentismo o acumulación de capital, sino en función social, paralelamente establecen la necesidad de crear nuevas medianas y pequeñas empresas, con un desarrollo tecnológico propio, con bajos costos de producción, mínimo impacto ambiental, imbricadas en una planificación estatal para la satisfacción de las necesidades del pueblo, donde el valor de los bienes y servicios sea asignado, no por el precio de mercado, sino por su uso.  Cómo, quién, cuándo y dónde se establece ese valor de uso, no lo explican.
En resumen, esta gente no tiene la menor idea de qué hacer con la economía del país una vez que acaben con el capitalismo, van para atrás y para adelante como el cangrejo; los boliburgueses viven en el capitalismo salvaje más primitivo que existe, pero quieren que el pueblo viva como los recolectores y cazadores del neolítico; hablan de convertirnos en una superpotencia mundial pero ya ni siquiera tenemos luz para alumbrarnos.
Esta visión de la economía presenta grandes interrogantes, la experiencia en los sistemas socialistas en Europa y Asia han demostrado que la fórmula es inoperante, porque lleva directamente a la ruina y al empobrecimiento general de la población; cuando el estado interviene de manera tan decisiva en la economía, el sistema productivo empieza a hacer aguas, no hay eficiencia, no hay planificación, no hay maneras de asignarle valor a las cosas, todo se retrasa, o se pierde, no llega a donde tiene que llegar en su momento preciso, se genera escasez, los mercados negros se multiplican, se alienta la inflación, se nutre la corrupción…
PARA REGRESAR A LA PREHISTORIA

Sabiendo esto, ¿Por qué insisten en ese modelo? De manera criminal, el documento expresamente señala que lo que el país debe hacer es amoldar su cultura de la necesidad a la capacidad del aparato productivo, volver a los patrones de vida originarios de nuestra cultura aborigen, es decir, vivir como lo hacían los indios antes de la llegada de Colón; nos pide no compararnos con otras economías más evolucionados sino vernos con “ojos propios”, sin imposición de culturas consumistas ni inversiones que signifiquen privilegiar intereses foráneos, en pocas palabras, encerrarnos en una burbuja, desconectarnos del mundo, acostumbrarnos a la escasez y sobrevivir como hacían los aborígenes, mientras los que nos gobiernan viven como ricos.

La salida económica que propone el PSUV está tan alejada de la realidad y de la verdadera naturaleza humana que, simplemente, es una burla a la inteligencia; pero lo que más asusta de ese escenario es que se ha venido cumpliendo de manera inexorable. La razón ha sido desterrada de nuestra economía y, en su lugar, existen una serie de consideraciones sentimentales, ideas primitivas y creencias mágicas, que parecen propias de un aquelarre y no de una sociedad moderna.

Lo que se está discutiendo en el III Congreso del PSUV, bajo el lema del Socialismo del Siglo XXI, es volver a tiempos precolombinos, al más abominable incanato, es el plan de dominación más absurdo y patético del que se tenga memoria en la historia de las ciencias sociales. Si no me creen, lean – yo traté de ahorrarles el mal momento - los documentos que ellos llaman “fundamentales”. Estamos en manos de una partida de orates irresponsables. –

Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul

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ALFREDO MICHELENA, LA VERDADERA CONSPIRACIÓN INTERNACIONAL

Mientras que desde el régimen vociferan una y otra vez que hay una conspiración internacional para derrocarlo o realizar un magnicidio, investigaciones serias comienzan a revelar que ellos si están involucrados en conspiraciones internacionales.

Desde que “El Finado” llegó al poder, Cuba contó con el dinero necesario para expandir y consolidar su influencia internacional.  Los Castro ya habían urdido una red de apoyo a la revolución cubana, basada en aquello que lo digno es ser antiimperialista y antinorteamericano, sin importar que ellos sometan a sus ciudadanos. Y que en todo caso el hambre y la represión que sufre el pueblo cubano no es culpa de ellos sino del mismo imperio que les ha puesto un bloqueo e intenta desestabilizarlos.

En esto han caído muchos intelectuales y líderes latinoamericanos, ya sea porque provienen de una trasnochada izquierda marxistoide o porque resienten los desmanes de los norteamericanos en el mundo. Viven una especie de “guerra fría mental” maniquea donde o se apoya a los Castro o se apoya al imperialismo.

Lo cierto es que en esa búsqueda de articular una fuerza antiimperilista - anti EE.UU. claro, pues aliarse con Rusia y China no importa- el castro-chavismo se ha unido con movimientos considerados como terroristas e incluso narcotraficantes  (“pues debilitan al imperio”) sea en la región (las FARC) como en otros continentes en especial en el mundo islámico (Hezbolá, Hamas). Y también con los más repudiados  gobiernos de esa región y condenados por la comunidad internacional, como Libia, Siria o Irán.

Una investigación del “Centro para una Sociedad Libre Segura y del “Instituto de Canadá de Análisis Social y Económico” ha revelado que los regímenes venezolano, cubano e iraní han "armado un Caballo de Troya" para "colocar espías y otros actores nefastos en el hemisferio occidental".

En ella se asegura que los pasaportes venezolanos- manejados por los cubanos- habrían sido utilizados para esos fines y en general dotar de identidad a terroristas internacionales.

Y citan el caso de Canadá donde estos regímenes se articulan con ONG para defender sus revoluciones y hacer espionaje, a través del financiamiento de Centros Culturales,  intercambios y conferencias. Así como atrayendo formadores de opinión canadienses, dando apoyos a los grupos de solidaridad,  vigilando sus diásporas de inmigrantes y captando algunos para sus causas. La actual guerra en Irak (y Siria),con la guerrilla yihadistas del ISIS (o EIIL),  ya cuenta con reclutados en Canadá.

Alfredo Michelena
alfredomichelena@gmail.com
@Amichelena

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ERNESTO GARCÍA MAC GREGOR, EL COMUNISMO NOS GANÓ, VERDADES DOLOROSAS

Un total de 490 mil 192 empresas desaparecieron en Venezuela en los últimos 15 años. De 792 mil 386 compañías que había en el país en 1998, ahora en 2014 solo quedan 302 mil 194, mientras que en Colombia por ejemplo, se crean hasta 200 mil por año. 

A las compañías privadas que quedan les arrecian los controles, las regulaciones, las fiscalizaciones y las sanciones, para desestimular la productividad y hacerlas cerrar e irse del país. Como es el caso de la industria automotriz, cuya venta de vehículos ha caído 76 por ciento desde mayo de 2013 hasta mayo de 2014.  De 49.548 vehículos ensamblados en 2013 bajaron a 7.147 en 2014. Hace días cerro la General Motors después de 65 años de funcionamiento. Indudablemente que la finalidad es acabar con la empresa privada y lo están logrando.

Las leyes del trabajo chavistas pareciera que tuvieran el propósito de beneficiar al trabajador pero en realidad están concebidas para acabar con las fuentes privadas de generación de empleo. La inamovilidad laboral ya lleva 12 años fomentando la vagancia y la vagabundería. No es una medida provisional, vino para quedarse. Pero en el sector público botan a los no chavistas sin contemplación ni pataleo. Fundar una empresa, así sea hogareña, es tan complicado y poco rentable que las que existen tienden a desaparecer. La idea es que todos dependamos del gobierno y cuando eso ocurra vendrán las restricciones a las reivindicaciones. 

Las líneas aéreas extranjeras se están yendo por la deuda gigantesca que no piensan pagar. 45 por ciento de los aviones venezolanos está parada en tierra debido a la escasez de repuestos y porque no tienen para pagar mantenimiento por la falta de divisas. Ipostel suspendió cualquier envío desde Venezuela al exterior: sean cartas, postales, paquetes o encomiendas, así como documentación o mercadería.

Después le toca a Internet. Las embajadas se van, Inglaterra exige visa. Aislamiento total interno y externo.

Hay completo control de las divisas por la dictadura. Habrá tarjeta de racionamiento para todos los productos como en Cuba. 

No hay peor ciego que el que no quiere ver. Que oiga quien tiene oídos…

Ernesto Garcia Macgregor
garciamacgregor@gmail.com
@garciamacgregor

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ENRIQUE MELÉNDEZ, NO OFREZCO CIFRAS… ¿Y?

           Al fin el BCV se destapó. Publicó las cifras de la inflación de abril y mayo: 5,7% en ambos, lo que quiere decir que en sólo dos meses el flagelo ha repuntado 11,4%; una cifra que tumba cualquier gobierno en el mundo o que lleva a un cambio de gabinete económico en el acto, si no fuera porque estos facinerosos que nos gobiernan, tienen secuestrado a la República, y no admiten lo que representa ese rotundo fracaso.

           
Sólo una mente de pollo  podía adoptar semejante actitud: tener encaletadas las cifras relativas al comportamiento del Indice de Precios al Consumidor; algo que no maneja el común de la gente, pero que lo siente en su bolsillo; como sí son importantes para ciertos sectores, desde los comerciantes, hasta las casas de asesoría económica, y cifras a través de las cuales hacen sus proyecciones; lo cual, por lo demás, constituye una forma de confiscación del reporte acerca de los balances, que está en obligación de publicar el BCV, y que llevan a cabo sus técnicos; ya que lo que mueve esta falta de transparencia, en ese sentido, es un fin político: impedir que se evidencie que lo que dice la propaganda oficialista no tiene nada que ver con la realidad.
            Lo que demuestra en sí el poco rigor científico que hay en la conciencia de esta gente, aun cuando se formaron en un ambiente universitario, donde no dejó de estar presente la discusión sobre el positivismo científico; tal el caso de Nelson Merentes, que ha sido profesor de la Universidad Central de Venezuela; Jorge Giordani, que también fue profesor de esta misma casa de estudios, así como investigador del Cendes, un instituto que reunió a lo más granado de la docencia de esa UCV, y donde se forjó una teoría social y económica; como aquella del subdesarrollo y de la dependencia, que tuvo una cierta generalización en la América Latina, bajo cuyas ideas se forjó la famosa obra de Eduardo Galeano, que le regaló Chávez a Barak Obama, “Las Venas Abiertas de la América Latina”, y la cual, por cierto, éste está tan arrepentido de haberla escrita, que ni siquiera hoy en día, según ha confesado, se atreve a leerla, y que sería por donde andarían hoy en día Merentes y Giordani, quienes parece, más bien, que se casaron con aquella visión de mundo.
            Porque, por encima de todo, las cifras que se manejan en esa propaganda oficialista no tienen nada que ver con estas cosas; con estas realidades, digamos, macroeconómicas: el famoso Record Gini; el que mide el grado de desigualdad entre las clases sociales, y que los voceros del oficialismo lo citan una y otra vez, para que se sepa que gracias a la Revolución Bolivariana la distancia entre ricos y pobres se ha acortado aquí en Venezuela. ¿Qué lógica explica esta situación, cuanto tenemos una inflación anualizada de 60% al día de hoy, pero que los economistas estiman que puede ubicarse en el 70 ú 80 por ciento para fin de año?
            Las propias cifras oficiales han revelado que la pobreza extrema creció, y es que esa es la otra cara de la moneda, en que se ha convertido la economía venezolana; partiendo del hecho de que así como se ha desatado el alto costo de la vida; así se ha profundizado la escasez; que es lo peor para una economía, partiendo además del hecho de que el aparato productivo está quebrado. He allí lo que no toma en cuenta el reporte de la inflación del BCV; el impacto también de la escasez, y que es lo que lleva a la gente a pagar lo que sea por determinado producto. ¿Qué sucede con aquella señora que no tiene los 120 bolívares, para comprar una lata de leche; habida cuenta de que sus niños están en la edad de la lactancia?
            Por este camino nos damos cuenta de que, al contrario de lo que ha determinado el Récord Gini en nuestro país, la diferencia entre las clases sociales se ha acentuado. En otros términos: mientras los pobres se han hecho más pobres, los más ricos se han hecho más ricos; habida cuenta de que éstos el capital lo tienen indexado, y que es un recurso con que no cuenta el trabajador asalariado, puesto que a éste se le va un 80% de su sueldo en comprar comida. Es un problema de privación: ¿de qué se priva la señora, antes mencionada, para poder completar para la adquisición de la lata de leche?
            He allí a la precariedad social y económica a la que nos ha conducido este pensamiento tercermundista; que, como lo hacía ver atrás, se quedó en la teoría del subdesarrollo; que hoy en día rechazan sus propios autores, y esto, porque se ha demostrado que esa noción de imperialismo expoliador, que privó durante casi todo el siglo XX (Lenin decía que el imperialismo era la fase superior del capitalismo), y que implicaba un reparto del mundo, y en ese reparto del mundo se consideraba que nosotros éramos el solar de los EEUU, cosa que alimentaba un prejuicio; que dio origen a la famosa ideología nacionalista (Octavio Paz consideraba al nacionalismo como algo embrutecido y embrutecedor).  A pesar de que esta gente no se pela aquella famosa frase del Libertador, de su Discurso de Angostura, donde éste habla de que el mejor gobierno es aquél que le pueda garantizar a la sociedad el mayor bienestar social; la mayor seguridad y la mayor suma de felicidad posible, para citarla en cuanto escenario se presenta.
            Merentes dice que el BCV no da a conocer la cifra del índice de escasez, porque la oposición va a politizar la misma: “Con nuestra miseria no va a tener ninguna paz esta gente”. Yo me pregunto: ¿quién es el que politiza las cifras? Claro, por lo menos sienten pudor, a propósito de la vergüenza que les produce admitir semejante fracaso; un gobierno que ha navegado en petrodólares. De verdad, este Merentes es el típico personaje de nuestra picaresca criolla. Adelantó que la cifra del desempeño económico del primer trimestre del año no le gustaba mucho, pero todavía no la ha dado a conocer. ¿Pudor o cinismo?
Enrique Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo 
                       
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CARLOS SCHULMAISTER, LA PATRIA Y EL MUNDIAL DE FÚTBOL, DESDE ARGENTINA

Cuando juega la selección nacional en los campeonatos mundiales o en la Copa Sudamericana, se produce un fenómeno social de identificación emocional entre los competidores que representan a nuestro país y los millones de argentinos que seguimos las alternativas por la televisión.

La distancia geográfica y cultural que generalmente nos separa de las sedes de esas competencias nos genera una creciente expectativa y una carga de intenso afecto hacia nuestros deportistas antes y durante el tiempo que se hallan afuera.

En esos días andamos excitados y nerviosos, pues por intermedio de la selección todos nos enfrentaremos como nación con los países adversarios. Por lo menos, así lo sentimos.

La apertura de los Juegos Olímpicos se abre con magníficas exhibiciones artísticas y emotivos desfiles de las delegaciones nacionales con sus banderas, en megaestadios abarrotados de gente de todo el planeta.

Antes de cada torneo se izan las banderas nacionales de los adversarios mientras se oyen fragmentos de sus himnos nacionales; cuando llega nuestro turno la emoción nos atrapa inmediatamente pese a la distancia que nos separa de la escena.

En realidad, lo que se halla en juego y lo que produce esa exaltación sentimental y emocional no es tanto una pasión deportiva –el fútbol es la más fanática de las nuestras– sino lo que la competencia internacional representa simbólicamente para nosotros, es decir, un motivo para poner en juego la nacionalidad misma, sentida como síntesis de la dignidad y el honor colectivos. De modo que los eventuales resultados representarán el glorioso triunfo o la ignominiosa derrota de Argentina, metafóricamente, de la patria.

Por unas horas, unos días, unas semanas o unos meses, suspendemos nuestros debates cotidianos y la resolución de nuestros desencuentros societarios –nuestro deporte nacional de tiempo completo– y entonces sí, una sola voluntad, un solo sentimiento y una misma emoción recorren monolíticamente el cuerpo de la Nación y todos nos sentimos nacionalistas en el buen sentido de la palabra. Si llega el triunfo será de todos, igual que la derrota.

Este comportamiento no es una exclusividad argentina, por cierto. Lo singular es que ese sentimiento de unidad nacional aflore tan intensamente tan sólo por un motivo tan circunstancial y acotado como una justa deportiva.

No queremos ganarle a cualquier país y menos a uno latinoamericano, aunque sea Brasil, nuestro secularmente hegemónico vecino sudamericano, sino siempre a los grandes, a esos que manejan el mundo, sobre todo a Inglaterra que tiene buen fútbol, y con la cual tenemos una vieja historia de malas relaciones.

Aunque perdiéramos la Copa igualmente seríamos felices de poder derrotarla tan sólo una vez, al igual que a los EE. UU., ya que no nos satisface ganarle a los africanos, asiáticos o latinoamericanos y perder con aquellos.

Ganarle a Inglaterra o a Estados Unidos es mucho más importante que la consiguiente confirmación de nuestra capacidad futbolística, ya que representa nuestra pequeña revancha, una reparación simbólica de nuestros agravios irredentos. Es, quizá, el único momento en la vida del país en que estamos contestes en un mismo anhelo, y que, aún provisoriamente, deponemos las armas entre nosotros y nos sentimos purificados por esa ocasión de gozo y sufrimiento compartidos, que nos "une" transitoriamente por encima de nuestras disensiones habituales.

Si ganamos, la alegría y el festejo nos seguirán uniendo un rato más, y haremos todo lo posible para volvernos tiernos y simpáticos todos: pueblo, gobierno, instituciones y grupos sociales para no interrumpir la magia de la apoteosis colectiva. Mientras tanto, pensaremos con tristeza que así como somos "grandes" en el fútbol podemos serlo en otros aspectos, como la economía por ejemplo. Y filosofaremos acerca d por qué no podremos ponernos de acuerdo para construir un país como la gente siendo que la naturaleza nos dotó de todo lo que se nos ocurra. En cambio, si perdemos, buscaremos el consuelo de lo que pudo haber sido o de lo cerca que estuvimos de..., o de lo feo que lo pasó tal o cual jugador "enemigo".

En todo caso, cualquiera sea el resultado de la justa, lo viviremos como un triunfo y una alegría o como una derrota y un nuevo dolor popular.   

Esta es una de las formas actuales de construcción de identidad en tiempos de crisis de la modernidad, por cierto, supletoria y fragmentariamente, lo cual es peligroso en un contexto social que bordea la posibilidad de caer en la anomia, y en el que el fútbol, además de ser una poderosa industria es una herramienta política eficaz del Estado contemporáneo.

En definitiva, nos hallamos en presencia de una tensión espiritual colectiva que no se origina en sus aparentes motivaciones deportivas sino que actúa por desplazamiento de la competencia político-económica internacional entre un país como el nuestro –insuficientemente desarrollado después de dos siglos de haber optado por construir su soberanía nacional– y naciones pertenecientes al núcleo de los poderes centrales del sistema mundial, en una situación histórica donde esta confrontación es para nosotros sumamente difícil de sostener por la desproporción de ambas fuerzas.

La competencia deportiva "empareja" las potencias en pugna y permite imaginar la posibilidad del triunfo de los cada vez más pequeños y débiles, de los David (nosotros) frente a los Goliat. La movilización de las energías espirituales de los argentinos se convierte así en un factor dinámico disponible para la ilusión y la fantasía del resurgimiento nacional. Un estallido de nacionalismo popular compensa simbólicamente las frustraciones colectivas como sociedad política a través de un tema menor que, sin embargo, permite rescatar y poner en tensión una sorprendente vitalidad colectiva que dura poco tiempo. Algo que ya no logra producirnos un acto patrio, ni un discurso apelativo a las reservas morales de los argentinos, puesto que la patria, ésa con mayúscula, muy pocas veces nos ha convocado a la celebración de la vida, ya que siempre nos ha demandado sacrificios y eso nos ha ido alejando espiritualmente de ella en forma veloz y creciente.

La presencia de nuestros símbolos nacionales en esas circunstancias, junto a los de las potencias políticas y económicas del mundo, dispara nuestros sentimientos fraternales y actúa como pocas veces en nuestras vidas, galvanizando los más diversos componentes de nuestra dimensión patriótica tal como predominantemente ha sido plasmada en nosotros, es decir con connotaciones místicas y míticas.

Lo mismo nos ocurre con los "astros" deportivos en general, cuando su prestigio trasciende la Argentina. Los idolatramos, los adoramos y nos sentimos sus hijos, sus hermanos y sus padres, puesto que nosotros los hemos producido, es decir, la patria, este suelo y este aire, la Argentina, esta sociedad anónima de la que cada uno es accionista. Depositamos en ellos el amor y las gracias por los momentos de gloria que nos han brindado pero vamos más allá al transferirles nuestra representación ante el mundo como expresión de lo argentino, de la patria y del pueblo, aunque no del gobierno al que nunca damos por nuestro.

Esos ídolos populares, entre los que se incluyen los musicales, ocupan cada vez más lugar en nuestros corazones, en desmedro del privilegiado espacio que antaño ocuparan los grandes caudillos y líderes políticos, así como el club deportivo reemplaza y monopoliza crecientemente devociones que antes correspondían al partido político. Convertidos en mitos populares pasan a formar parte de la historia del pueblo, como símbolos sociales y anclajes de la memoria colectiva.

Ello no significa que hayamos crecido y superado nuestra necesidad colectiva de un padre o de un padrastro, sino tan sólo que lo que antes era un espacio simbólico de carácter público hoy se ha privatizado, y cada uno rellena ese hueco como puede, con "lo que hay". Después de dos siglos de existencia continuamos en la edad de la infancia, y no sabiendo vivir sin una ley, sin una política y sin una dosis de fuerza que se nos imponga, nos obliguen nos reforme y nos dé seguridad, nos resistimos a crecer y nos volcamos hacia afuera de nosotros mismos en el amor que le brindamos al ídolo, en un renovado proceso de alienación que junto con otras irracionalidades no nos darán seguridad, pero por lo menos nos anestesiarán los dolores del alma, lo cual nos permitirá soportar la zozobra y las angustias que como pueblo nos provocan las tribulaciones de la vida cotidiana y la pérdida de la esperanza.

He ahí la importancia de los ídolos y de los mitos, que cuando están vivos nos ayudan a sobrevivir sin disgregarnos del todo, tanto en nuestra interioridad como socialmente. Sin embargo, a pesar de su función terapéutica, entre otras, con frecuencia se escuchan voces de intelectuales, periodistas y comunicadores que descalifican este comportamiento típicamente nuestro, sobre la base de reputarlo como expresión de un patriotismo cavernario, elemental, frívolo, evidencia de inmadurez, de resentimiento social y hasta de cobardía para acometer la lucha principal que nos cabe como sociedad y que es principalmente de carácter político por su carácter abarcador de otros desafíos.

No comparto esa posición, ni aún en el caso de una Argentina distinta a la actual, es decir, si fuéramos una nación próspera, seria y ordenada, ya que esas competencias son una de las pocas ocasiones en que el desplazamiento de una problemática político social a otro terreno en el cual es posible alcanzar una resolución simbólica de aquella, no constituye fuga ni olvido sino otra forma de conservar la memoria de lo principal y de realimentar el sentido de lo nacional ausente en lo que tiene de identificación del nosotros y de los otros, ya que no lo podemos hacer por otros medios.

Por otra parte, el fútbol, como antes el tango, es popular, pero de pueblo mayoritario, que es pueblo de abajo, por lo que es representativo de los anhelos y las frustraciones colectivas; y también es fiesta dominical y juego con un adversario que es de los nuestros. Por eso, cuando Argentina juega en el exterior a veces no es juego, es simulacro nacional de guerra nacional, ya que el partido equivale a una guerra localizada con veintidós combatientes y dos ejércitos de reserva de millones de soldados. Pero nos une, que no es poco. Y que siempre es un buen comienzo para empezar algo. Sobre todo cuando, a diferencia de los estados totalitarios esa unidad no es para la agresión ni la conquista exterior sino tan sólo, como en el caso argentino, para reflotar las solidaridades populares y autoconvocarnos simbólicamente para la defensa de la Argentina.

No es cierto que la mera vigencia del fútbol-circo implica cobardía o incapacidad popular para acometer el desafío de la lucha política desde un planteo nacional. Esa es una visión paternalista e hipócrita; además, los hechos lo desmienten cotidianamente ya que el fútbol no es un soporífero del cerebro sino un sedante del alma: la protesta social no está ausente de las calles porque las masas estén en las canchas o frente a los televisores pues la gente está saliendo de los vapores de los narcóticos ideológicos de turno, y a los falsos ídolos que ayer levantó hoy los está haciendo añicos contra el suelo. O sea que la pasión futbolera no impide usar el cerebro.

Además, es falso que el fútbol sea plebeyo, vulgar o impropio de una nación respetable. El fútbol es parte de nuestra cultura como otras tantas cosas buenas y malas, lindas y feas, que nos caracterizan. Lo que es vulgar y no respetable en la Argentina es la defección y la traición al pueblo de la mayoría de los sectores dirigentes del campo político y económico, junto a muchos de sus intelectuales.

En definitiva, ese "patriotismo" emergente en las grandes competencias internacionales, aun siendo una expresión fragmentaria y desviada de la identidad nacional, no es una expresión decadente de nuestra cultura sino una muestra de la vitalidad del sentimiento de amor comunitario y un pequeño espacio simbólico de la patria popular.

Carlos Schulmaister
carlos.schulmaister@gmail.com


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MANUEL MALAVER, EL CASTROCHAVISMO Y EL FIN DEL “MODELO DE SIMULACIÓN DEMOCRÁTICA”

Fue pertinente y audaz la lectura que hizo el marxismo náufrago o tardío de la caída del Muro de Berlín y del colapso del comunismo entre 1989 y 1991 y que, muy apresuradamente, podría resumirse así: no más stalinismo sin anestesia como modelo ideológico, económico y político, y en cuanto a la toma del poder, renunciar a las formas de lucha violenta (guerrillas, insurrecciones, golpes de estado) y optar por participar en elecciones burguesas que podrían procurar los mismos fines, pero sin derramamiento de sangre, ni la mala imagen que generan las violaciones masivas de los derechos humanos.

En otras palabras: que el fin de la “Guerra Fría” que significó la derrota, quiebra y bancarrota del marxismo como filosofía y utopía política, establecía, también, un nuevo orden internacional cruzado con la libertad, la democracia y el estado de derecho y sobrevivir políticamente obligaba a acatarlos, al menos, en teoría.
En este orden, el populismo y el nacionalismo se prestaban idealmente para la “simulación perfecta”, pues, de un lado, permitían movilizar a las masas de electores con las mismas (o casi la mismas) estafas socialistas, y del otro, ofrecían la oportunidad de flamear las banderas anticapitalistas y antiimperialistas tan caras a los hijos de Marx.
Lo esencial, en todo caso, era crear una barcaza para naufragar sin hundirse, ponerla a navegar a la orden de todo el que quisiera abrazar el experimento y arriesgarse a un nuevo fracaso que, ahora, resultaría escandalosamente ridículo.
Hugo Chávez fue el primero de los líderes izquierdistas post “Guerra Fría” en inscribirse en la aventura, no sabemos si de la mano de quienes fueron sus mentores políticos en la cárcel de Yare, Luís Miquilena y Manuel Quijada, o por consejería de Fidel Castro en las visitas que realizó a La Habana entre 1994 y 1998.
Lo que sí es cierto es que el viejo Castro -el lobo, el zorro, el caimán Castro- no creyó jamás en que los soles del marxismo se habían apagado, y muy temprano, desde 1992, fundó y patrocinó con comunistas y socialistas latinoamericanos una organización, el Foro de Sao Paulo, que tenía como misión mantener viva la llama de la revolución, y eventualmente, reconducirla al poder.
Vale la pena reseñarlo como ironía: pero mientras en Estados Unidos, el recién electo presidente Bill Clinton, se planteaba reducir al máximo a la CIA y la “Task Force” norteamericanas, -porque desaparecido el comunismo ya no eran “tan necesarias”-, en el Caribe el caimán barbudo se relamía antes de engullir sus restos.
Hugo Chávez junto a Fidel Castro en 1994.
De ahí que, cuando Castro conoce a Chávez en diciembre de 1994, cae fascinado, delira: era el hombre que estaba esperando: es militar, dio un golpe de estado que fracasó pero le procuró un inmenso prestigio popular, podría ser presidente de un país petrolero y, lo que es más importante, sabe hablar, discursear y expeler la demagogia necesaria para barrer en cualquiera contienda electoral.
No se equivocó, y en diciembre de 1998, un Chávez que, aparentemente, había renunciado a la violencia y al golpe de Estado, y dice que acabará con las injusticias, la desigualdad, y la corrupción, e instaurará una “verdadera democracia”, participa en unas elecciones presidenciales y las gana con números apretados, pero irreprochables.
Digamos que, a partir de ahí, comienza una de las obras de simulación política más cuidadas, orquestadas y exitosas de la historia, pues si bien Chávez, de puro ególatra y narcisista, juega siempre a ser el caudillo, el profeta armado, revolucionario y redentor, en lo fundamental, no olvida que debe reivindicar su versión de la democracia (“participativa y protagónica”) y presentarse como su creador y constructor.
Sería largo -y no es el objeto de este artículo- historiar cómo se desenvolvió el modelo de “simulación democrática” durante los 14 años que Chávez permanece en el poder, pero lo que sí es cierto, es que con retrocesos, avances, desvíos, choques y tropiezos que no impiden aproximarlo al poder total o neototalitarismo, el teniente coronel jamás lo desechó, y aun en las peores contingencias, sostuvo que era unA demócrata y respetaba las reglas que, por lo menos, estaban en la Carta Magna que una constituyente le había aprobado en el 99.
Era una plataforma híbrida, donde las libertades burguesas persistían pero dejando atajos para ser violadas por un excesivo presidencialismo, pero que, en general, podían proclamarse para demostrar que había nacido un nuevo socialismo, el del “Siglo XXI”.
No fue una concesión gratuita, pues, rápidamente percibió que era una mascarada o comparsa que se prestaba a engañar a demócratas de todo cuño, ya que, aplicaba normas del estado de derecho de manera instrumental, y creaba la ilusión de que era un jefe de estado plural, al que, en algún momento, por las rendijas constitucionales que permitía, se le filtraría un aluvión de protestas, una explosión social, que concluiría desalojándolo del poder.

La gran pregunta es: ¿Por qué si el “modelo de simulación democrática” le fue tan útil a Chávez y lo sostuvo, al menos, en teoría hasta su muerte, sus sucesores, con Nicolás Maduro a la cabeza, lo echaron por la borda y se han lanzado a imponerle a los venezolanos una dictadura cívico-militar, o militar-cívico de tipo clásico, ortodoxa, de las que en la última mitad del siglo XX infestaron al Caribe, Centro y Sudamérica?

Evidentemente que, la respuesta no es otra que por el agotamiento del modelo, el cual, para los días de la muerte de Chávez, ya hacía aguas por los cuatro costados, y sostenerlo con otros mecanismos que no fueran la represión, conducía a una derrota segura cercana al suicidio.
Cuando Chávez muere, en efecto, ya la inflación traspasa el 50 por ciento, el desabastecimiento de alimentos y medicinas luce como un mal crónico, la inseguridad cobra 25 mil víctimas al año, los servicios públicos empiezan a desaparecer, y el experimento socialista, no solo ha colapsado al aparato productivo agrícola e industrial, sino también a PDVSA, que producía los dólares para soslayarlos a través de importaciones.

De modo que, pensar que el sistema se sostendría con artilugios, dando impresiones, manteniendo espacios que justificarán y activaran las protestas, era exponerse a ser arrollados en el primer empellón.
“Maduro y sus militares” tuvieron el primer anuncio de este aterrador pronóstico cuando el candidato opositor, Henrique Capriles Radonski, le aplica una derrota estrepitosa por cerca de un millón de votos en las elecciones presidenciales del 14 de abril del 2013 y su llamado a combatir el fraude en la calle encuentra respuesta en todo el país.

Capriles desmoviliza a sus seguidores a los dos días, pero fue evidente que Maduro, los militares, y los reyes detrás del trono, los dictadores Fidel y Raúl Castro de Cuba, decidieron arreciar la ofensiva, y un nuevo fraude ejecutado en las elecciones para alcaldes del 16 de diciembre del mismo año, ya es acompañado con la decisión de barrer de la calle a los que se atrevan a protestar.

Es la política que se enfrenta a las manifestaciones estudiantiles que arrancan el 12 de febrero pasado y cuyo resultado (hasta ahora) es el siguiente: 49 ciudadanos asesinados por cuerpos policiales, militares y paramilitares “por protestar”, 400 heridos, otros tantos torturados, 150 detenidos, y 1500 expedientados e inscritos en una lista de “peligrosos”.

Concomitantemente: de los tres líderes de la oposición que se pronuncian a favor de los estudiantes y denuncian que el sistema deriva hacia una dictadura manejada desde Cuba: Leopoldo López, es encarcelado y espera por una condena que se piensa pasará de 20 años, y María Corina Machado y Diego Arria son acusados de magnicidio y se les busca para que corran la misma suerte de López.

En cuanto a la otra oposición, la que se aloja en la MUD, parece que deshoja la margarita, y no termina de creer y comprender que los tiempos de la “simulación democrática” terminaron y que se confronta a la dictadura con la fuerza, con la violencia a que nos autoriza la Constitución, o perecemos.
Dicotomía, dilema, perplejidad, dudas, ser o no ser, que los líderes de la oposición deben considerar con extrema urgencia, en la vía de crear una unidad sólida, por que si no, Venezuela concluirá en una provincia cubana con libreta de racionamiento, balseros, ergástulas y paredón de fusilamiento y todo.

Manuel Malaver
manumalm912@cantv.net
@MMalaverM

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