VLADIMIRO MUJICA, |
Hay
muchas respuestas posibles a la pregunta del párrafo anterior: una es que se
trata de un caso de voluntarismo primitivo, promovido no solamente por la
ignorancia de la naturaleza del quehacer científico, sino por una cierta
actitud, simultáneamente arrogante y vacua, según la cual los revolucionarios
lo pueden todo a fuerza de corazón y amor al pueblo. Esta, sin duda la
interpretación más benevolente de estas y otras acciones que han ido poco a
poco demoliendo el país, no se sostiene en los hechos. Ya hemos visto el
desastre de los médicos comunitarios, de los ingenieros improvisados y de las
universidades de segunda que se han creado durante estos últimos quince años.
La revolución del atraso ha fracasado en crear al hombre nuevo del socialismo
del siglo XXI que ve el futuro con cabeza erguida y corazón abierto, y en su lugar
cada vez hace peor y más mediocre a nuestra nación.
A
la conjetura del voluntarismo primitivo, hay que añadirle la dimensión de un
pensamiento relativamente menos ramplón y más elaborado que se fundamenta en la
creencia de que para hacer ciencia para la gente es necesario destruir la
noción de jerarquía intelectual y respeto por el conocimiento en que se
fundamenta la investigación científica. En los proponentes de la destrucción
del IVIC se aprecia claramente la intención de transformar a la comunidad de
investigadores y asistentes de investigación, con roles bien definidos, en una
especie de aldea comunal de cultores indiferenciados de una mezcla de saberes
populares y ancestrales con ciencia, tecnología e innovación. Un esquema
comunal similar fue practicado durante la revolución cultural china: quien hoy
ejercía como ingeniero mañana debía limpiar los retretes, para que nadie se
sintiera ni indispensable ni especial. La imposibilidad de esta forma de
trabajo puede apreciarse con claridad a través de una simple comparación con
otras actividades humanas: así como a nadie se le ocurriría sustituir a un
general por un soldado bisoño en la conducción de un ejército; ni a un
neurocirujano por un estudiante de medicina en una operación compleja del cerebro;
ni al director de una orquesta por el primer violín, del mismo modo no es
posible transgredir e ignorar la experiencia y el conocimiento en la práctica
de la investigación.
Todo
esto no pretende ignorar que la ciencia, además de una maravillosa aventura de
crecimiento individual que está asociada al placer de saber cómo funcionan las
cosas, es una actividad social de primerísima importancia y que, en
consecuencia, está sujeta a las presiones políticas y sociales inherentes a
este carácter. Los científicos tienen la responsabilidad de rendirle cuentas a
la sociedad y la dirigencia de la sociedad, especialmente el liderazgo político
y el gobierno, tienen la obligación de entender la naturaleza del quehacer
científico para promover políticas públicas hacia el bien común. En particular,
la pretensión de eliminar la ciencia elitista no califica como política
científica y evade el debate de fondo sobre el hecho de que la distinción entre
ciencia básica y ciencia aplicada es, en buena medida, un asunto semántico y
que la una y la otra existen en simbiosis. Lo mismo vale para la promoción de
la tecnología y la innovación, o para la protección de los saberes populares.
Todas estas actividades deben tener un espacio y programas de financiamiento y
promoción que estimulen y protejan la libertad de pensamiento y creación y el
crecimiento de todos los sectores de generación del conocimiento.
La
concepción comunal destruye este carácter diferenciado y convierte la
generación de conocimiento, ancestral o científico, en un batiburrillo
intrascendente.
Queda
sin embargo una última dimensión cuya consideración es indispensable para
responder mi pregunta inicial que aquí parafraseo en un contexto más general:
¿Por qué se pretende destruir las casas de conocimiento del pueblo, el IVIC y
las universidades nacionales, si se sabe que esto va contra los intereses de la
nación? La respuesta más simple e indignante es que a la oligarquía chavista
nada de esto le importa un bledo. La revolución del atraso ha devenido simple
pelea por el poder, bien en su dimensión nacional, lo que implica la captura
por asalto de las instituciones generadoras de valores culturales y éticos como
las universidades, la iglesia y la escuela, o en su expresión más corrupta
asociada a los conflictos internos del chavismo. Esa perversa pelea por la
supremacía es probablemente la clave para entender porqué se usa el poder
contra el pueblo, destruyendo lo que le pertenece y lo que podría contribuir a
que nuestra gente viviera mejor.
La
concepción comunal destruye este carácter diferenciado y convierte la
generación de conocimiento, ancestral o científico, en un batiburrillo
intrascendente.
Queda
sin embargo una última dimensión cuya consideración es indispensable para
responder mi pregunta inicial que aquí parafraseo en un contexto más general:
¿Por qué se pretende destruir las casas de conocimiento del pueblo, el IVIC y
las universidades nacionales, si se sabe que esto va contra los intereses de la
nación? La respuesta más simple e indignante es que a la oligarquía chavista
nada de esto le importa un bledo.
Vladimiro
Mujica
vladimiromujica@gmail.com
@VladimiroMujica
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