BEATRIZ DE MAJO |
Cierra el año y en
Beijing quienes rigen los destinos de la poderosa nación asiática se han
encargado de que su calificación como la economía más grande del planeta le dé
la vuelta al globo. Con el respaldo de las cifras del Fondo Monetario no es difícil
conseguir la atención de la comunidad internacional, sobre todo cuando se
anuncia el hallazgo de su primacía económica asegurando que el país asiático ha
sobrepasado en tamaño nada menos que a quien ha sido líder en las últimas
décadas: los Estados Unidos.
Otras
cifras no tan cacareadas son igualmente dicientes que las del FMI en
cuanto a las dimensiones del gigante, pero en
terrenos menos honrosos. Porque es que el país igualmente exhibe musculatura de mayúsculas proporciones en
campos que no producen precisamente orgullo.
En la actualidad la
participación de China en las cifras mundiales que tienen que ver con los volúmenes de pobreza extrema que
alberga el gigante, por ejemplo, es
dramática. ¿Sirve para algo ser el
más grande en talla económica cuando China es la tercera nación en
acoger ciudadanos sumidos en la marginalidad, en fila detrás de la depauperada de Africa Sub-sahariana y
de la India?
Mientras en los últimos 20 años 680 millones de seres
hayan sido rescatados de las garras de la miseria gracias a la inercia de la
apertura económica china, resulta paradójico que todavía 12% de sus ciudadanos califiquen en la categoría de la más extrema pobreza.
Entrando ya en el
tercer lustro del siglo, cerca de 170 millones de los súbditos chinos aún viven
con poco más de 1.25 dólar cada día y
uno de cada 6 de los pobres del planeta viven en suelo chino. ¿Qué tal
si ponemos de relieve que dos quintas partes de los pobladores de la inmensa
potencia ( 40%) ganan menos de una sexta parte
del ingreso nacional ( 15%)
mientras que los dos quintos mas favorecidos ( 32%) se quedan con la mitad del
ingreso de la hoy primera economía del orbe?
Volviendo al tema de
la fortaleza económica, no puede vanagloriarse ninguna nación de ser la más
grande cuando la redistribución de la riqueza es tan precaria como la china. Un
país cuya economía ha gozado de tasas de crecimiento de dos dígitos durante
tres décadas no debería evidenciar
fracturas sociales tan flagrantes y vergonzosas. El per capita del país lo hace figurar en el
puesto 87 en el ranking mundial detrás de naciones como Irak y Borswana.
La inercia de estas
cifras es lo que no tiene excusa. Es claro que la sola política de puertas
abiertas ha llevado a cada hogar una porción de la bonanza experimentada por el
país pero, igualmente, una sociedad que
crece aceleradamente a lo largo de períodos prolongados de tiempo,
provoca perversas tendencias a la desigualdad.
Así pues, a los más
grandes del planeta aún les quedan
montañas de esfuerzo por emprender para
que, por ejemplo, una mejor educación se
manifieste a través de mejores salarios. Los líderes deben aplicarse a
conseguir que sus zonas rurales alcancen
los niveles de productividad de las ciudades para evitar las inhumanas
migraciones a las urbes. Políticas como la de “un solo hijo” que igualmente
provocan distorsiones significativas deberían ser abolidas por completo.
En síntesis, ser
menos grande y más equilibrada jugaría mucho en favor del mantenimiento del
liderazgo planetario que, sin duda, el
gran dragón ha alcanzado.
Beatriz De Majo
bdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo
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