A comienzos del siglo pasado empezó la industria petrolera de Venezuela.
Varias empresas internacionales habían venido desarrollando la tecnología para
sacarle al suelo ese líquido negro y apestoso que servía, luego de separar sus
componentes, como energía para mover máquinas.
Es posible que el presidente Cipriano Castro y luego su compadre Juan Vicente Gómez hubiesen visto la forma de meterse unos cobres a través de “concesiones” que permitían, a quienes la tenían, sacar y vender el hidrocarburo. La concesión la otorgaba directamente el presidente, así que la mayoría fue a parar a manos de amigotes quienes en su ignorancia petrolera contrataban a alguna empresa para les hiciese el trabajito.
Pero lo cierto es que el negocio del petróleo crecía rápidamente pues había
mucho. Pasó a ser un factor de cambio importantísimo para el país. Las empresas
le pagaban al Estado cada vez más y los gobiernos, sin poner un céntimo, se
hacían más ricos cada día.
Y como nuevos ricos empezaron a gastar a manos llenas. Les atraía ser
como esos países modernos y construyeron ciudades, escuelas, hospitales,
carreteras, hoteles Y en pocos años Venezuela pasó de ser un pueblo arruinado,
campesino básico, inculto y lleno de
malaria al de gente con corbata y moda que va al teatro. Lo que no cuesta
hagámoslo fiesta. Solo había que firmar un decreto, dar una nueva concesión,
que lo demás ya lo había puesto Dios hacía tiempo y era, eso sí, era nuestro.
Poco a poco el país se llenó de pozos de extracción, de plantas de gas,
de refinerías, de oleoductos, de talleres, de logística acuática. Varias
empresas internacionales de primer orden operaban con la mejor tecnología
disponible.
Y mientras el negocio petrolero seguía su expansión y progreso el Estado
venezolano seguía en su hamaca estirando la mano en la seguridad que vía
impuestos recibiría, puntualmente, los dineros de las empresas. El Estado, con
poco esfuerzo, crecía en burocracia y en beneficios gratuitos para los
ciudadanos. Escuelas y Universidades gratis, hospitales gratis, obras de todo
tipo y su mantenimiento pagados por el Estado.
Llegó el día en nacionalizar la industria. Afortunadamente casi todos
los puestos gerenciales y técnicos estaban ya ocupados por venezolanos. Y la
fiesta siguió. El petróleo seguía dando.
El Estado ponía lo que Dios nos dio y otros, con mucho esfuerzo, lo
convertían en dinero que seguía gastando el Estado.
Después de cien años todo sigue con el mismo esquema, solo que ahora
somos millones más para educar, cuidar y alimentar. Para colmo se adoptó un
proyecto comunista que maximiza el uso de la limosna para conservar el
poder, que odia a los empresarios y que realizó una poda de gerentes y técnicos
de la industria petrolera que ha impedido su crecimiento.
PDVSA agoniza y ella arrastra al absurdo
régimen actual. La única fuente de ingresos del país no ha crecido en los
últimos años y, así, inmóvil cual cadáver espera su final.
Eugenio
Montoro
montoroe@yahoo.es
@yugemoto67
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