sábado, 13 de septiembre de 2014

PEDRO R GARCÍA, ANTECEDENTES HISTÓRICOS DE LA RAÍZ DE LA CRISIS ECONÓMICA ACTUAL. PUNTO DE QUIEBRE

Ubicando algunas pistas…

Es oportuno el debate para traer algunos testimonios referentes a la situación económica del país al inicio del siglo pasado. 

Es importante destacar que hay una carta escrita el 24 de enero de 1900 por el doctor Carlos Bruzual Serra, natural de Cumaná, quién fuera uno de los exitosos abogados, considerado uno de los más hábiles litigantes y de sólida formación como legista de Caracas, quién fuera ministro de Obras Públicas, Fomento, y Hacienda y Crédito Público durante la presidencia del General Joaquín Crespo; precisamente,  ocupando este último cargo, y con el apoyo irrestricto de Jacinta Parejo, esposa de Crespo, en 1897, fue candidato presidencial en el partido liberal amarillo, donde, pese a lo que significaba ese respaldo de mucho peso, se terminará escogiendo a Ignacio Andrade. 

Este hecho lo llevará a ser ministro plenipotenciario de Venezuela en Francia y Alemania entre 1898-1900. Estando en París, en doctor Bruzual Serra dirigirá una carta a Cipriano Castro, en la que resalta la situación agrícola del país, la necesidad de diversificar la producción y desarrollar las pequeñas industrias, condiciones básicas para limitar la dependencia de los países industrializados, de las grandes potencias con su política imperialista, de manera similar a lo que hicieron posteriormente con respecto al petróleo, lucrándose con nuestros frutos de manera inmoderada, al tiempo que amenazaban con represalias si hubiésemos osado aumentar los precios de exportación. Como aún sucede en nuestros días, los venezolanos aún dependemos del exterior para nuestro consumo interno, tal como acontecía en 1900 con el café y en nuestros días con el petróleo. Una excelente referencia para juzgar a nuestros sucesivos gobiernos en cuanto a su eficiencia y eficacia para desterrar ese mal congénito que es la “Agricultura de Puertos” la cual disfruta de carta de ciudadanía por un larguísimo período que ha desembocado sin cambios en el  presente. En esa esquela señalaba Bruzual Serra lo siguiente:

… que el café representa hoy para nosotros la principal si no la única riqueza. Hemos tenido y tenemos, pues, todo nuestro bienestar cifrado en el precio de un solo fruto. Esto por sí sólo es un gran peligro que, desgraciadamente, hemos visto convertido en verdadera calamidad por más de una ocasión, cada vez que el fruto ha sufrido una notable baja. Es evidente que las crisis económicas no sucederían tan frecuentemente, si Venezuela contase con otros productos que viniesen a equilibrar las bajas del café. Nuestro café vale en Havre 55 francos el saco de 100 kilogramos, pero ese saco paga en Francia por derecho de importación 156 francos, esto es, tres veces lo que vale el café puesto en Havre. Y ese enorme impuesto viene rigiendo en Francia después de la guerra franco-alemana de 1870 hasta la fecha, sin que los países principales productores de café, como Brasil, Venezuela, Centro América y Colombia, se hayan puesto de acuerdo para llegar a un acuerdo razonable con la Francia, tendiente a modificar esa tarifa escandalosa. Así es la verdad, que nosotros compremos al extranjero mantequilla, queso, pescados conservados, jamón, frutas en su jugo, en fin, conservas, confituras de todo género, y lo que es más grave aún, hasta maíz y caraotas. Es decir: importamos el desayuno, el almuerzo y la comida, y enviamos por ello al extranjero una suma respetable en oro, oro que tanto necesita el país.

Castro está muy consciente que la descripción que le ha hecho Bruzual Serra es de capital importancia: ella impera como preocupación  en el estamento político y económico; la descripción es muy similar a la que sostuvo uno de los testigos presenciales de ese momento, Delfín Aguilera, quién  señaló en su testimonial lo siguiente:

La Venezuela agrícola de esta fecha no produce más que la de 1808, ni sus cultivadores saben más que los de aquella fecha, y en esto ven muchos el verdadero origen de nuestro atraso.

El texto que antecede  ofrece una visión de la situación agrícola del país y en su estado innegable. Para acometer seriamente una política para alcanzar el logro de satisfacer la necesidad de diversificar la producción y desarrollar las pequeñas industrias, condiciones básicas para limitar la dependencia de los países industrializados, era obligado contar con una clase productora, la de los grandes propietarios de la tierra, cuya expresión política era el Partido Liberal Amarillo, que representaba la disgregación feudal, acorde con la ideología y los intereses de la clase terrateniente venezolana, que había venido ejerciendo el poder desde 1864 en virtud del triunfo de la Guerra de la Federación hasta el advenimiento del Partido Liberal Restaurador de Cipriano Castro.

La población del país estaba estimada en aproximadamente un poco más de 2.300.000 habitantes, de los cuales 150.000 lo representaban los propietarios de la tierra, en su mayoría de medianos propietarios, es decir, los campesinos ricos, llamados hacendados, que no alcanzaban el rango de grandes señores de la tierra (verdaderos latifundistas) que sólo estaban representados por una ínfima minoría, entre los que estaban, Páez, Guzmán Blanco, Joaquín Crespo y buena parte de quienes como ellos lograron alcanzar esta posición utilizando el poder político para apropiarse de las tierras; y 2.150.000 los preteridos. De esta población total, 300.000 vivían en pueblos y ciudades, es decir, era la expresión de la población urbana y más de 2.000.000 vivían en el campo, dedicados a labores agrícolas y pecuarias.

Veamos cómo se nos mostraban esos hacendados en la Venezuela de este tiempo. Aguilera señala en primer término que ellos eran “la primera persona después de nadie”, ignorantes de la técnica agrícola y de administración de empresas, con una dieta barata acostumbrada que se había impuesto en la mesa de los venezolanos, bien en las haciendas o en las ciudades, constituida por un poco de carne, arroz blanco, caraotas negras, algunos tubérculos cocidos y como postre alguna fruta, aunque solían comer de manera abundante, la mala alimentación que se suministraban los propietarios de la tierra, irremisiblemente los conducía a la desnutrición, al punto de que Aguilera deja constancia que era proverbial “que cuando algún venezolano pudiente realizaba un viaje de salud a Europa, y allá se hacía reconocer por algún médico, éste le decía después del largo examen: “Usted lo que tiene es hambre: aliméntese mejor”. Sin duda alguna este no es el cuadro que puede caracterizar a un estrato social elevado y poderoso, sino expresión de las limitaciones propias de las clases rurales medianas que representaban a los campesinos ricos. Además, Aguilera reseña su calidad de vida mediante la siguiente expresión:

Aparte de esto, se dan casos de verse el hacendado pudiente en calzoncillos y guardacamisa o tocana, cuando no se permite el lujo de un liqui-lique arrastrando sus alpargatas en chancletas, mientras la señora, desgreñada y sucia, hurga el fogón, y los chiquillos sarnosos y hambrientos, moquean sobre el puchero. Pero esos detalles y algunos otros en nada influyen sobre el espíritu caballeresco y medieval de los hidalgos criollos, los cuales conservan el derecho de pernada sobre las doncellas del peonaje. Referir aventuras de esta laya es una de las más frecuentes y deliciosas manifestaciones que de un refinado gusto, cultura y moralidad suelen dar los explotadores de la gente campesina. En alguna hacienda de alta categoría podrá encontrarse un ejemplar de alguna mala novela galante, pero será muy difícil encontrar un ejemplar de un periódico como la América Científica.

El cuadro anterior nos da un diagnóstico aproximado de estos productores, además, agregará Aguilera que

Al hacendado no se le debe ninguna iniciativa para modificar el medio en que vive: ahogado e incapacitado por la ignorancia propia o por la ajena, o por ambas, y por la maligna indiferencia o desidia de cuantos se acogen a su sombra, está condenado a ver consumirse o desaparecer cuanto no atiende por sí mismo.

La otra clase social del campo, la clase campesina o trabajador agrícola, perteneciente al más bajo estrato de la estructura social venezolana, que conoceremos como el peón, un trabajador no calificado que laboraban la tierra en los grandes latifundios y en las faenas de producción del café y cacao, estaba sometida al aboletamiento y el sistema de pago con fichas, que la condenaba a trabajar enfeudado de por vida en la hacienda del señor, sometido bajo la doble condición de semi-siervos y semi-asalariados, de enfeudamiento, es descrita en el testimonio de Aguilera de la manera que sigue:

El Partido Liberal acabó con la esclavitud, según nosotros los liberales y con la libertad según otros.  Dejando esta cuestión a los partidos a cuyas querellas debemos la primacía de la espada, símbolo de las desdichas nacionales, sólo diremos por ahora que el peón venezolano está hoy en peores condiciones que cuando la esclavitud legal. El salario del peón rara vez pasa de dos bolívares diarios, que hacen quince pesos mensuales, suma que recibe generalmente en efectos cuyo valor lleva un recargo leonino; y tanto es esto así que para recomendar el valor de una hacienda no se dice cuánto de su cosecha, sino: la pulpería produce tanto. Toda querella entre él y su patrono se decide en contra suya. El peón se compra por medio de lo que se le fía, se le presta o se le adelanta con usura, y para el cumplimiento del pacto el que lo explota cuenta con las facilidades que le brinda el comisario en cuyo nombramiento influye. Hay hombres especiales para la caza de peones que pretenden eludir, con el cambio de domicilio o de avecindamiento, el pago de sus deudas.  (Volveremos sobre el tema).

Pedro R. Garcia M.
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@pgpgarcia5


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