"Añoro mi gente, las playas, el queso
guayanés; una gran nostalgia acompaña mi existencia", me dice un querido
amigo, aventado por voluntad ajena hacia el norte en busca de un destino más
promisorio en lo profesional y seguro en lo personal.
En las últimas semanas,
dos jóvenes recién graduados en ciencias vinieron a despedirse. Y otros amigos
se marcharon, en mudanza familiar sin retorno. Hace años, hijos y sobrinos se
residenciaron fuera y allá han fundado sus familias, achicando las posibilidades
de compartir vida y abrazos.
Despedir a nuestros afectos se ha vuelto una
triste rutina para quienes nos quedamos. Es una sangría sin precedentes que
arrastra a los jóvenes mejor formados, una hemorragia de talentos de imposible
sustitución en el corto plazo, que ahonda la decadencia a la que el régimen nos
empuja desde hace 15 años.
Iván de la Vega (USB), estudioso del tema
migratorio, estima en 1,2 millones los venezolanos residenciados en 65 países.
Hay 260 mil nacionales en USA, 200 mil en España, 150 mil en Italia y en la
lejana Australia, 10 mil. De ellos, 38% tiene títulos de Maestría o Doctorado y
20% es menor de 18 años, la población en edad productiva o formativa. La
pérdida para Venezuela ha sido ganancia gratuita para otros.
Sobran las razones para emigrar: inseguridad,
precariedad laboral, crisis política. "Las universidades bajo acoso no
generan conocimiento", comenta I. Rodríguez Iturbe (U. Princeton). Dándole
la razón, las cátedras universitarias se vacían: 35% del profesorado de la USB
y 63% del plantel de la Escuela de Química UCV han renunciado en los últimos 3
años, con lo cual Venezuela pierde no sólo los 25 o más años de inversión en
formación sino la generación de relevo.
Explorar las intenciones de emigrar de
estudiantes universitarios es un ejercicio sombrío. De la UCAB, 82% sueña con
irse; de la UCV, 66%; de la UNIMET, 74%. Venezuela expulsa a la juventud mejor
capacitada, ávida de horizontes más fértiles para el desarrollo de sus
habilidades intelectuales.
El documental "La pérdida" (2009;
Javier Angulo y Enrique Gabriel) recoge las vivencias del exilio de científicos
argentinos a partir de 1976. "Me sacaron el piso de debajo de los
pies", Cora Sadoski, matemática; "luego de 20 años acá aún sentimos
que vivimos de paso", Daniel Goldstein, biólogo; "nos fuimos porque
no se podía pensar ni escribir y porque el temor era muy grande", Liliana
de Riz, socióloga; "yo creía en la ley y las instituciones y así empezó un
viaje hacia las penumbras", Juan Carlos Chachques, cardiólogo.
Muchos volvieron al terminar la pesadilla
dictatorial; otros se radicaron en sus países de adopción. Pero de una u otra
manera, retornan a través de intercambios académicos, en ánimo de cerrar la
brecha abierta por la oprobiosa dictadura del pasado.
Así también será en Venezuela cuando las
sombras den paso al horizonte luminoso, que llegará no por dádiva de la fortuna
ni por benevolencia del régimen sino por el esfuerzo colectivo en conquistarlo.
Gioconda San Blas
gioconda.sanblas@gmail.com
@daVinci1412
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