sábado, 13 de septiembre de 2014

GERMÁN CABRERA, UNA MOTO Y UNA PISTOLA

A veces me deprimo.

Gran vaina, dirán los lectores.

No es mi estado natural. La depresión, digo. Me considero un tipo echado palante. ¡Pero hay que echarle!

No digo para ser feliz, tan sólo para ser positivo.

Basta que salga de mi burbuja de flora y fauna y tope con la basura acumulada en las esquinas. Porque a la Alcaldía chavista no se le ocurre ni siquiera poner contenedores. Aunque fuese un par de contenedores, ya que nadie la recoge. Dicen que tienen un solo camión. Y utilizan los repuestos de las unidades dañadas. Porque se han robado todos los reales, o los usan en pendejadas proselitistas que en realidad no son pendejadas porque así se mantienen en el poder. Y la gente, anda paseando las bolsas en sus carros hasta que el azar les resuelva el problema, o las bota de noche, pecaminosamente, en la carretera. O le paga a un vecino para que se la lleve y a ver donde la lanza. Pa salir deso pues.
Ni que hablar de la planta de transferencia de Las Mayas, que ya no existe porque la basura rebasó el techo y la estructura quedó sepultada. No es chiste. Y las palas mecánicas hundidas en aquella pirámide hedionda, el Teotihuacán al Dios Revolución, y no logran desenterrarlas o desembasurarlas.
Y la vecina con su hijo muy enfermo recorre farmacias y no consigue la medicina. Y la otra tiene que parir por un litrito de aceite comestible, un lujo. Y yo debo pasar por el trago amargo de comprar cemento, un trámite oscuro cual tráfico de heroína. Y por la humillación de sólo puede llevarse tres jabones para baño señor. Tres. Y sólo un litro de leche nicaragüense. Uno. Y las empacaduras del motor no terminan de llegar de Colombia. Dos meses. Y me cuenta otro vecino que transporta muebles a Santa Elena de Guairén, que debe de cargar un fajo de billetes para repartir en las alcabalas de La Guardia. Guardia del Pueblo la llaman. Tienen tarifa para cada cosa. Y el gobierno repite y repite que es una guerra económica de la burguesía apátrida. Y muchos se lo creen. Y me consigo con una vieja amiga uruguaya, de nuestras épocas de Talibán, que me dice como sabrás yo soy chavista. Gran novedad contesto. Y soy de las que piensa que esto tiene que seguir adelante y los errores corregirlos sobre la marcha, agrega. Y después golpea sus manos para arriba y para abajo como quien se sacude la tiza. Listo. Tan segura ella de lo que están haciendo. Tan convencida revolucionaria. Cagando el país con tanta asertividad.
Y entonces llega un señor a instalarme un portón que protegerá mi burbuja y dice que se salió de las obras del Metro porque aquello era una matazón entre los sindicalistas. Pasaban motorizados por los portones donde los tipos negocian quien entra y quién no, con tarifa también, y disparaban a mansalva, al montón. Caiga quien caiga. 
Por los reales. Y que los muchachos que lograban entrar a trabajar, lo único que esperaban era cumplir los tres meses para irse y cobrar un billete. Un billete, repite. Y con eso salían corriendo a comprarse una moto y una pistola. Lo único que les interesa: una moto y una pistola.
El Hombre Nuevo Venezolano.
Pero no tomo pastillas.
German Cabrera
german_cabrera_t@yahoo.es
@germancabrerat

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