martes, 12 de agosto de 2014

AMÉRICO GOLLO CHÁVEZ, ¿HASTA CUANDO JODES?

  En diálogo con Marceliano Velázquez. (El delincuente teme a la palabra que lo define. MV)
                                              
        
Chejendé Estado Trujillo
Cada fin de semana en años largos, según eran  propicios los tiempos de Dionisos,  nos reuníamos en Chejendé el poeta Marceliano y yo, unas veces muchas se quedaba conmigo mi familia, y cada quien se deleitaba según las palabras que fluían del verbo verso como bendición  que llegaba del cielo, del Olimpo, alimento de mitos envueltos en afectos al vino, que nos servía de aliado o cómplice, vaya nadie a saber,  para nuestros largos debates sobre la poesía. De memoria recitaba a Lorca, Machado, Hernández, Rilke, Neruda, Maiakovski  y muchos otros más, que eran huéspedes perennes de palabras, amores, carnes que formaban la existencia de su vida y plenaban su casa. 
         Marceliano Velázquez fue hijo de un sacerdote de esos que a obscuras ocultos levantan la sotana por cosas de prudencia. Esa prudencia que alimenta a cómplices e hipócritas, pero, sobre todo es el alma de los adúlteros que desnudos se quedan cuando escuchan del nombre de su amado alguna de sus delincuencia o deficiencia mínima que enturbie su pureza o al ídolo le dejen sin aureola y el tótem quede al descubierto. La histeria llega como  la delación más perfecta de todas. No pueden evitar que se erice la piel, que la mirada hierva, que la furia aparezca. Cosas de amor y miedo, de Judas irredento sin cuello para colgar la soga. El adulterio es como le acné, insistía,  sus huellas no se borran, jamás, por siempre quedan. Marceliano habla de esto y de otros temas conexos, solía, entonces, para cerrar capítulos, declamar  los primeros versos de la casada infiel, de García Lorca.
Una vez, atino como ahora, le recordaba que sus cursos en Paris sobre las enfermedades de la piel inútil habrían sido. Asimilaba el golpe como esos atletas que si alguna vez no alcanzan  de primero la cima, lo disputan y nunca son los últimos.  No, no hay falacias en mis afirmaciones, enfático, en voz forme repetía. Meditaba. El acné  tiene su origen en la angustia neurótica, y citaba a Freud para corregirlo o censurarle que no  hubiese dedicado más tiempo para intentar resolver ese problema que tanto duele, más por el mal en sí,  porque desafía al ojo, al ajeno que de reojo  observa y el del espejo que sin piedad alguna, avergüenza.  En su lugar, ponía énfasis, invirtió sus esfuerzos en otros que si bien  conforman males del individuo y  la cultura y echado sus  bases para la comprensión de la conducta de la humana especie, su obra quedó como edificio sin conclusión posible porque fueron endebles sus cimientos, confiados en la verdad de la tragedia griega. Insistía con voz alta pero suave. El adulterio es el acné, decía, de cuerpos insaciables en el ejercicio de la traición sin cura.  Y recitaba  trozos adecuados al sexo de “el cantar de los cangares”.   Salomón es la verdad más pura de la Biblia. Su más grande poema y se callaba, sonreía  para no molestar al Rey David, también poeta excelso. Sonreía.
         Su casa era un nicho de recuerdos. Su colega y amigo, más que amigo un hermano de bohemia y  secretos, médico de su era de apellido Corzo,  tantas veces se hospedaba en su casa y disfrutaba del patio flores, pájaros y poemas música de colores y colores de aromas muy diversas. Solía traerle especies mágicas  de Colombia para  su pelo suave tierno,  encantos de las féminas que jugaban con él después de las batallas en el lecho  y de castaño su color siempre  fuera.  Un brandy Napoleón de alta cepa para traer al hoy los recuerdos de ayer en la ULA, la casa de su inicio y la UCV, su mas amada casa  y los de las amigas buenas que amarraron su memoria liada  en besos.
         En su consultorio, donde iba todo el pueblo, sin distinción de edades, sexos, costumbres, su única condición, estar enfermo. Nuestro José Gregorio, pero comunista, repetía la  gente agradecida, según veía  en él la bondad y la entrega, como JG,  y su defecto, su Pero, comunista. Por años de toda su vida de ejercicio médico fue el único comunista en un pueblo enteramente  adeco*, menos una familia bella y buena como el resto de los que de allí son, que era de Copei.  El sabía muy bien por qué era comunista, a pesar de Bertrand Russell, cuyo ensayo “por qué no soy comunista” tenía de cabecera.  Más que Marx, Engels, Lenin, y más de esos, su identificación con Neruda,  con Brecht, Miguel Hernández, Picasso, Maiakovski, Ho Chi Min…le daban más razones para serlo. Otros amigos reforzaron sus nexos con esperanza en la justicia, en la ética, como la esencia de la vida buena.  Adoración, bien se diría en tono exacto, mantuvo por el Maestro Antonio Estévez,  afirmaba que era un genio, que La Cantata Criolla era la mejor obra de nuestra independencia verdadera, indeleble, no sujeta a las arbitrariedades del poder ni del tiempo. Pude ver  que su consultorio estaba presidido por una foto suya  con Uslar Pietri.
         Uslar y él  se conocieron por esas cosas incidentales de los amigos afirmados en vinos.  El Peludo Márquez, una especie de Zar bueno de Trujillo, o como un Zeus travieso pero nunca perverso, los había presentado  para hacerlos amigos. Uslar buscaba  al hombre, no con la lámpara de Diógenes, el cínico, sino con la campana con las armonías de la verdad en sus sonidos. Uslar no volvió mas, se fue.  Se marchó convencido de que este pueblo nuestro no escucha las campanas de la reflexión ni tiempo alguno  tiene para la meditación. Uslar quedó siempre satisfecho de aquel camarada que, allá en  Chejendé, prefería conversar de Las Celestiales y Casas muertas de Miguel Otero y saberse los cuentos perfectos de Uslar, con más dedicación que la especial dedicada  a  Las Lanzas Coloradas…. Y siempre repetía,  Uslar es mucho mejor que todos los adecos.  Y, al verse enredado en sus aciertos,  se corregía, bueno, solía confesar,  Andrés Eloy es poeta así sea adeco, los poetas son eso… y se echaba un palo para concluir  con algún fragmento de un poema al azar salido de Andrés  Eloy.  Una vez, le dijo a una mujer que no lo quiso a pesar de su probado y amor puro, puro amor “he renunciado a ti…”  ella nunca entendió, tenía un amante que le había prometido llevarla a vivir en el Kilimanjaro o en su defecto la acariciaría bajo las cataratas del Niágara.  Ni ella ni yo sabemos lo que es eso, donde quedan, pero suena bonito y lo que es bello y bueno existe así nadie sepa  de su ser o existencia.  Un soneto suyo traduce su ternura. *
          Su ideal no tenía otras fuentes que sus sueños de poeta.  El mundo tiene que ser mejor donde vivir podamos los vivos y los muertos.  Muertos  están  quienes viven en el hondo sin luz de su silencio, pero también allí se ha de vivir mejor.  Y han de tener qué  meterle al silencio para que  no se muera de hambre el espíritu.   Cuando muere el espíritu  bien gordo y satisfecho, normalmente,  está el cuerpo.  A esa gente, es la tarea de  una revolución,  zafarlos de ese infierno. Sí, del infierno, insistía. No de ese espacio cerrado creado por Dante, otro de sus grandes favoritos, sino este, donde el problema no es la libertad de hablar sino  hablar porque se tiene qué decir.  Tampoco es el placer. Los miserables y los pobres de espíritu  gozan el placer de su existencia que se sacia con mendrugos,  o con  la migaja del panecillo y del pececillo con el que Cristo puso embrujo a  su hambre y sació sus sueños. 
         Y  ¿los vivos? quise saber de él.  Tranquilo,  con la sabiduría y la verdad que afirma el vino,  exclamó, son los seres que de la verdad y del amor hacen su propio sino. La mula de sus pies es el espíritu del sabio crítico. Su cerebro, la idea que sustentan las manos y que con ellas construye los poemas, recrea el mundo, trasciende al universo.  El poema es el todo.  Citaba a Valery, “el verso es una ecuación perfecta” y añadía de su propia cosecha, todo lo bueno del hombre hecho es la realizacion de su ser poeta, es la conquista del poema.  Se callaba y su  silencio de amapolas traducía pensamientos.
         Marceliano sabía mucho de sí, si la depresión o el abandono se posaban en él,  se fugaba del pueblo, en su Volkswagen  escarabajo. A Caracas, se prescribía reposo y conversaciones diarias con Gallegos Mancera, un sabio médico, comunista como él, culto como él, honesto como él, tal como eran los comunistas del ayer.  Visitaba a Miguel Otero y  cubiertas las alforjas con su avío regresaba a su pueblo.  Pero un día Marceliano se enfermó de anhelos. Quería  ir a Moscú,  para contemplar si eran verdad sus sueños.  Igualad, sabiduría, amor, tolerancia, creación, libertad, justicia, arte, ciencia, todo eso junto en uno, todo eso junto en la sociedad toda como una enredadera que asentada en el alma fuera como la primavera siempre viva, siempre verdad,  siempre de ella brotando  la luz que ilumina los pasos para no equivocarse buscando la aurora de la felicidad, del placer, del amor, la justicia, en fin, de la vida libre de alienaciones, y citaba con densidad a Marx.
         Los adecos, Manuel a la cabeza, recogieron los reales para que se fuera. Para que viera que la  verdad  distante estaba de sus sueños,  que aquello no servía como  pensado fue por  los apóstoles de aquella nueva fe que sin dios era.  Vaya doctor pa’ que regrese adeco.  Usted es un hombre sabio, solía decirle Chemaro, adeco desde antes de venir al mundo, y como todos los adecos de esa era, tenían en Betancourt su referencia superior y extrema.   Les decían, incisivos siempre, vaya y vea y regrese le haremos una fiesta de inscripción en el partido, será como un bautizo y oficiará el propio secretario general al brindar el bautizo. Y seguían sin descanso, tras cada sorbo de una buena cerveza.  Marceliano reía  bebiendo la amistad, y sin ni una micra de ira,  les decía, hasta cuando joden.  Así era el fin. Se cambiaba de tema.
Marceliano regresó  de Moscú.   De avío se trajo más que los poemas de Maiakovski las interrogantes de su suicidio. Los poetas se suicidan, escribió, como inmolación para que otros vivan en su memoria crítica la razón de su pena y  el peso de su acción  sea una decisión de  alta pureza para alcanzar al dios del hombre real o el real dios, la libertad.  La libertad es el único lugar donde convergen y se hacen el amor,  la justicia y la paz.
El doctor Emigdio Cañizales,  médico como él. Su paisano  y amigo,  despidió a Marceliano. Hizo  una apología del camarada. Me comentaron que lloraban las piedras y los pájaros  guardaron un minuto de silencio para empezar el coro que, nadie sabe como, entonaban fragmentos del réquiem de Brahms. A quien Marceliano amó y contaba sus penas para que no volvieran.
Hoy es su aniversario de su primer año de su viaje que debió ser al cielo  donde lo esperan los vinos de Omar Khayyam, el infinito de Tagore y,  servirá los vinos la Magdalena  desnuda según inmaculada es su pureza.
A un año de su viaje, exhibo este texto que me regaló en lágrimas envuelto mi compadre Luis, su hijo. “Américo, no te canses de joder, jode parejo y dedica la vida que te queda para que ayudes a impedir que gobiernen los muertos, pues, si eso ocurre, pasarán miles de años para la resurrección de Venezuela”.
En Mitón, un día gris, sin vinos, gélido, 05 de julio de 1997,  una sola pregunta, ¿hasta cuando jodes Marceliano, por qué nos dejaste sin poemas? 
Notas: adecos se llamó  a los militantes de Acción Democrático, un partido creado por Rómulo Betancourt, pero también exterminado por él en su esfuerzo por desechar la crítica, ahogar la disidencia. El MIR, Ramos Jiménez, Prieto, Paz  fueron  sus primeros muertos  hasta morir todos.
Copei fue un partido fundado por  Rafael Caldera. Había nacido bajo la batuta del papa de turno, conjuntamente con la democracia cristiana chilena, de E Frei. La exactitud de los datos está en sus manos.  Como RB, Caldera exterminó a su partido, enterró  vivos a todos los disidentes y sus lacayos eran seres muertos según la definición de  Marceliano y, la cima de su  obra, dar su aquiescencia  a Chávez….
El texto son palabras de Marceliano que intenté  traducir. Los errores son míos, la belleza y densidad conceptual son de él.
ENSOÑACIÓN
Abrazando  un ensueño, te palpito muy dentro
quise que mis caricias, te cubrieran por siempre,
sin embargo no oíste mis clamores clementes
y partiste muy lejos, con un dolor silente.
A través de los tiempos, te amé, te quise mucho,
te sembré en mi memoria; te adoré tanto, tanto.
que el dolor de la ausencia, se convirtió en un llanto
y fuiste para mí, mujer para quien lucho.
Si acaso, aún conservas en tu alma, alguna pena,
aparta tus temores e invoca mi recuerdo,
que el olvido no llega, muy pronto: si te quiero,
perpetuando un delirio, que mi existencia plena.
Quien sabe, si algún día, nos encontremos juntos,
en la noche callada y entonces nos besemos,
muy tiernos y celosos y no nos separamos,
hasta que un imposible, se transforme en un luto

Americo Dario Gollo Chávez
americod@gmail.com
@americogollo

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