martes, 12 de agosto de 2014

SAÚL GODOY GÓMEZ, HÁBITAT SOCIALISTA, VIVIENDAS INFRAHUMANAS,

He visto personas viviendo dentro de un carro abandonado, a otras en contenedores de carga naviera desechados; vi en Cuidad de México a gente viviendo dentro de cajas de neveras y en cuevas bajo tierra… el hombre puede hacer de un hueco su morada, sin ningún problema; permítalo y vivirá en botaderos de basura, los he visto en Mariche, rodeados de inmundicia; no hay sino visitar una cárcel en Venezuela para ver que tan degradado puede ser el hábitat humano; las cárceles han debido mejorar con un régimen que se dice humanista, pero, para los socialistas, la porquería tiene cierta “dignidad”, la pobreza y la miseria son temas para la exaltación y celebración.

Los socialistas piensan que las comodidades, la higiene, la limpieza, el orden, lo funcional y hermoso son aberraciones capitalistas, y eso se refleja inevitablemente en sus conceptos de lo urbano, de lo social. Tuve oportunidad de ver las condiciones de vida de algunos refugiados que el gobierno mantenía, bajo su administración y control, en las instalaciones del Hipódromo de Caracas, en la parroquia El Valle; el espectáculo que se ofrecía era simplemente dantesco, al punto que no pude contener el vómito ante una escena que no debo repetir, pero que presencié en un lugar infernal debajo de las gradas; este tipo de acción gubernamental humanitaria, carente de todo sentido humano y humanístico, refleja lo que es capaz un gobierno cuando glorifica la degradación humana y la lleva a la animalidad más pura.
Todo el aparato conceptual y de valores de la revolución bolivariana está contagiado por esta idea de lo que es un ser humano, carente de todo contenido humano, vaciado de sus atributos y puestos al servicio de la idea de “la necesidad” que es el motor del sentimentalismo socialista.
En su interesante estudio Ideología y ciudad en el “Socialismo del siglo XXI”, el profesor Oscar Olinto Camacho, expresidente de Conavi, explica como el régimen comunal, totalmente inconstitucional, fue creado por Chávez para que interviniera y manipulara la planificación urbana, y su idea de las ciudades socialistas, tienen raíz en el control político de las comunidades, desarrollos estos desarticulados de toda concepción urbana coherente.
El ícono que identifica el desarrollo chavistas, su idea de progreso y de urbanismo, la archifamosa Torre de David, un edificio que iba a ser un centro financiero, quebró, no fue concluido y lo invadieron personas que necesitaban un refugio, es este momento es objeto de medidas de desalojo y el gobierno de Maduro ha puesto su destino en las resultas de una supuesta discusión pública.
En otros artículos he argumentado que la consecución de una vivienda es, para toda persona, un proyecto de vida; primero, porque es costosa y adquirirla requiere de mucho trabajo y ahorro, segundo, porque implica el hogar, que es darle cobijo a una familia, un grupo de personas en convivencia, con sus costumbres, cultura y gustos, todos bajo un mismo techo.
Una vivienda no se hace de la noche a la mañana, toma tiempo y amor, llevarla a nuestros deseos, llenarla con nuestras cosas y recuerdos, sentirnos a gusto y lograr que la gente quiera visitarnos; las personas que tienen más de una vivienda son la excepción, mantener dos o tres casas cuestas una tonelada de dinero y es un quebradero de cabeza. Las personas pasan por un proceso largo antes de poder coronar con una vivienda propia, primero viven con sus padres, luego rentan una propiedad, seguidamente compran un terreno para hacer su casa o se meten en un apartamento, si la familia crece y las oportunidades de prosperar se presentan, se vende el apartamento y se da como inicial para una casa u otro apartamento más grande y mejor ubicado, y así, poco a poco, hasta poseer la casa que uno quiere o puede… llegar allí puede tomar toda una vida.
En Venezuela tenemos un decir popular: “El rancho, se lleva en la cabeza”, el rancho es la vivienda básica, es más bien un refugio auto-construido con materiales precarios y técnicas rudimentarias en una parcela de terreno que no es propia, ni está sujeta a la norma legal, que no tiene servicios y que, por lo general, está situada en medio de algún desarrollo informal, en áreas de alto riesgo geológico.
La vivienda, el rancho, es el resultado material de lo que se tiene en la cabeza, que no es otra cosa, en el caso aludido, que el uso de la ley del menor esfuerzo ante las necesidades perentorias de la vida; el siguiente paso a vivir en una cueva es vivir en un rancho. 
No hay mucho de dignidad, ni de estética, ni de confort en la idea de un rancho, los he visto en las inmensas barriadas del sur de Valencia, son lugares donde la carestía y la necesidad se entrecruzan con una absoluta falta de intimidad y seguridad.
Los socialistas, en estos últimos cuarenta años de supuesta democracia, han tenido la mala costumbre de tratar de enaltecer el rancho como símbolo de la “vida buena” del venezolano; confundiendo el término humilde con el de insalubre, quieren elevarlo a la imagen de vivienda digna, por el simple hecho de que una buena parte de venezolanos vive en esas construcciones para resolver sus necesidades primarias.
La verdad es que estas grandes barriadas representan un caudal importante de votos para partidos con inclinaciones populistas y en nuestro país son muchos los partidos políticos y sus candidatos quienes han comprado esos votos regalando láminas de zinc, bolsas de cemento y bloques para la construcción de esas viviendas.
Por supuesto, hay ranchos de ranchos, los hay mucho más acabados otros sólo son un techo de zinc sostenido por cuatro varas y paredes de tablones de madera; quienes han consolidado su posición, la han mejorado levantando columnas con cabilla y cemento y paredes de bloques, techos impermeables, amplias habitaciones y han hecho llegar todos los servicios a su hogar, la mayor de las veces, robándoselos de las redes públicas; pero sigue siendo un rancho, en medio de la miseria y carestía, lejos de los servicios de transporte, seguridad, salud y aprovisionamiento… por supuesto, en las grandes barriadas y favelas suramericanas, sus mismos habitantes han sentido la necesidad de organizarse para poder suplir los servicios básicos, entre ellos un cierto orden que se acaba cuando llegan las bandas armadas.
La principal característica de estos asentamientos informales es el hacinamiento; la gran densidad poblacional viene impuesta por la carestía de la tierra, y al no haber espacio, la gente se apiña unos sobre otros, dejando apenas el espacio para estrechas calzadas y caminerías.
En estas colmenas humanas nace obligatoriamente una comunidad, pero no tan “cristiana primitiva” como aquella que tenía unos valores de vida, ni tan solidaria como nos lo quieren hacer creer los teóricos del poder popular; hay entre esas barriadas comunidades que se hunden en el vicio y la violencia de manera irremediable, lugares donde la civilización tiene el nombre Smith & Wesson o Glock, donde la droga y la prostitución son los rituales del día.
Porque todos esos barrios, unos buenos y otros malos, tienen una historia, unos dueños, unos jefes que no tienen nada que ver con el gobierno, evolucionan o desaparecen; son pocos los barrios que permanecen iguales a como empezaron y muchos, aguijoneados por el miedo de que los desalojen, que alguien les reclame un mejor derecho por las tierras que ocuparon y los saque, pues con esa premura construyen, invitan gente, traen la familia lejana, aparecen los equipos que levantan ranchos y los venden en un pestañear y el barrio crece en días, en semanas, como una burbuja de jabón.
Y si las bandas armadas se hacen del barrio, entonces instauran la organización de “los pranes” y someten a todos los habitantes a la servidumbre de los más guapos.
La vida del pobre y los barrios no es algo romántico, ni es parte de la vida del hombre natural, del obrero luchador, del venezolano patriota, ideas que se cuelan en el discurso socialista, lo que hay en los barrios es un espeso caldo de nacionalidades, de necesidades, de sueños rotos, de esperanzas nutridas por los discursos de los políticos, hombres y mujeres usados y desechados.
Por todo lo anterior, me repugnan en gran medida quienes se valen de de esa gran masa de desheredados de la vida para timarlos en sus esperanzas por una mejor vida, que les venden el discurso de que ser pobre es bueno, que quieren pintarles el rancho para que se vean bonitos pero jamás brindarles la oportunidad de salir de ese infierno en la tierra; porque, detrás de esos engolosinados discursos, la verdadera intención es que se queden allí para siempre, hacer el gasto mínimo para su redención, un cable metro, un “pudreval”, un centro comunal, un refugio… y dejarlos que se sequen y mueran en esos cerros y quebradas, en esas invasiones de terrenos y construcciones que ya nadie quiere; porque los que tienen el rancho en la cabeza no son sólo los que viven en un rancho, también lo tienen quienes quieren que los pobres jamás salgan de allí.
El problema de las favelas, de las barriadas informales, de los desarrollos fuera del control del urbanismo estatal, permeados por los avatares de la autoconstrucción, que sufren muchos de los centros urbanos en nuestro subcontinente, en muchos casos se resume bajo la filosofía pragmática y oportunista de “ya están allí, son una realidad inescapable ¿Qué hacemos? ¿Ignorarlos? ¿Desocuparlos y derribarlos?”
Esas preguntas por lo general son respondidas con el alegato de que nada se puede hacer, sino ayudarlos, intervenirlos, mejorarlos, debido a la magnitud del problema; para muchas ciudades latinoamericanas, estos desarrollos informales a veces representan más del 50% del territorio urbano. Pareciera una fatalidad que debemos consolidar de la mejor manera, pues se trata de comunidades y personas arraigadas en un lugar y que han desarrollado una cultura que merece respeto y consideración, así se hayan iniciado y desarrollado fuera de la ley, a espaldas del urbanismo de las ciudades y sin tomar en cuenta patrones de seguridad, higiene y paisajismo, por no hablar de las formalidades sobre la tenencia y los deberes como propietarios o usuarios de tales unidades de habitación.
Los urbanistas y arquitectos socialistas nos hablan de personas con 50 y más años de posesión de estas unidades de vivienda, que han invertido esfuerzo y dinero y que, de alguna manera, han generado derechos. A falta de una autoridad que, en su momento, no puso orden en estos desarrollos, ni de un gobierno que atendiera estas migraciones del campo a la ciudad, la gente, el pueblo, se las arregló para darse ellos la vivienda que necesitaban a su mejor entender.
Los sociólogos y antropólogos comunistas nos hablan de un imaginario, de una ocupación del territorio que para ellos son atributos sagrados, que están por encima de la seguridad y la vida de los miembros de esa comunidad, es curioso, en vez de querer liberarlos de sus cadenas de pobreza, los atrapan a su actual condición para inmovilizarlos.
Tanto la presión de las comunidades como las políticas públicas que se han derivado de esta calamitosa situación, nos hacen pensar que se trata de un callejón sin salida: las barriadas están allí, no hay remedio, hay que soportarlas y aceptarlas como un hecho consumado.
Pero la verdad es que el Estado y la banca privada deben reactivar el esfuerzo de construir viviendas populares, como se hizo en Venezuela en los años cincuenta y sesenta, buenos desarrollos para los trabajadores, con planes viables de financiamiento, acompañados de múltiples empresas de la construcción que empezaban y terminaban sus obras a tiempo, en coordinación con toda esa infraestructura de servicios y bienes al servicio del sector constructor, cumpliendo los planes del otrora Banco Obrero, activando un mercado de trabajo inmenso para tantas especialidades involucradas (carpinteros, herreros, ingenieros, paisajistas, plomeros, arquitectos, abogados, transportistas, albañiles, etc.).
No hay sustituto a flexionar el musculo del estado en el esfuerzo por dotar de vivienda dignas, y digo dignas de verdad, una primera vivienda para jóvenes profesionales, para matrimonios que empiezan una familia, no hay manera de obviar las redes de inversión, la cadena de construcción, los mecanismos financieros, las políticas públicas de dotación de soluciones habitacionales, sin eso, el urbanismo es imposible, y seguirá ganado terreno la informalidad.
Lo que sucede es que, por mucho tiempo, el estado socialista ha querido obviar su deber, ha gastado una fortuna inmensa en planes de vivienda que no han funcionado, de acuerdo al Centro Internacional para investigaciones en Derechos Humanos (CIIDH) hasta el 2013, el gobierno había gastado 13.743 millones de dólares en la Gran Misión Vivienda, el doble del presupuesto nacional de Guatemala para ese año, y con unos resultados que no se ven, principalmente por la corrupción y la ineptitud, ha permitido que la informalidad y la improvisación campeen y ha dejado a la buena de Dios la planificación a la que se debe como ente rector del área.  Entre los muchos vicios que ha traído se encuentra la centralización y concentración de viviendas en los cascos centrales de las ciudades, no ha construido servicios nuevos para el incremento de densidad que estos desarrollos informales han producido, practicante han promovido el hacinamiento con sus secuelas de violencia.
La mayor parte de esas barriadas, en peligro e inhumanas, pueden canjearse por mejores soluciones de hábitat que impliquen no sólo una mejor calidad de vida, sino trabajo digno y bien remunerado; reubicarlas puede ser trabajoso, pero no imposible, con la planificación de un sistema de ciudades, de un buen transporte masivo (intra y extra) urbano y rápido, con áreas naturales y de esparcimiento, provistos de buenos y eficientes servicios públicos.
No debemos dejarnos engañar por los funcionarios que, ahora, después de tanto mal gobierno, quieren traspasarle las responsabilidades a la sociedad civil y ellos lavarse las manos como si no fuera su asunto, a pesar de cobran un sueldo y se llenan la boca de que son ministros.
La planificación urbana corresponde a un gobierno responsable, el tiempo perdido, los errores cometidos no deben ser ocultados debajo de la alfombra, el problema de los barrios informales debe ser encarado y resuelto.
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul

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