Aunque crea en la individualidad de cada
persona, puedo ser cualquier venezolano que sufre al no encontrar futuro en su
país, donde parecen inexistentes las esquinas capaces de darle la vuelta al
azar del destino.
Viendo a tantos venezolanos que decidieron
darle la espalda, pareciera que el tiempo ha muerto. Dejaron que el sistema
comunista lo consumiera, con tal de satisfacer su rancia vanidad. El tiempo de
los venezolanos no circula: gira. Los que vivimos en estas tierras sentimos que
se forma un círculo alrededor de un eje, que es el dolor nacido del chantaje de
la pasividad y el conformismo. ¿Qué nos queda cuando los párpados de aquellos que
pueden definir el destino están cocidos con hilos de hierro? ¿Qué hacemos al
mirar al mundo y ver que dominan los colores del mal? Todo está en llamas y el
venezolano le voltea la mirada al fuego, para acurrucarse en su propia
frialdad; no importa si este fuego también le quemará… su tragedia es cómoda.
Muchos conocemos el sentimiento y nuestra
alma se encoleriza. Esta ira no es siempre negativa, pues podría ser el
ingrediente que necesitan nuestros jóvenes corazones -sin hacer alusión a la
edad- para rebelarse ante ese poder que busca quebrar consciencias, y reinar
sobre la vida de seres no humanos – meras existencias orgánicas. Sí, en
Venezuela todavía quedamos jóvenes, y nosotros no confundimos este sentimiento
con resentimiento; al contrario, encontramos la metamorfosis que yace en él, la
misma que nos motiva a realizar lo extraordinario: un 12 de febrero, por
ejemplo. Tenemos este encuentro solemne para llorar a nuestros muertos, sin
abandonar sus sacrificios a las garras del olvido; para que nuestras rodillas
no flaqueen frente al majestuoso minotauro que consume todo lo bueno; para no
resignarnos ante una realidad creada por el ilusionista de lo macabro; para
hacer justicia en donde la injusticia se hace emperatriz; para no perdernos en
el odio que pudre la mirada; para disparar nuestra imaginación hacia la gloria.
Muchas cosas podrán ser reprimidas por este
régimen y sus colaboradores, pero a lo que más le temen es a aquello que no
sucumbe a su miserable control: es la procesión que llevamos por dentro, esa
que, en momentos de silencio, tiene sus maneras de expresarse. Pero cuando ésta
ya no se puede contener en su celda de convencionalismos, se lleva lo que
encuentra a su paso para destruir a quienes legalizaron el sacrilegio.
Soy fiel creyente en el corazón de esta
Nación, que no se amilanará ante el miedo que inyectan los cobardes – esos que
solo conocen la nada, porque evaden tanto la dicha como el sufrimiento. ¿Acaso
no nacieron muertos?
El comunismo es un sacrilegio hecho ley. Y,
como todo lo que es contrario a la naturaleza, su destino es el ocaso, uno que
será precipitado por los jóvenes. Así, pues, también vetaremos cualquier acción
contradictoria que se imponga para hacernos sentir satisfechos con lo
inaceptable. Ante el pesar de quienes defienden los antivalores, lo único que
triunfará en esta batalla es la coherencia, que reposa en las hazañas que
conquistarán la Libertad. En consecuencia, el destino de los camaleones,
escondidos en su conveniente camuflaje, está escrito de su puño y letra sobre
las contradicciones que ellos mismos crearon.
El eterno proceso electorero, promovido por
los colaboracionistas, será ilegitimado junto con sus espejismos. La conocida
verdad de que a través de votaciones no se tumba a una tiranía, sino que solo
se le atornilla, abandonó nuevamente su clandestinidad. La trillada frase «aún
no es el momento» revuelve el estómago juvenil, porque sabemos que Venezuela no
puede esperar, y que el desplome ha de sufrirlo el sistema político y no la
Nación.
Los flamantes congresos ciudadanos no son más
que otra movida del ilusionista para marear nuestra voluntad libertaria. Es
otra distracción más, un teatro que pretende entretener y mantener ocupados a
aquellos que buscan -exasperados- salir de esta tragedia que pudre la gloria.
No hay alimentos, los cadáveres se amontonan en los barrios como basura, no hay
medicamentos para curar las enfermedades -de cuerpo o de alma-, no hay garantía
alguna de servicios básicos… no hay destino que consuele el futuro de nuestros
hijos y no hay Libertad. Ya no estamos en condiciones para sacar cálculos
ilusorios y celebrar con papelillos. Varios de los “políticos” que promueven
este nuevo truco de magia, reiteraron antes que esto era una dictadura y que no
podíamos salir de ella a través de elecciones. ¿Adónde creen que se dirige este
congreso? La respuesta es demasiado obvia. Esta es otra demostración de la
incoherencia que define a los “políticos” (o debería decir tenderos políticos)
en Venezuela.
La Constituyente, promovida por quienes
buscan desvelados evadir el genuino origen de nuestra tragedia, es un delicioso
banquete para este régimen. Su naturaleza es legitimadora: pasa como agua por
un filtro sucio. Representa una calculada deformación del verdadero objetivo de
la lucha. Es evidente que la MUD y sus principales dirigentes no tienen apuro
en liberar al país de este sistema que nos aniquila; al contrario, parecen cada
día más desesperados por revertir la tendencia emancipadora de la Resistencia.
Observamos que el único tiempo perfecto es el de nosotros mismos, y debemos
apoderarnos de la meta. El protagonismo de la MUD fue sepultado, ahora nos toca
a los venezolanos despiertos tomar las riendas de un caballo aparentemente
indomable, y dirigirlo hacia las cumbres de lo trascendente.
Esperar-esperar-y-esperar es una droga que pretende obnubilar nuestros libres
sentidos, para esclavizarnos. ¿Lo permitiremos?
Los que balbucean nerviosos sus incoherencias
han de ser borrados del escenario; esto es decisivo para nuestro futuro. Los
creadores de la órbita en la cual el tiempo quedó apresado tienen que ser
finalmente derrotados. ¡Esta es una lucha entre incongruencia y consonancia,
mediocridad y excelencia, miseria y dignidad, comunismo y Libertad, tragedia
sin gloria y gloria trágica!
Invito a compactarnos en torno a la magnánima
gesta de la Venezuela Futura, que va siendo percibida por espíritus jóvenes y
libres… De repente, esa Venezuela es, en virtud de las consecuencias, un país
que existe.
Alejandro Sosa Röhl
AlejandroSosaRöhl@gmail.com
@VFutura
@SosaRohl95
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