En Estados Unidos y tal vez en otros países,
hay quienes con frecuencia acusan de intolerantes a aquellas personas,
entidades o gobiernos que en defensa de sus convicciones y valores, rechazan a
quienes pretenden imponer principios, creencias y gustos, contrarios a sus
inclinaciones naturales.
Son muchas las ocasiones en que los derechos
de unos entran en confrontación con los de otros, y esto no siempre sucede en
asuntos transcendentales como las creencias religiosas o los conceptos
ideológicos, ocurre también cuando la música del vecino se escapa de sus
paredes o cuando el estacionamiento está ocupado por un vehículo extraño.
Pero es interesante apreciar que la mayoría
de las personas son más propensas a confrontar esos abusos, que rechazar
enérgicamente las intromisiones intangibles que pueden alterar los fundamentos
sobre los cuales se desenvuelve su existencia.
Con frecuencia se reacciona enérgicamente
ante situaciones de menor cuantía, pero las más de las veces se es indiferente
o negligente ante circunstancias que pueden alterar de forma definitiva los
conceptos más fundamentales y la calidad
de vida.
Cierto que la convivencia y el respeto
empiezan por aceptar el espacio físico y ético del otro, sin que ninguna de las
partes atente contra la otra individualidad, pero la realidad es que tampoco se
debe aceptar la imposición de normas y
valores que no se comparten.
Es un derecho inalienable pensar y actuar de
acuerdo a las propias convicciones,
siempre y cuando, parafraseando a Benito Juárez, se respeten los
derechos del prójimo.
La defensa de los valores y creencias no es
en ningún modo intolerancia, sin embargo la intransigencia si hace acto de
presencia cuando un sector pretende imponer una religión, pensamiento o tipo de
conducta determinada, a aquellos que no comparten sus convicciones o
costumbres.
Lamentablemente muchas personas por actuar en
el marco de lo que algunos denominan políticamente correcto evitan o rechazan
oponerse a lo que le disgusta. Callan o se abstienen, según el caso, sin
percatarse que sus derechos son marginados y la agresividad de la otra parte
reduce cada vez más las oportunidades de actuar en base a sus propias normas de
conducta, cultura o creencias
religiosas.
Es un deber ser consecuente con las propias
convicciones, aunque eso genere críticas entre aquellos que piensan de manera
diferente. Defender los derechos, las
opiniones que se tenga, es obligación de
todo ciudadano aunque se encuentre sometido a un régimen autoritario, porque de no hacerlo, su espacio vital será
cada vez más reducido.
En las sociedades donde existe un control
político estricto es muy difícil disentir. Rechazar la intromisión del estado o
sus representantes en los aspectos en los que el individuo es soberano, puede
implicar represalias de parte de las autoridades, pero aun así se debe hacer,
porque las alternativas son perder la identidad y vivir en una doble moral.
Defender la identidad no significa estar
contra la diversidad u oponerse a lo diferente, sino estar a favor de los
valores que componen los propios referentes existenciales y anteponerlos a los
ajenos, lo que no significa exclusión o veto de lo foráneo.
Los progresos en las comunicaciones y el
transporte, la intensificación del comercio mundial, o para ser más preciso, la
globalización, son condiciones que favorecen la relación entre lo
"diferente", pero también los conflictos, por lo que los factores
extremistas de cualesquiera de las partes en contacto, tienden a promover
situaciones que afectan la estabilidad de una familia, de la comunidad nacional
y hasta mundial.
Personalidades tan contrapuestas en cultura e
ideologías como el presidente de Rusia, Vladimir Putin y John Howard, quien fuera Primer Ministro de Australia,
coinciden en defender los valores y tradiciones de sus respectivas naciones sin
temor a críticas o demandas públicas. Por ejemplo el mandatario ruso expresó,
“todos los países deben tener fortaleza militar, tecnológica y económica, pero
no obstante lo principal que determinara el éxito es la calidad de los
ciudadanos, la calidad de la sociedad, su fortaleza intelectual, espiritual y
moral”.
Howard, dijo, “Aceptamos sus creencias y sin
preguntar por qué. Todo lo que pedimos es que Usted acepte las nuestras, y viva
en armonía y disfrute en paz con nosotros.”
Lo más constructivos es enfatizar las
creencias y valores que conforman la identidad personal o nacional, sin que eso
signifique xenofobia. Por otra parte también hay que estar dispuesto a asimilar
lo exótico, mientras sea provechoso y útil para los paradigmas sobre los que se
fundamenta la conducta y las aspiraciones del individuo y la sociedad a la que
pertenece.
Defender las propias convicciones e intereses
no es victimizar a las minorías, tampoco
lo es rechazar el proselitismo que estas puedan practicar, simplemente es el
derecho de pensar y actuar libremente sin temer a coacciones de cualquier
género o procedencia.
Pedro
Corzo
pedroc1943@msn.com
@PedroCorzo43
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