El
caso venezolano terminó siendo prioritario durante el 44º período ordinario de
sesiones de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA)
celebrado del martes 3 al jueves 5 de junio en la ciudad paraguaya de Asunción.
Incluso, resultó más importante que el tema central de esta cita el de
“Desarrollo con inclusión social”.
Fue
el propio secretario general del organismo, José Miguel Insulza, quien lo puso
en el tapete cuando en un foro con organizaciones no gubernamentales realizado
justo antes de la Asamblea se confesó “preocupado” por la situación en
Venezuela, por su “enorme división y polarización”, así como por la falta de
progreso en el diálogo entre gobierno y oposición.
El
exministro chileno fue más allá y en la ceremonia de apertura de la Asamblea,
una de las que ha contado con mayor asistencia de cancilleres, observadores e
invitados especiales, expresó que la salida a ese estancamiento del diálogo
supone que ambas partes se escuchen, dejen de lado los perjuicios y hagan
concesiones; al tiempo que destacaba –tal vez adelantándose a cualquier crítica
venezolana al interpretar sus palabras como una presión al gobierno- la
necesidad de respetar la soberanía y la no injerencia en los asuntos internos
de ese país.
Claramente
expresó que “la solución debe encontrarse sin presiones ni sanciones”, haciendo
así referencia a las posibles sanciones que podría tomar el gobierno
estadounidense de Barack Obama contra funcionarios del gobierno
venezolanoincursos en delitos de corrupción y en violaciones a los derechos
humanos de venezolanos, basándose en una iniciativa legislativa conjunta de los
partidos Demócrata y Republicano de su país. Esta última aseveración
seguramente fue lanzada antes que lo hicieran los países del sur del
continente, quienes han avalado y seguido la prédica venezolana que tilda a las
posibles sanciones individuales de EE.UU de intervencionistas en los asuntos
internos del país.
De
hecho, la más reciente reunión ministerial de la Unión de Naciones
Suramericanas (Unasur) en la isla de Galapagos, Ecuador, finalizó con una
declaración que condena las sanciones a funcionarios chavistas-maduristas
porque “vulneran el principio de no intervención en asuntos de otros Estados y
afectan al proceso de diálogo entre el gobierno del presidente Nicolás Maduro y
la oposición venezolana”. Aun cuando con ello se incurró en una aberración
jurídica porque cualquier país, en ejercicio de su propia soberanía, es libre
de legislar internamente sobre cualquier materia nacional e internacional. Nos
gusten o no, sean beneficiosas o no al interés venezolano o al de la actual
política de apaciguamiento que los gobiernos de la región mantienen hacia el
régimen castro-chavista, en el caso de llevarse a la práctica esas sanciones no
constituirían una violación al principio de no intervención, sino acciones
unilaterales de la política exterior soberana e independiente de los EE.UU
hacia Venezuela.
Precisamente,
para seguir acusando al gobierno de Estados Unidos de interferir en los asuntos
internos de Venezuela y asegurar que esa amenaza de sanciones es “un obstáculo”
para su desarrollo, tras su asistencia a Galapagos, el canciller venezolano
Elías Jaua emprendió una gira por Argelia, Rusia, Bolivia y Portugal en modo de
ofensiva diplomática, la cual también llevó a la Asamblea de la OEA.
Pero
en su discurso, Insulza – quien hoy culminará su última Asamblea General de la
como secretario general de la OEA ya que en unos meses finaliza su gestión en
el organismo-, también aprovechó para defender el rol de la OEA como foro
político de las Américas, como el más institucionalizado y pertinente para
ayudar en crisis y conflictos regionales. Y ello fue un mensaje directo al
gobierno de Nicolás Maduro quien, como su mentor Hugo Chávez, siempre ha
criticado al organismo y en marzo pasado se negó rotundamente no sólo a una
reunión extraordinaria que evaluara la crisis venezolana, sino al envío de una
misión de observación al país. Por el contrario, solicitó la ayuda de la UNASUR
para “acompañar” el diálogo, hoy congelado, entre el gobierno y la oposición
venezolana.
Para
algunos observadores, esta defensa de Insulza de la OEA se debe a su interés de
que, tras el fracaso de UNASUR, “el caso Venezuela” retorne a la OEA. El
chileno no quiere que llegue el 26 de mayo de 2015, el último día en su oficina
de Washington, DC, después de una década en el cargo como secretario general,
sin que la OEA no haya hecho nada con respecto a Venezuela. Por su inacción,
que él niega, ha sido muy cuestionado. No quiere salir del organismo con esa
cuenta pendiente.
¿Es esto cierto? Difícil saberlo. Pero lo que sí es cierto es que de no avanzar el diálogo en nuestro país y recrudecer aún más la grave situación venezolana, la OEA tendrá que tomar cartas en el asunto le guste o no. Es la organización hemisférica que está mejor equipada jurídicamente para hacerlo, empezando por la Carta Democrática Interamericana. Los gobiernos de EE.UU, Canadá y otros países ya están presionando para que sea el bloque multilateral el primero que se mueva en caso de que nuestro país caiga al precipicio de la anarquía generalizada.
Maria
Teresa Romero
matero1955@hotmail.com
@mt_romero
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