En
época de Gómez, el dictador era más despiadado: “Me lo meten en la última mazmorra;
donde se pudra, y sólo me den noticias de él, cuando se muera”; fue lo que
alegó el déspota andino cuando le fueron a solicitar la libertad del poeta Pío
Tamayo, a quien una infección nasal lo consumía en los calabozos de sus
cárceles. Ningún espíritu misericordioso abriga esta gente, y siendo lo que en
otras épocas sí lo reclamaban para sí: momentos, como dice Jaua, cuando ellos
estaban en la calle.
Porque,
por lo demás estamos ante un régimen de terror, y siendo, precisamente, Iván
Simonovis, llevado a tal estigma; es decir, a ser acusado de terrorista. En
otras palabras, a ser el endoso de la violencia desatada por ellos en un lejano
11 de abril de 2002; cuando una marcha pacífica se dirigía a Miraflores, con el
objeto de pedir la renuncia de Hugo Chávez, y la misma fue masacrada por
francotiradores; que el sentido común le dicta al venezolano que pertenecían al
gobierno; sobre eso se ha escrito en abundancia, desde artículos en periódicos
y revistas, hasta libros; no obstante, aquí está el endoso, a Simonovis se le
carga esta gente.
Sobre
la circunstancia de Simonovis bailan desde Nicolasote, dicen, y que presionado
por cierto sector del chavismo, que no tiene paz con la miseria, y que le
angustia que se sepa la verdad, acerca de quien fue el que, en verdad, pagó los
pistoleros de Puente Llaguno; así como los que apostaron en las azoteas de los
edificios del entorno de Miraflores; bailan los jalabolas, que escriben en los
medios impresos oficiales, amén de algún medio independiente, y en el portal Aporrea.com,
y quienes para ganarse los galones de buenos abyectos tienen que apelar a su
buena dosis de cinismo y de humor negro, a propósito del martirio de Simonovis;
bailan los familiares de las víctimas, a quienes saca el gobierno, cada vez que
la cosa se le pone peliaguda con este caso, como una especie de escenario
portátil, y lo hacen con todo el descaro del mundo; porque aquí uno ve que hay
más de un impostor; cuando no, gente comprada y manipulada, y si es así, dicho
descaro es doble, tanto del comprador, que en este caso es el gobierno; para
quien, volviendo al tratadista político florentino, “el fin justifica los
medios”, a propósito de la versión de los hechos del 11, 12 y 13 de abril de
2002, y el comprado, para quien la vida del otro no vale nada; si es que ha
transformado su muerte en un comercio, porque, pongámonos de acuerdo, hasta
ahora no se ha dado ninguna evidencia contundente de la culpabilidad de
Simonovis; donde se compruebe que, en efecto, Simonovis tomó el centro de
Caracas con una banda de criminales, en las narices de Casa Militar, y entonces
masacró una marcha pacífica, que se dirigía al palacio de Miraflores, y con un
fin muy fascista, como precisamente, era el buscar que al gobierno se le culpe
de este hecho.
Luego
están los antecedentes de Simonovis: un comisario policial y, en consecuencia,
dedicado a la lucha contra el crimen; uno de los más importantes detectives,
con que cuenta Venezuela, y que al día de hoy debería estar ocupado, formando
profesionales, a ese respecto; sin ninguna militancia pública en algún partido
político; menos en movimientos terroristas, que por ahí pudiera venir la
explicación de tal conducta suya ese día, volviendo al escenario del 11 de
abril; un hombre dedicado a su profesión, resulta inconcebible verlo en estos
afanes, y es por esto que frente a ese discurso truculento del oficialismo, de
pegar una cosa con la otra, sin orden y conexión entre una y otra, uno observa
la irracionalidad de esta gente; la poca idea que tienen, de eso que decía
atrás el sentido común del venezolano; que para nada les compra ese cuento, y,
por lo demás, repito, sobre el que se ha escrito hasta el hartazgo.
Porque
aquí lo que cuenta es la vida de Simonovis, y para volver a lo de su
circunstancia, ésta me hace recordar una frase que repetía mucho José Vicente
Rangel hace muchos años atrás de Sartre (sartrismo a la moda, como lo
calificaba Angel Rama): “La vida de un hombre vale más que la catedral de
Chartres”. Algo que en esta oportunidad parece pasarle por delante; habida cuenta
de que frente al caso Simonovis está muy lejos de ser aquel líder independiente
de izquierda; que aglutinaba sectores y partidos; para no decir masas, con
aspecto de “lord”, como se le decía en su momento, y esto gracias, como se
observa, a un discurso basado en la
defensa de los derechos humanos.
Tanto
más que esa vida de Simonovis pende para el sostenimiento de una mentira. He
allí su apostolado. Pero no buscado, sino impuesto, y, precisamente, por
órdenes de una gente que, en otrora, hacía profesiones de fe a favor del
espíritu más humanitario del mundo; lo cual se presta para que uno observe,
entonces, a partir de allí lo que ha sido la gran comedia de una persona o de
un grupo de personas, que resultaron más viles, que las vilezas, de las que
ellos se sentían víctimas; y la prueba de esta mentira está en la boca del ex
magistrado Aponte Aponte, quien confesó que el propio Hugo Chávez le ordenó que
le levantara ese expediente a Simonovis. Claro, también ellos necesitan de la
mentira; miente que algo queda, como decía Goebbels; que es lo que le permite a
esta gente ganar un día más de vida en ese paraíso, con el que nunca soñaron
“cuando estaban en la calle”.
Enrique Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo
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