El Estado se ha convertido en un peligro para la sociedad. No sólo por
las consecuencias catastróficas que su gestión le impone al país, sino porque
ha recorrido unos grados más en su
oscilación desde el autoritarismo al totalitarismo. Su voracidad de control
apabulla a la sociedad.
Su proyecto, como en las maderas secas carcomidas lentamente por la
polilla, erosiona sistemáticamente a la
democracia y no dejará de roerla hasta desmantelarla. En sus reglas está negado
que la oposición sea un componente de la democracia y la protesta es un delito.
Los cultores de la lucha de clases quieren una sociedad sin antagonismos y sin
pluralidad.
Precisamente porque enfrentamos un plan fundado en el odio, la violencia
y la separación entre venezolanos, tenemos la obligación de agotar los medios
pacíficos y constitucionales. No sólo por la necesaria vinculación entre lo que
hacemos y el país que proponemos, sino también para cultivar la ventaja ética y
la eficacia comunicacional que deben ser soportes de los nuevos atributos de un
gran movimiento progresista y democrático. Sin ello no habrá ni fuerza ni
opción verdaderamente alternativa.
Los estudiantes han librando y ya han ganado una gran jornada. El vigor
que ha tenido la protesta, su extensión y duración, los apoyos ciudadanos y las
simpatías pasivas surgidas en la otra mitad del país sorprendieron en los dos
lados de la polarización. Ellos sacaron
a flote la inconformidad mayoritaria represada en la sociedad, realizaron
movilizaciones extraordinarias, manejaron con firmeza la avalancha represiva y
los ilegales grupos paramilitares no los atemorizaron, contribuyeron a develar
el desprecio gubernamental por los derechos humanos internamente y en el exterior.
Hubo un costo, indignante y doloroso.
En esta fase, parece obvio que el conjunto del movimiento, especialmente
los líderes estudiantiles, abran un debate sobre cómo mejorar la continuación
de las luchas en la calle y los modos de llevarla a otros espacios, sumar
nuevos apoyos y conectarlas con demandas sentidas por el ciudadano común, al
margen de su inclinación política. Los médicos señalaron un excelente ejemplo
al marchar por la defensa de sus pacientes
y la atención al sistema público de salud.
El debate debe abordar la superación del radicalismo porque es una
condición de éxito que el movimiento no termine en un callejón sin salida. El
radicalismo reduce todo a un objetivo mayor y minimiza todos los demás logros.
Tiene una visión única, mientras más extrema e inviable mejor. Genera
aislamiento y obstaculiza el objetivo de acercar a quienes todavía nos observan
con desconfianza o con los prejuicios de la vieja confrontación. El radicalismo
conduce al foco y a la glorificación de actos minoritarios.
La agenda de ese debate existe. La está dictando la necesidad de aumentar la capacidad de respuesta ante los efectos del golpe económico que el gobierno le va a asestar al pueblo en los días que vienen. Y ante la escasez de libertad, que no es un tema menor.
Simon Garcia
@garciasim
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