miércoles, 26 de marzo de 2014

LUIS MARIN, LA CLASE DE MADURO

NC dice constantemente que él es un presidente obrero; estribillo que repiten con idéntica reiteración todos los medios nacionales e internacionales. Puede pensarse que la intención es despertar simpatías entre la gente humilde, pero en realidad persigue un doble propósito: presentarse como la personificación de la fantasía comunista de “la dictadura del proletariado” y sustentar el cuento de que la oposición que se le enfrenta también tiene carácter de clase, es la “burguesía” que se resiste a perder sus privilegios.

El fundamento de su condición obrera estaría en que alguna vez en su vida tuvo el cargo de conductor de metro bus en el Metro de Caracas, empresa pública creada durante el primer gobierno del socialdemócrata Carlos Andrés Pérez.

Un problema no pequeño es que ninguna versión del marxismo, ni siquiera post modernista, considera como obrero a un empleado de una empresa pública, además, empresa de servicios, que no es una fábrica ni está vinculada a ninguna producción y por tanto no genera plusvalía, la famosa explotación económica que es el meollo de la relación entre capital y trabajo, que da origen a las clases y al antagonismo de clases.

Toda la justificación del Estado socialista reside en que si una empresa pertenece a todos no hay explotación y, por tanto, desaparecen las clases sociales, puesto que “si existe explotación hay clases sociales y si no, no”. Es inexplicable cómo en una empresa del estado, creada por la socialdemocracia, NM adquirió su “conciencia de clase”.

Para colmo NM era sindicalista, lo que al menos en Venezuela significa que no trabajaba, porque el primer privilegio del fuero sindical es que quien lo disfruta se libera de sus obligaciones laborales a cambio de realizar labores sindicales que, como todo el mundo sabe, son mucho más importantes y remunerativas que producir.

Pero otro problema teórico más interesante se deriva de la concepción clasista de NM y ayuda a comprender mucho mejor cuales son los verdaderos prejuicios sociales que imperan en Cuba, de donde proviene toda su formación y asesoría política e ideológica.

Según ellos, si alguien ha sido obrero en algún momento de su vida continúa siéndolo para siempre, aunque ascienda a cargos más altos y llegue a ser incluso dueño de la empresa. Sería “un empresario obrero”, según esta concepción. Y aunque esto pueda lucir como una propaganda positiva, la realidad es que es una contradictio in adjecto, porque el clasismo concibe a obreros y empresarios como opuestos dialécticamente y es imposible que ambas condiciones puedan reunirse en una misma persona.

Antes del cargo de presidente NM se desempeñó como canciller muchos años más que los que tuvo como chofer de metro bus; sin embargo, parece que nada le quedó de allí porque ahora se presenta como “presidente obrero”, a despecho de la falsificación del cargo, que no es de obrero.

Los comunistas cubanos han hecho de la “clase” una condición inmanente a la persona que le acompaña donde quiera que vaya, hasta la muerte, con lo que deja de ser una relación social relativa a la posesión o no de medios de producción que, obviamente, puede cambiar con el tiempo, la voluntad o la suerte de la persona.

Lo que se pone de relieve es que la han convertido en una variante del sistema de castas heredado de la colonia española, que tiene profundas raíces en Cuba. Los Castro son blancos peninsulares y aunque hacen demagogia con la negritud y la santería, la verdad es que su educación es católica jesuita y no tienen a nadie de color en su entorno, como no sea en condición de absoluta servidumbre.

La clase de NM no sólo es otra burda mentira, es profundamente reaccionaria y racista.

FASCISMO COMO PSICOSIS

Ocurre que nunca hubo, no hay y quizás nunca habrá en Venezuela un partido fascista. Lo más cercano a un fascismo criollo fue la Unión Nacional de Estudiantes, fundada por Rafael Caldera en 1936 bajo el influjo de la falange española, un movimiento que tampoco era propiamente fascista.

Al contrario del fascismo, de inspiración socialista y revolucionaria, la falange era más bien de inspiración católica y conservadora. Lo que si comparten ambos es una estrecha vinculación con el sindicalismo, el nacionalismo y el militarismo.

De hecho, su nombre completo era “falange española de las juntas de ofensiva nacional sindicalista”. La UNE tendría corta vida, pero es la semilla del futuro partido COPEI. RC será subdirector de la oficina nacional del trabajo del general López Contreras, corredactor de la primera ley del trabajo y toda su vida profesor de derecho laboral.

No debe ser casualidad que el padre del comandante eterno fuera copeyano, que le pusiera su segundo nombre en homenaje a RC, que haya sido éste quien le indultara y le entregara finalmente la banda presidencial.

Con estos antecedentes, ¿cómo es posible que hayan convertido al fascismo en una especie de enfermedad venérea que le endilgan permanentemente a los demás como una transferencia o proyección?

Salta a la vista que esa profusión repetitiva de “fascismo, fascismo, fascismo” es un mecanismo psicológico alucinatorio, una fantasía pseudo revolucionaria en que estos sujetos se ven transportados a la guerra civil española o bien a las puertas de Stalingrado, luchando contra unas fuerzas oscuras y amenazadoras que no son sino sus propios fantasmas, exactamente como ocurre en los delirios de los paranoicos.

Si se observa objetivamente a los partidos de oposición oficial resulta que todos son socialdemócratas, con la excepción ya mencionada de COPEI y quizás Primero Justicia que es de inspiración socialcristiana. Los demás partidos como Podemos, Bandera Roja, el PRV y afines, son evidentemente comunistas “auténticos”.

Entonces, ¿dónde están los fascistas, quiénes son? La verdad, no hay tales fascistas, lo que hay es la fabricación de un antagonista conveniente.

Pero el lugar prominente que ocupa en el discurso exige explicación, sobre todo cuando en estos días un político corrupto, inescrupuloso y traidor a su país como Yanukovich, dice que los sucesos de Maidán le recuerdan el ascenso de Hitler al poder. Acto seguido, los separatistas de Crimea acusan al gobierno de Kiev de “fascistas” y llenan los muros con esvásticas tachadas y propaganda antifascista.

La hasta ayer hermana república socialista soviética de Ucrania se convirtió súbitamente en un estado fascista agresor del que los ruso parlantes de Crimea se están defendiendo a brazo partido, bajo el amparo del ala protectora de la Rusia de Putin.

Al principio puede pensarse: Bueno, estos se volvieron locos; pero vinculándolo al caso Venezuela, entonces se ve que lo que pasa es que estos tipos no tienen nada en la bola, no tienen ideología, mensaje, nada que ofrecer y lo único que se les ocurre es fabricarse un fascismo imaginario como factor de unificación y movilización, combatiendo algo que produce un rechazo automático e incondicional.

Del otro lado la perspectiva resulta aterradora: es la puerta de entrada al mundo alucinatorio de la mentira programada, de la burda propaganda, la manipulación de masas, la ceguera inducida de la verdad oficial, la realidad inventada del socialismo, el mundo al revés del totalitarismo.

El fascismo elevado de enfermedad mental a psicosis colectiva.

BOLIVARIANISMO COMO CAMUFLAJE

Hay una suerte de unanimidad en considerar que la primera víctima del totalitarismo es el lenguaje, por la forma en que los términos son tergiversados, vueltos de revés, hechos incongruentes, manipulados para generar el shock que algunos llaman “disonancia cognitiva”, un contraste que se traduce en la enunciación de una realidad inexistente.

No obstante, algunos que se oponen al totalitarismo caen en las trampas del lenguaje y no se sabe si por inadvertencia, porque no les parece importante, por ignorancia o por error, se expresan y divulgan el lenguaje totalitario en forma acrítica.

Por ejemplo, resulta desalentador decir y repetir inútilmente que las repúblicas no son bolivarianas, ni islámicas; pero parece que la desintegración de la URSS y la reaparición de Rusia, simplemente, no ha sido asimilada en todas sus consecuencias, como que en efecto, las repúblicas tampoco son socialistas, ni soviéticas.

Asimismo las unidades político territoriales que conforman la tal república bolivariana, son también “bolivarianas”. Fíjense en lo estúpido que resulta decir “estado bolivariano Miranda”, “estado bolivariano Bolívar” o “Municipio bolivariano Libertador”.

Sin embargo, incluso la oposición oficial adopta esta neolengua, como la bandera de las ocho estrellas, no se sabe si por servilismo, por la creencia infundada de que “eso es lo que quiere el pueblo” o bien para no quedar en desventaja frente al pseudo patriotismo oficialista.

Como quiera que sea, aunque lo repitan millones de veces y así lo hagan unánimemente todos los opositores reales o supuestos, eso no convertirá en “bolivarianas” a unas entidades político-territoriales que no tienen ideología, prejuicios, ni necesidad de disfrazarse.

Pero el efecto perverso está allí, como cuando se califica de “bolivariana” a la Guardia Nacional, la policía nacional y otras cosas nacionales, sobre todo y principalmente considerando su desempeño en contra de la población. Aquí al efecto falsificador se une el hecho de cubrir con un barniz de respetabilidad a quienes realizan actividades criminales a la vista del público.

El camuflaje “bolivariano” no es trivial y no se puede tomar a la ligera. Lo utilizaron los conspiradores dentro de las FFAA antes de los golpes de estado del 92 para cubrirse de una dignidad que no tenían y sus mandos cometieron el error de aceptar la moneda falsa y llamarlos así, “los bolivarianos”, con lo que los cubrieron con un aura de gloria que tanto machacan en la academia militar y de la que se aprovecharon con singular vileza.

Ahora lo han llevado a todas partes, imponiéndoselo a todo el mundo, rebajándolo a un vulgar adjetivo calificativo, hasta hacerlo aborrecible, como despreciables son sus actos y ellos mismos.

Como dicen los dialécticos: la manera de superar el bolivarianismo es realizándolo.

Luis Marín
lumarinre@gmail.com
@lumarinre

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