sábado, 22 de marzo de 2014

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA DEL SIGLO XXI

“Un gobierno asesino, fracasado, no tiene derecho a permanecer en el poder”. Santos Yorme
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TORMENTA PERFECTA
Se veía venir un importante reacomodo de fuerzas en función de las profundas transformaciones en las relaciones entre los partidos políticos tradicionales – de AD a PJ y de Copei a UNT – y la sociedad civil, que ha hecho crisis a partir de los últimos sucesos. Pues desoyendo la estrategia imperante en todos los partidos de la MUD, el movimiento popular ha asumido otras banderas que las electoralistas imperantes en el seno de la oposición desde que Teodoro Petkoff, Julio Borges y Manuel Rosales se hicieran a mediados del 2006 con el principal caudal de la protesta, expresada de manera notable con el arrollador abstencionismo de diciembre de 2005, y encasillaran toda la energía de la indignación popular por los canales del CNE, provocando una interrupción de la energía contestataria de la sociedad venezolana hasta llegar a las graves e intolerables frustraciones de las dos últimas candidaturas presidenciales de Henrique Capriles. Pues ese encasillamiento acompañó el práctico abandono de las exigencias por condiciones electorales mínimamente aceptables y sirvió en bandeja de plata la voluntad contestataria a la sumisión electorera.
Dos fenómenos vinieron a sepultar la estrategia de la MUD de pasar agachados durante lo que consideró un año sabático y las proyecciones de volver a candidatear a Henrique Capriles para las presidenciales del 2019. Teniendo como estación intermedia las elecciones parlamentarias del 2015. 
En los hechos, una tregua unilateral – que continúa la que se impuso desde el 11 de abril hasta este 12 de febrero – que le dejaría a Nicolás Maduro las manos libres para consumar su proyecto de asegurar la transición del caudillismo chavista al comunismo castrista. Comimos de sus envenenados frutos con las municipales, de las que se eliminaron todas las aristas que pudieran sonar a agresividad, mientras el gobierno acometía la clásica táctica bifronte del castrochavismo, que llevamos 14 años sufriendo sin provocar la menor preocupación en los sectores proclives a transar con el régimen en función de sus intereses inmediatos: desatar el caos con la zanahoria del Dakazo, que no encontrara oposición ninguna en un liderazgo cataléptico, y llamar a conversaciones a ese mismo liderazgo para atenuar cualquier eventual reclamo ante el feroz agravamiento de la crisis. La gracias dadas por alcaldes y alcaldesas rompieron el saco de la vergüenza.
Las fúnebres “celebraciones” navideñas y el ominoso asesinato de Mónica Spear y su esposo, así como un agravamiento de los problemas económicos debido al práctico agotamiento de las reservas internacionales, comenzaron a indicar que en lo profundo de la sociedad venezolana se estaba gestando lo que calificáramos ya entonces de TORMENTA PERFECTA. A desmedro de lo que quisieran los factores políticos dominantes en la Mesa de Unidad Democrática, dos fenómenos incidirían de manera dramática sobre una eventual irrupción de la protesta, esta vez a nivel nacional y con un claro y unívoco mensaje político: la desaparición de Chávez y con ella la evaporación de toda legitimidad, no sólo del mismo Nicolás Maduro, cuya incapacidad había alcanzado niveles de saturación solo comprensibles desde el Principio de Peter, sino del régimen mismo. 
Que se sostuviera durante 14 años apalancado por el carisma y el insólito poder de seducción tribal de las masas populares por parte del caudillo. Desaparición que dejaba al régimen a la intemperie de toda legalidad y legitimidad mientras el encargado por los Castro trataba de realizar un auténtico triple salto mortal: pasar del caudillismo autocrático chavista al comunismo burocrático castrista. Sin dinero y con tarjetas de racionamiento. En Venezuela, la cuadratura del círculo.
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El otro factor que dejaría la crisis al desnudo, también señalado en LA TORMENTA PERFECTA, sería la inexistencia de elecciones en el primer año sabático vivido por el país chavista, con la práctica desaparición de los colchones de apaciguamiento y distracción social y política tradicionales del sistema, en los que la oposición partidista participaba de buen grado, dado su convencimiento de que el régimen ni era dictatorial ni su gobierno perfecto. Sin elecciones por delante, ni los partidos tendrían de qué ocuparse ni sus militancias y adherencias en qué distraerse. La energía contestaría, que ya hervía, podría desatarse sin cortapisas, a sus anchas. Los partidos, para fortuna de la sociedad civil, hacían mutis.
Es preciso señalar que al darle libre cauce a dicha energía, la única capaz de derrotar y expulsar a la dictadura, como han insistido en señalarlo Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma, ésta debió derribar muchos, muy prestigiosos y afamados tajamares de contención de la propia élite mediática y política de la oposición electorera. La indignación causada por las Guarimbas – el único instrumento eficaz, de fácil construcción y sin otros costos que la voluntad, la decisión y el coraje de la juventud revolucionaria venezolana – sacudió a comunicadores, columnistas, parlamentarios y dirigentes políticos de la oposición. Que conminaron a “los guerrilleros” de las guarimbas a que se fueran a incordiar a otro país, que reclamaron escandalizados por poner en riesgo las vidas de jóvenes manifestantes, que “ellos jamás tendrían la irresponsabilidad de cometer”, que acusaron a quienes promovían tales acciones de precipitarse a acciones violentas sin que estuvieran dadas las condiciones objetivas, que auguraron una rapidísima extinción de las acciones y que hasta se burlaban por su elitismo exclusivista y excluyente, apenas concentradas en el Este de Caracas. Escuché a muchos dirigentes políticos de las organizaciones ya tradicionales, así nacieran al fulgor del asalto del chavismo, y a no pocos comunicadores súbitamente agriados preguntar escandalizados por qué los guarimberos no salían de la Plaza Altamira y se iban a Catia o a Caricuao. Ahora no era Internet el que no subía cerros. Tampoco lo haría la protesta revolucionaria.
La incomprensión y el rechazo fueron mayoritarios y cundieron entre los sectores acomodados de la clase media. Hasta que la sangre derramada vino a demostrarles que esos jóvenes estaban dando sus vidas por la democracia que desde esos feudos comunicacionales se reivindicaba a diario dientes afuera. Que la sangría de nuestra juventud constituía el sacrificio de toda una nueva generación que no toleró más lo que nuestros mayores, viejos próceres y ex candidatos presidenciales, no habían trepidado en pasar por bajo cuerda para ir a sentarse ellos o sus mandados con el sátrapa en Miraflores. Hasta que, para inmensa, gigantesca sorpresa, de los apaciguadores, paniaguados y acomodados del sistema la opinión pública internacional vino a ponerse de parte “de los guarimberos” y desde Ucrania a los Estados Unidos se levantó una ola incontenible de solidaridad con las luchas, no de esos mártires y la generación del 14, de Leopoldo López prisionero, María Corina maltratada o Antonio Ledezma en solitario sino del pueblo venezolano. SOS Venezuela. Que hayan sido Madonna, Rihanna, Ricky Martin, Rubén Blades, Chayanne, Jared Leto y grandes figuras de Hollywood y el espectáculo de fama mundial, acompañados por los “guerrilleros” ucranianos, quienes universalizaron nuestras luchas habla a favor de los nuevos tiempos. La imaginación de la protesta, uno de los aspectos conmovedores de esta revolución democrática, supo activar las ansias libertarias del planeta.
3
Contrariando todas las previsiones, derribando todos los diques de la incomprensión, echando por tierra taras y prejuicios inveterados de una clase política exangüe, anémica, carente de imaginación, de grandeza y coraje, un llamado de Leopoldo López y de María Corina Machado, oportuna y generosamente respaldado por el político de mayor jerarquía, experiencia y categoría de la tradición democrática venezolana, Antonio Ledezma, había puesto en pie la mayor insurrección popular de que tengamos memoria desde los notables sucesos del 23 de enero de 1958.
El país ha sido conmovido hasta sus cimientos. Ya nada es como parecía. Las tripas del régimen se desangran a vista y conmoción del mundo que nos observa estupefacto. Y admirado. Corren las cancillerías a ver cómo logran ponerle atajo a lo que ya luce como inevitable: la salida del poder del encargado de los Castro y salvan lo poco que pueda salvarse de este naufragio. Lo hacen no sólo por espíritu de cuerpo. Saben que este huracán libertario podría extenderse por América Latina, como en su momento sucediera con la Primavera Árabe. Pues como nos lo acaba de recordar en un conmovedor artículo Laureno Márquez, el aleteo de la mariposa que echo a volar en los Andes venezolanos puede provocar un tsunami incalculable en las pampas argentinas. No hablemos del causante primordial de esta tragedia que subiera a escena hace tres lustros: la abyecta tiranía cubana.
Se acomodan los partidos tradicionales, que aún no logran dominar la situación y sentirse a sus anchas. Sus problemas no se resuelven con cambalaches de militantes que buscan ubicarse en mejores puestos de la tribuna de este espectáculo sin precedentes. Por ahora el protagonismo está en la arena del duro batallar del día a día. No en las secretarías generales o en las curules. De allí saldrá seguramente la generación política de recambio, las nuevas ideas y la nueva dirección que se le imprima a un país que quiere renacer de sus cenizas. Pues el 12 de febrero constituyó un giro copernicano que nada ni nadie podrá detener.
Está naciendo la Venezuela del Siglo XXI. Tendrá que echar por la borda sus viejas taras y sus añejas certidumbres. Está compelida por la historia a modernizarse en todos los ámbitos de su vida como sociedad. A comenzar su nueva andadura con un proyecto de nación moderna y auto sustentable. Libre de la miseria y la ignorancia, el estatismo esclavizador y el compadrazgo politiquero. A ser productiva, laboriosa, cívica y respetuosa de las leyes. Poderosa en el ámbito regional e intraficable en el mercado de las hienas que esperan al acecho.
Sólo me cabe recordar los versos de una maravillosa canción compuesta por un compañero de generación mientras estudiaba en Berlín hace medio siglo: you may say I’m a dreamer, but I’am not the only one (usted puede decir que soy un soñador, pero no el único). Le respondería con otra frase excepcional, que acuñara nuestra bienamada María Corina: Somos mayoría. Que Dios nos acompañe.

Antonio Sánchez García
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs

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