Cuando el semáforo cambia del rojo al verde,
es inmediata la reacción de quienes expresan su afán para que otros arranquen.
Se siente tensión: En el tráfico vertiginoso, en motociclistas que quisieran
tener alas y se pasan por todos lados de manera frenética, en calles y parques
por donde la gente va de prisa, buscando ganarse un segundo en su día, y en
muchos ambientes, donde el estrés, la dificultad por la escasez de tiempo
disponible y la poca paciencia hacia los demás, se han convertido en una
constante.
En los hogares se escuchan voces en tono
fuerte: madres alteradas y nerviosas, padres y esposos reclamando y
reprochando, hermanos discutiendo por bagatelas, hay tensión en las familias
venezolanas. En algunas empresas de las
pocas que quedan en el país, se vive una presión repugnante: por las agendas,
el cumplimiento de las metas, los planes y los indicadores…
Ni hablar de los aeropuertos y terminales de
transporte, donde personas de todos los lugares corren desenfrenadas buscando
llegar a algún lugar (a veces creo que corren hacia ninguna parte).
Hay momentos en que alguien decide quedarse
quieto y percibe que en Venezuela padecemos una histeria colectiva, un
desasosiego general, un estrés epidémico que de no ser atendido puede llevarnos
al colapso.
Necesitamos tranquilizarnos, hacer un alto en medio de un contexto apremiante que nos está volviendo agresivos y violentos, y sin perder la visión de las altas metas, estar más tranquilos o sosegados.
Es necesario, mis amigos lectores cultivar
una paz interior que nos permita mantenernos impasibles, respirar mejor,
alimentarnos sanamente, dormir el tiempo necesario y de vez en cuando tomar una
buena cantidad de minutos para cosas sencillas: contemplar un amanecer,
deleitarse con un atardecer, escuchar el sonido del agua cantarina de algún
río, de una hermosa melodía romántica o mirar el rostro inocente de un niño
dormido plácidamente.
Tenemos que recuperar el sentido de la vida,
gozar el privilegio que nuestro Dios nos da día tras día de existir, procurar
la conquista del equilibrio para que el estudio, el trabajo, la necesidad de
ganar dinero y la pretensión de hacer muchas cosas, no terminen llevándonos a
la enfermedad, la tristeza y el sin sentido.
Debemos calmarnos individual y
colectivamente, domar los demonios interiores que nos llevan a gritar y
descalificar al otro, y encontrarnos con la armonía interior para que podamos
comunicarnos con más bondad, con más amor o
ternura, y tener una vida plena donde cada bocanada de aire respirado
sea un regalo y cada bocado de alimento un privilegio.
Serenarnos, para entregar paz a los demás y
tener mejor calidad de vida. No significa volvernos lentos o hacer menos,
simplemente, se trata de aprender a detenernos, para recobrar la felicidad,
mirar alrededor con gratitud y esperanza y reconocernos como somos: Únicos e
irrepetibles por la creación Divina.
Zenair Brito Caballero
britozenair@gmail.com
@zenairbrito
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