A
Fernando Gerbasi
Los jóvenes sintetizan el descontento
existente en el país por el colapso global del régimen que surgió hace quince
años. En el cementerio en que se ha convertido el país, ellos han puesto la
mayoría de las víctimas. En los jóvenes
se concentra la mayor cantidad de muertes violentas, heridos por armas de fuego
y armas blancas, secuestros exprés y matraqueos por parte de la policía.
Se
localiza la más alta tasa de desempleo, subempleo e informalidad, casi el doble
del promedio nacional. A ellos se les ha bloqueado las posibilidades de contar
con un empleo fijo y bien remunerado que les permitan independizarse de sus
padres, poseer sus propios bienes y construir sus propias familias. A la
juventud se le quitó la ciudad nocturna y se le arrebata el futuro, porque se
le condena a la dependencia y a la pobreza. Se le empuja a marcharse de
Venezuela y huir hacia otros destinos.
La
juventud estudiantil no ve a las universidades como un mecanismo de ascenso
social. Los títulos que expiden esos centros de enseñanza se han devaluado.
¿Qué hace un comunicador social si los medios impresos están siendo cerrados
porque no hay papel para imprimirlos? ¿En dónde trabajará un ingeniero civil o
mecánico, o un arquitecto, si la construcción se encuentra paralizada? ¿Dónde
puede realizar un economista o un administrador estudios de factibilidad o de
riesgo, si las empresas están cerrando o cuesta un mundo crear una nueva? ¿Qué
pueden hacer los abogados con un Poder Judicial postrado ante Miraflores? ¿Para
qué ingresar en la FAN si vas a convertirte en una pieza del socialismo?
Al igual que en Ucrania, donde imperaba un esquema autoritario pro ruso, a nuestros jóvenes les sobran motivos para protestar y luchar. El actual ciclo de manifestaciones, que surgió en San Cristóbal con el fin de denunciar y oponerse al clima de inseguridad que los afectaban, se transformó en un alegato contra un régimen incapaz, que persiste en mantener un modelo colectivista y estatista, causa esencial de la crisis más profunda de la que se tenga memoria en la época moderna.
Inducido por los sectores más radicales que
lo rodean, Nicolás Maduro pensó, dentro del mejor estilo cubano, que las
protestas tenían que ser respondidas con una represión feroz contra los
manifestantes, encarcelamiento de líderes políticos como Leopoldo López y
persecución de personas honorables como Fernando Gerbasi. Su ignorancia de la
historia nacional y mundial le impide
comprender que el movimiento estudiantil se fortalece ante la represión y que los
jóvenes no se asustan ni acobardan frente a la brutalidad de los cuerpos de
seguridad, aunque de ellos formen parte las bandas de matones que integran los
llamados por la neolengua oficialista, “colectivos”. Hasta van catorce muertos,
y apenas han transcurrido dos semanas desde que las movilizaciones escalaron.
Esta cifra se elevará si Maduro continúa cediendo a las presiones de los
radicales que lo asedian, quienes le exigen aún mayor severidad y le impiden
conversar con los líderes de las protestas para llegar a acuerdos con ellos.
Cuando las pasadas manifestaciones en Río de
Janeiro, Sao Paulo y otras ciudades brasileñas, Dilma Rousseff comisionó a unos
ministros para que establecieran
contacto con los estudiantes y jóvenes que protestaban, de modo que en
equipo buscaran una salida a la crisis. Maduro tendría que asumir una conducta
similar. Dentro de ese hipotético diálogo habría que tratar el desarme de los
grupos paramilitares creados por el régimen, los cales actúan como el rostro
oculto de la Guardia Nacional y de las policías. Realizan el trabajo sucio que
esos cuerpos del Estado desean evitar y le facilitan la labor justificatoria al
Gobierno. Para Maduro es más sencillo eludir sus responsabilidades frente a la
comunidad internacional cuando los excesos los perpetran esas pandillas de
facinerosos. En el país no habrá paz mientras persistan esas pandillas. Los
otros temas se relacionan con la seguridad, el empleo, la calidad de la
educación, los salarios, las facilidades para adquirir viviendas y vehículos.
En síntesis: con la calidad de vida.
El destino de las protestas estudiantiles no puede preverse. Lo que sí es posible anticipar es los jóvenes representan la bujía de una nación que se niega a retornar a la barbarie. Si logran engarzar su descontento con el malestar existente en los otros sectores nacionales, la revuelta actual alcanzará niveles insospechados. Allí está Ucrania.
@trinomarquezc
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