miércoles, 8 de enero de 2014

MARIO VILLEGAS, HABLANDO DE DOBLE MORAL

Muertos hubo, y bastantes, el 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992, producto de fallidos golpes militares cruelmente ejecutados contra un gobierno nacido del voto popular. 

Todavía resuenan las tanquetas entrando a plomo al Palacio de Miraflores y al Palacio Blanco, las metralletas y fusiles vomitando fuego sobre la residencia presidencial de La Casona y, por si fuera   poco, los aviones bombardeando criminalmente el centro de Caracas para echar del poder al presidente constitucional Carlos Andrés Pérez II. El inspirador y comandante de aquellas sangrientas intentonas, el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías, así como los demás jefes castrenses, fueron procesados por rebelión militar y encarcelados, aunque con trato privilegiado, para ser liberados poco después por los presidentes Ramón J. Velásquez y Rafael Caldera II.

Chávez, el jefe supremo de aquellos actos violentos, fue sobreseído por Caldera tras algo más de dos años de prisión y elegido Presidente en 1998 por votación mayoritaria del pueblo venezolano.

Esa irrefutable historia viene al recuerdo cuando uno escucha a los voceros oficiales, empezando por el presidente Nicolás Maduro, patinar en contradictorios argumentos para justificar su negativa a otorgar una medida humanitaria en favor del comisario Iván Simonovis, cuyos nueve años en prisión exceden con creces los dos y pico que pagó Chávez por hechos similares. Culpable o no de los crímenes que se le imputan en ocasión a los actos violentos que condujeron al golpe de estado que en abril de 2002 desalojó por dos días del poder al entonces presidente Chávez, los delitos de Simonovis son de la misma naturaleza política que los del insurgente teniente coronel de 1992. De modo que si Chávez era un preso político, también lo es ahora Simonovis.

Esta es, justamente, una emblemática expresión de la doble moral que caracteriza a la jerarquía chavista y de la cual tampoco están exentos algunos sectores de la oposición.

 Por eso resulta tragicómico ver a la ministra de Comunicación e Información, Delcy Rodríguez, criminalizar y acusar de doble moral a algunos dirigentes políticos, parlamentarios, empresarios, comunicadores y voceros de ONGs no afectos al gobierno que viajaron al exterior con motivo del fin de año. Que se sepa, viajar libremente al exterior es un derecho constitucional. Y así lo hacen a menudo muchos jerarcas de la élite política, militar, empresarial, burocrática y familiar del chavismo, con la sola diferencia de que lo hacen bien guillados y, en no pocos casos, con logística, pasajes y muchas lechugas verdes provenientes del patrimonio nacional.

  Y hablando de lechugas verdes y doble moral, ¿Será que la muy moralista plana mayor, media o menor del chavismo cambia sus dólares (ya sean provenientes de viáticos, cupos de Cadivi o Sicad, asignaciones especiales, ganancias en el exterior o de cualquier otra fuente) a 6,30 bolívares por unidad en el Banco Central de Venezuela o los engordan y revenden ilegalmente a la tasa del mercado negro o rojo rojito?

  Razones tiene la vox populi de preguntarse por qué los revolucionarios de nuevo cuño tienen que sufrir tantos sacrificios, como vivir en las más encumbradas urbanizaciones del país, andar súper escoltados en lujosísimos autos y oligárquicas camionetotas, poseer jugosas cuentas bancarias en Venezuela y el exterior, mandar a sus hijos a los mejores colegios privados del país y a las más reputadas universidades del mundo, asistir a las más lujosas clínicas privadas, frecuentar exquisitos bares y restaurantes, realizar excéntricas bacanales o suntuosas celebraciones familiares, entre otras ingratas penalidades. Atrás dejaron sus tan añoradas barriadas populares, los viajes en metro, en camioneticas o en modestos automóviles, los simoncitos y las escuelas bolivarianas, las clínicas populares, los módulos de Barrio Adentro y las sencillas celebraciones en casa.

 El caso del muy revolucionario ex ministro y ex gobernador Rafael Isea, hoy residenciado a todo trapo con su familia en el muy odiado imperio estadounidense, es apenas otra muestra de lo que aquí decimos.   

Pero los ejemplos de la doble moral que inspira al gobierno son verdaderamente interminables. Ahí tenemos los casos de Chile y Honduras. Instantes después de conocerse el reciente triunfo de Michelle Bachelet, el presidente Maduro la felicitó formal y efusivamente como la nueva presidenta del pueblo chileno. Pero a más de un mes de haber ganado en Honduras por amplio margen, el nuevo presidente Juan Orlando Hernández aún no ha sido reconocido por el gobierno venezolano.

¿La razón? Derrotó a la candidata chavista Xiomara Castro, esposa del ex presidente Manuel Zelaya, quienes cantaron fraude y convocaron al pueblo hondureño a la calle a desconocer los resultados publicados y ratificados por el Tribunal Supremo Electoral. Curiosamente, fue eso justamente lo  que en Venezuela hizo el candidato Henrique Capriles, con la diferencia de que aquí la distancia entre el candidato ganador y el perdedor fue de apenas uno y piquito por ciento, mientras que allá la victoria de Hernández sobre Castro fue de 6 puntos. Conclusión: lo que en Venezuela fue considerado por el gobierno como una conducta violenta y delictual, se justifica en Honduras y motiva un intrusivo desconocimiento a la soberanía popular del pueblo hondureño.

No alcanzarían las páginas de ningún diario para reseñar las sopotocientas manifestaciones del llamado doble rasero o doble estándar que emplea el chavismo para evaluar cualquier hecho. Manifestaciones que se resumen en una célebre expresión no pocas veces repetidas por figuras emblemáticas de la llamada revolución bonita: “Con los míos, con razón o sin ella”.

Y por cierto, la ministra Rodríguez no escapa a la práctica de la doble moral. Fresco está el recuerdo de la amenazante prepotencia con la que actuó ante el personal de una lujosa clínica de la urbanización Altamira, en el este de Caracas, a la que fue llevado su hermano Jorge Rodríguez, hoy alcalde del municipio Libertador, cuando éste sufrió un grave accidente de tránsito al conducir su muy proletario automóvil último modelo marca Audi.

Razón tampoco le faltaba a la vox populi cuando se preguntaba por qué razón la ministra no llevó a su hermano a uno de los supuestamente muy modernos y bien dotados centros públicos de salud, como tampoco cuando se preguntaba por qué el alcalde Rodríguez habita en una opulenta urbanización fuera de su municipio y sus hijos cursaban en colegios privados a los que acuden los hijos del mantuanaje capitalino.   

Sería bueno saber en qué modesta barriada del municipio Libertador vive la flamante ministra de Comunicación e Información. Como bueno también sería que aclarase si ciertamente tiene o tuvo una tienda no precisamente en el Mercado Popular de La Hoyada sino en el muy revolucionario Centro Comercial San Ignacio, tal vez el más opulento de toda Venezuela, como sostiene una fuente altamente confiable para quien esto escribe.

Si vamos a hablar de doble moral, hablemos pues. Pero siempre he dicho, y repito, que tener doble moral equivale a no tener ninguna. Así que quien tenga rabo de paja es mejor que no se arrime a la candela.

Mario Villegas
Periodista venezolano
mariovillegas100@gmail.com
@mario_villegas

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