Los caciques del chavismo, Nicolás Maduro
y Diosdado Cabello, con sus respectivas
tribus, están apostando a generar condiciones que sumerjan al país en una
crisis extrema que justifiquen decisiones que supriman los exiguos espacios
legales que todavía existen en Venezuela.
El primer objetivo es destruir la oposición.
Los depredadores necesitan impunidad para actuar a su antojo y una fuerza
política que les rete constantemente es un enemigo a vigilar y destruir si se
presenta la oportunidad, resultado que no será fácil porque se aprecia que la ciudadanía está en
el presente más dispuesta a defender sus derechos que en el pasado reciente.
Tal vez la muerte de Hugo Chávez sacó del
letargo a tirios y troyanos, independientemente a si estaban a favor o no de un
golpista que fue capaz de imponer una dictadura electoral.
Al César lo que es del César debimos
aprenderlo hace mucho tiempo. Subestimar a Chávez fue un error que no debe
repetirse con los Cabellos y Maduros que se debaten o puedan debatirse por el
control de la nación.
Por otra parte el liderazgo de la oposición
aunque favorece soluciones negociadas, indudablemente lo mejor para el país, tiene una mayor
conciencia de la realidad y está consciente que no puede seguir siendo
condescendientes con su enemigo porque la esquina del ring se le achica y no
van a encontrar donde entrenarse para futuras contiendas.
De ahí la firmeza de los reclamos actuales.
Las denuncias constantes y la demanda de inspecciones y auditorias de los
resultados de las elecciones. Hay demanda firmes, acusaciones de fraude, no
solo de la que se hace en las urnas, sino también de los muchos ventajismos a
los que recurrió el gobierno.
Se denuncia la corrupción y lo más
importante, las violaciones a la
soberanía venezolana por parte de la dictadura cubana. Era inexplicable que un
sector de la oposición venezolana no fuera más crítica con la dictadura de los
Castro, no rechazara la presencia de militares cubanos en ese país y no
mostraran solidaridad con los cubanos que enfrentan la dictadura.
No obstante el gobierno con sus mañas
arrincona cada vez más la libertad y los derechos ciudadanos. Las disposiciones
arbitrarias de las instituciones del estado buscan el caos social para provocar
reacciones extremas que argumenten el cese de las garantías constitucionales,
que aunque de hecho son inexistentes,
acrecentarían su impunidad si se dictan disposiciones legales que las
anulen por completo.
La crispación social es tensa y se extiende a
amplias capas de la población. El oficialismo busca una confrontación violenta
para hacer el rol de víctimas. No cesa de reprimir y abusar de los poderes que
detenta para favorecer una explosión social que le sería beneficiosa porque a
pesar de sus iniquidades, la inmensa
mayoría de los gobiernos y de organismos internacionales prefieren estabilidad
y gobernabilidad en el resto del mundo, para que las olas de los otros no
afecten sus mandatos.
La situación económica es alarmante y el
empresariado independiente tendrá menos recursos para producir, pero también para apoyar a los políticos que
favorecen un cambio, porque no se puede
olvidar, parafraseando a Napoleón Bonaparte, que la política, necesita dinero,
dinero y más dinero.
La información es cada vez más controlada por
el estado. La compra de medios, la cancelación de licencias y la capacidad de
usar con fines criminales el poder judicial, es una realidad que disminuye las
posibilidades de defender los derechos
ciudadanos.
El exilio o al menos la emigración es una
alternativa que muchos consideran. Cada embate que se pierde le confiere
terreno al enemigo y si no trata de recuperarse, los fieles pierden la
confianza y abandonan el templo.
El argumento de la lucha de clases, el odio a
la oligarquía, y ese sin fin de sandeces a las que recurren los regímenes
populistas ha perdido mucha de su eficacia pero la policía política es más eficiente
y tenebrosa.
Aunque amplios sectores de la población se
han percatado de la soberbia y el desprecio a los derechos propios y de los
demás que muestran constantemente los
funcionarios chavista, el control de las fuerzas represiva ha mejorado y el
miedo a lo que puede pasar individualmente supera muchas veces el compromiso
con la nación, por eso los déspotas controlan por mucho tiempo el poder.
Tampoco se puede obviar que hay sectores que sin estar asociados directamente
a la actividad política están irritados por la prepotencia del gobierno. Otros,
al faltar el Caudillo no son devotos de sus intérpretes y prefieren abstenerse
de cualquier gestión, incluido el voto, lo que favorece a la oposición.
Todo eso ayuda a la estabilidad de la balanza
en la que se juega el futuro del país, pero es el momento de la ofensiva. Se
debe actuar con firmeza, recurrir a todos los espacios legales para reclamar
los derechos que el enemigo quiere cercenar, como el artículo 350 de la
constitución que apunta “ El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición
republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá
cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores,
principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”.
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