Benjamin R. Tucker (1854-1939) fue un
anarquista norteamericano, editor de revistas, perseguido político, que
escribió sobre el Estado Socialista; les resumo someramente sus ideas.
Tucker no entendía muy bien cómo el
socialismo se había convertido en un movimiento tan grande, con tantos
seguidores, especialmente obreros, sin que la mayoría de ellos, e incluso,
algunos de sus líderes, realmente entendieran de qué se trataba.
El socialismo parte de la premisa de que el
trabajo, por derivar del trabajador, le debe pertenecer, esto se deduce del
principio que Adam Smith estableció en su obra, La Riqueza de las Naciones, en
la que dice que el trabajo es la verdadera medida del precio. Smith no fue
mucho más allá de esa consideración y se explayó en otros asuntos, como
describir cómo se medía el precio y su función en el mercado.
Pero el socialismo fundó una nueva filosofía
económica basada en que si el salario era producto del trabajo, y si el salario
era la única fuente de ingresos de un trabajador, entonces el capital, que es
simplemente salarios acumulados, no debería ser usado para la usura, es decir,
que quienes necesitan de ese capital no deberían pagar tributos en la forma de
intereses, renta o ganancia.
Los que se benefician de jugar con el
capital, los banqueros, los terratenientes, accionistas, industriales,
comerciantes, y le extraen ganancias, lo hacen porque la ley los privilegia o
porque se les concede el monopolio para que sólo ellos se lucren de esos
manejos.
Para un socialista, quien necesite de capital
debería tomarlo prestado y bastaría devolverlo completo para terminar la
transacción, sin pagar nada por él.
Pero para lograr esto se necesita que alguien
o algo garantice un esquema de cosas que lo haga posible y es así como aparece
la doctrina del Estado Socialista que dice: “Todos los asuntos del hombre deben
ser manejados por el Estado, sin tomar en cuenta las decisiones individuales.”
Marx fundó este modo de administrar la
sociedad con el fin de abolir los monopolios clasistas y de centralizar los
intereses comerciales e individuales, para tener control sobre todos los entes
productivos y de distribución en un vasto monopolio, ahora en manos del Estado.
El gobierno debía convertirse en banquero,
terrateniente, comerciante, industrial, transportista… y en esas actividades no
acepta competencia.
La Tierra, los implementos para la
producción, sus instalaciones, todas las herramientas que hacen posible el
proceso productivo serían tomados de los particulares y convertidos en
propiedad pública.
El hombre sólo será dueño de su ropa y su
comida, pero no de la máquina de coser ni del tractor que necesita para
producirlas, ni siquiera de su casa; no hay propiedad privada, todo es proveído
por el Estado.
Y aquí deberíamos diferenciar entre producto
y capital, que son dos cosas diferentes; la nevera o el auto podrían ser
posesiones del individuo, pero el capital pertenece a la sociedad, al
colectivo, administrado por su órgano que es el Estado y utilizado con el fin
de producir y distribuir productos a la población.
El Estado se convertiría en el único que
puede fijar precios de acuerdo al trabajo involucrado en su manufactura,
empleando para tal fin, en talleres, fábricas, campos u oficinas, a la gente.
El país sería transformado en una inmensa
unidad burocrática, donde cada individuo es funcionario del Estado. A nadie hay
que darle motivos para producir ganancias, y como a ninguna persona se le
permite tener capital para ningún emprendimiento, se sigue que no pueden
emplear a otro, ni siquiera a sí mismos, ya que cada persona es un asalariado
del Estado, que es el único empleador.
El que no trabaje para el Estado o se muere
de hambre o es llevado a la cárcel, toda libertad de negociar está prohibida,
la competencia sería erradicada y el Estado, cosa curiosa, sería el único con
derecho al monopolio.
En este contexto, la primera víctima de tal
estado de cosas sería la libertad, la segunda, la responsabilidad individual, o
sea, que un hombre pueda elegir entre alternativas, sin coacción y atenerse a
las consecuencias buenas o malas. Lo que ha sucedido y sucede es que si todo
está en manos del Estado, educación, salud, trabajo, riquezas, si la mayoría es
quien dispone sobre la vida del colectivo, ocurre que la vida privada deja de
existir, el Estado será finalmente quien decida con quién debes estar, cómo
entretenerte, qué información recibir, y muy pronto estará involucrado en cómo
debes procrear, con quién
y cuántos hijos tener… finalmente, una vez
erradicada la familia nuclear tradicional, el Estado se encargará de criar y
educar a los niños para que sirvan a los intereses que la mayoría designe.
De allí que para convertir al Estado en un
objeto de culto lo que hay es un paso, el Estado sustituye a Dios y los gobernantes
se convierten en sus sacerdotes.
Ese es el plan socialista, no hay otro; si
usted cree, tomando sólo el pedacito que más le gusta de esta fantasía
inhumana, y lo apoya o lo aplica, en menos de lo que usted espera, las otras
cosas que no le gustan lo envolverán como si fuera una bola de nieve, porque
una cosa lleva a la otra, puede que los socialistas cristianos lo vean por
medio del cristal de Jesucristo, o que los nacionalsocialistas lo vean como
simple ingeniería humana, o que los socialdemócratas lo sometan todo a votación
(la mayoría siempre se impondrá y el Estado tendrá el control social)… a
nosotros nos tocaron los chavistas, que ven todo como Fidel Castro lo veía, el
paraíso agrario-petrolero, tropical, turístico de Cubazuela, donde todos somos
milicianos y adorando al líder.
Lo que sí ha quedado muy claro con las
experiencias socialistas en el mundo es que, una vez posicionadas como forma de
gobierno, arruinan al país, promueven la pobreza colectiva, se convierten en un
régimen policial y, una vez suprimido el derecho a la libre expresión y a estar
debidamente informado, el aparato de propaganda del Estado se dedica a
falsificar cifras, a mentir sobre el estado de cosas, a suprimir la verdad y la
información que no les conviene se sepa, su objetivo es pintarle a los súbditos
un país de mentiras, de promesas que nunca se cumplen y de enemigos y guerras
imaginarias.
Me pregunto, ¿Están seguros los socialistas
venezolanos de que esto es lo que realmente quieren?, porque si no se han dado
cuenta, para allá vamos.
– saulgodoy@gmail.com
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