domingo, 22 de diciembre de 2013

EDDY BARRIOS, EL COCHINO PRECIO DE LA GASOLINA

El comunismo se orienta por una utopía de igualdad rasa a ultranza, en la que las personas que no trabajan y por tanto no producen, tienen el mismo derecho a gozar de los bienes y servicios producidos por quienes trabajan y los producen o, lo que es lo mismo, quienes están en las empresas del aparato productivo nacional;  o sea, que les toque a todos  la misma cantidad de bienes y servicios, trabajen o no trabajen para crear la riqueza, solamente por el hecho de ser personas naturales de ese territorio, asiento de las empresas.

Sea pública o privada, una empresa tiene a los propietarios de las acciones, o sea, a los accionistas dueños de la misma, quienes hablan en ASAMBLEA para expresar su voluntad; a los miembros de la junta directiva (gobierno, en el caso del estado) elegidos por la asamblea, quienes representan a los accionistas y deben defender sus derechos. Esos directivos son quienes deciden qué producir, cuándo y cómo y también qué gastar, cuándo y cuánto.

En el socialismo, a diferencia del capitalismo (el cual funciona más parecido a una empresa privada) el estado sería el propietario de todos los factores productivos (tierra, capital y trabajo) y no las personas o las familias, que es como se les denomina en ciencias económicas y para ello hace con esos factores lo que quiere, fijando los precios de los bienes y servicios según su apreciación y libérrimo albedrío o según sus intereses ideológicos para sustentar su modelo. No los somete al libre juego de la OFERTA y la DEMANDA según Adam Smith, sino que interviene creando leyes como aquella de  COSTOS, PRECIOS Y SALARIOS, mientras que en el capitalismo esos precios, con su carga de injusticias, son reales y el valor de esa economía así concebida es cochinamente real. En el socialismo es irreal, no es comparativa ni competitivamente apta para sobrevivir…no tiene viabilidad económica. Simplemente no se pueden aguantar “ad infinitum”  los precios así fijados, porque hay que responderle a los accionistas que somos todos.

Del gran gurú de la economía, el señor Warren Buffet, dueño de Berkshire Hathaway, una compañía que tiene otras 61 empresas, se dice que a sus  CEOS (grandes gerentes generales) solo les manda una carta al año, es muy raro que los llame o convoque reuniones, dice que no son necesarias y que basta con los objetivos que él les manda cada año a cada uno de ellos:
1- No pierdan nada de dinero de los accionistas.
2- No olvidar nunca la regla 1

Una economía socialista, que es como es correcto llamarla, amparada en el paraguas ideológico del comunismo, que es donde se encuentra la nomenclatura de ese constructo científico  creado por Karl Marx en 1948, al ser comparada con una economía capitalista queda en minusvalía; porque es irreal, no puede sencillamente competir.

El problema se reduce en concebir cuánto de intervención del estado es aceptable y cuál es el tamaño de dicho estado. Vale decir, no se puede tener un estado que intervenga en todo  y absolutamente en todo, como tampoco dejar a la economía por la libre. “Ni tan calvo ni con dos pelucas” o “Bueno es culantro, pero no tanto” son dos dichos criollos que pueden aplicarse. La fórmula mágica que parece conciliar a Adam Smith con John Maynard Keynes parece ser: “tanto estado como sea necesario y tan poco como sea posible”.
En el capitalismo, incluso con su carga de desigualdad e iniquidades asociadas al hecho de que entre  sus categorías no se encuentra la justicia social, sino la optimización del empleo de los recursos productivos para lograr la eficiencia; o sea, la producción de mayores resultados utilizando la menor cantidad de recursos, no existe la justicia distributiva de la riqueza  creada. Eso le correspondería al estado, establecer unas reglas claras y una cantidad dosificada de su intervención en la economía para no dejarlo todo al presunto y también utópico equilibrio entre la oferta  y la demanda en un mercado  que no es ideal, sino cochinamente real como el que obliga hoy no a aumentar, porque en estricto sensus no es un aumento, sino a SINCERAR el precio del litro de gasolina, para hacerlo  corresponder con su costo de producción o para no seguir subsidiando un absurdo ideológico, sólo para mantener cooptado el voto popular.

En general, el problema entonces de fijar el precio de la gasolina se reduce hoy a seleccionar el momento, el CUÁNDO aumentar y la cantidad o el CUÁNTO de ese aumento, para que no produzca un nuevo 27 de febrero, como aquel de 1989.

¿Cuál es ese costo? ¿Cuánto del mismo lo absorberá el estado en nombre de los propietarios? Y ¿cuánto será desplazado a la demanda final?  O al cliente o usuario que somos Ud. y yo.

EDDY BARRIOS
eddybarrios@gmail.com

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