La
decisión del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro de crear una instancia
gubernamental dedicada a la búsqueda y consecución de la Suprema
Felicidad, conduce al libro 1984 de
George Orwell, en el que el Gran Hermano contaba con ministerios claves como el
de la Verdad y el Amor, y el régimen se sostenía sobre consignas como “la
guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia la fuerza”.
Estas
consignas se ajustan perfectamente al modelo político que Hugo Chávez impuso en
Venezuela, que hasta el momento reproduce algunos aspectos del régimen cubano,
y según promesas del desaparecido mandatario tiene como objetivo llegar al mar
de la felicidad de los hermanos Castro, del que el presidente Maduro ha
demostrado ser un apasionado devoto.
De
que la Guerra es la Paz para el mandatario venezolano se aprecia con la
cantidad de armas que su país ha adquirido en los últimos años, que la Libertad
es la Esclavitud se evidencia, entre otros condicionantes en las restricciones
y sanciones impuestas a los medios de comunicación y la Ignorancia la Fuerza,
la personifica el propio presidente con las visiones que dice haber tenido, o
por la barrabasadas que no cesa de pronunciar como cuando dijo “Cristo redentor
se hizo carne, se hizo nervio, se hizo verdad en Chávez”.
En
consecuencia en la búsqueda de la felicidad para todos, Maduro que creó un vice ministerio para
lograr la felicidad de cada ciudadano, no duda en amenazar con llevar a prisión a los
periodistas que denuncian la escasez, confiscar los bienes de quienes considera
acaparadores o simplemente amenazar o encarcelar, a los dirigentes políticos de
la oposición.
La
ficción política de Orwell, como el Mundo Feliz del también británico Aldous
Huxley, o Tierra de Extraños del
escritor cubano José Antonio Albertini, al igual que otras obras de diferentes
autores que abordan este género, describen un mundo en el que los poderes del
estado tienen la autoridad para determinar la conducta del ciudadano, sus
sentimientos y hasta sus relaciones sexuales.
Ese
poder absoluto es la aspiración de todo
dictador. El pasado siglo XX
contó con déspotas que con el objetivo de hacer feliz al género humano,
destruyeron cientos de millones de vidas y afectaron el desarrollo de los
pueblos que llegaron a dirigir.
Huxley,
Orwell y Albertini, describen una
sociedad en la que el líder justifica el uso de la fuerza con el subterfugio
de que la humanidad para sobrevivir debe
ser sometida a las restricciones y regulaciones que él Conductor considere
necesarias.
Hay
que admitir que Maduro no está solo. Han sido muchos los dirigentes políticos y
religiosos, que han prometido el paraíso
en la tierra y simplemente han adelantado el infierno para aquellos que están
bajo su influencia.
Casos
como los de James Warren Jones, alias Jim Jones, que fundó la secta Templo del
Pueblo y provocó un suicidio masivo en Jonestown, Guyana, causando la muerte de
913 personas, incluidos 270 niños, o el de Waco, donde David Koresh, contribuyó
a la muerte de 168 personas, hasta los ataques suicidas de los extremistas
islámicos a los que se les promete un mundo de leche y mielcon tal de que
asesinen inocentes.
Hay
muchos más ejemplos y no está de más
recordarlos. La pureza de la raza de Adolfo Hitler, el Paraíso de los
Trabajadores de Lenin y Stalin, la Revolución Cultural de Mao Tse Tung, el edén
que conquistó el pueblo camboyano como consecuencia del pensamiento mágico de
los Kmer Rouge, hasta el Pan con Libertad de Fidel Castro, sin olvidar el
hombre nuevo de Ernesto Guevara.
La
mayoría de los líderes usan las promesas para alcanzar el poder y conservarlo
sin perder el sentido común, pero cuando imaginan que han tocado el cielo con
las manos, el delirio se acentúa y la destrucción total del país está
asegurada.
Maduro
pudo haber empezado a jugar con palabras y promesas como estrategia, pero tal
parece que ha sido encantado por su propia hechicería, por lo que la situación es muy seria ya que
cuenta con la capacidad represiva para
imponer su voluntad.
Sin
embargo el iluminismo del mandatario venezolano no es lo peor y es que tanto a
él como a sus homólogos mencionados y omitidos, no les han faltado seguidores.
Aparentemente hay un sector de la humanidad que gusta del cuento, compra las
promesas más absurdas y mata o se deja matar por ellas.
Ahí
está el problema, sino quedaran ciudadanos con mentalidad de siervos, estos
esclavistas serian rápidamente desenmascarados y expulsados del poder.
Pedro
Corzo
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