Semanas después de haber salido Rafael Caldera de su
Segundo gobierno, un día lo llamé para consultarle algo con fines periodísticos
y, como era lógico suponer, de entrada le pregunté cómo estaba. Su respuesta no
se hizo esperar: “¡Enfermo!”, frente a lo cual inquirí qué tenía: “¡Vejez! La
vejez es una enfermedad y con ella vienen muchas dolencias”… Luego conversamos un poco sobre otros
asuntos.
Las palabras de aquel hombre cuya enfermedad raigal había
sido la desmedida ambición de poder -que lo llevó a patear su obra política
fundamental, Copei-, reflejaban alguna dosis de humildad frente a la vecindad
del final de su ciclo vital. Y no le faltaba razón: La vejez es un mal frente
al cual lo ideal es tener conciencia.
Ahora bien, no todo el mundo llega al ocaso de la misma
manera. Unos lo hacen en pleno dominio de sus facultades físicas y mentales,
mientras para otros las cosas se complican. En la ancianidad hay quienes
muestran una admirable sabiduría para verlo todo en perspectiva, con
desprendimiento, aunque sin abandonar los juicios críticos y, de ellos, hay que
escuchar consejos. En los abuelos, por
ejemplo, tiende a desarrollarse un enorme sentido de tolerancia frente a las
travesuras de los nietos.
Hablo hoy de estas cosas movido por las más recientes
declaraciones de ese formidable dirigente de la izquierda venezolana de muchas
décadas que es Teodoro Petkoff. En su
trayectoria ha habido contundentes demostraciones de revisión, entre las cuales
adquirió relevancia excepcional el cuestionamiento al totalitarismo comunista y
a su desvencijada ideología al final de los años sesenta, tras lo cual rompió
con el PCV y fue uno de los pilares de la formación del Movimiento Al
Socialismo (MAS).
En aquella época Teodoro escribió Checoslovaquia, el socialismo como problema, libro que desató una
encendida polémica inclusive más allá de las fronteras venezolanas, provocó un
artículo en su contra en el diario Pravda y desató la ira del todopoderoso
Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, Leonid Brezhnev,
quien en uno de sus discursos lo excomulgó. Como miembro del PCV y después como
masista era inclemente y muchas veces intemperante, pero lo hacía con
convicciones.
Ahora ya casi ni escribe los editoriales de TalCual y
cuando lo hace no recurre a los calificativos que sacaban de quicio a Hugo
Chávez. Es otro Teodoro. En estos días
declaró que discutir sobre la nacionalidad de Nicolás Maduro era intrascendente,
planteamiento que sería válido si se tratara de un ciudadano cualquiera, pero,
en este caso la minucia está en lo que reza el texto constitucional. Teodoro tal vez pudo haber dicho que la
Constitución es un texto absurdo, anacrónico, o cualquier otra cosa, porque,
como ya está dicho, el problema de fondo es lo que reza la ley de todas las
leyes venezolanas.
Bueno, pero esa discusión tal vez ya esté agotada, porque
el estólido Presidente y sus amigotes lo arreglaron todo para que él ahora sea
un caraqueñísimo de pura cepa. Y como decía una historia infantil de los
tiempos de Teodoro: “Colorín colorado, el cuento se ha terminado”.
ricardo escalante
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