¿Hemos,
pues, invertido para construir una vida con calidad divina o una trivial?
En
la época de Jesús había grupos que centraban su vida en torno al dinero, como
los círculos herodianos, los terratenientes de Séforis y Tiberíades, y las
familias sacerdotales de Jerusalén. Ellos representaban tres grandes poderes:
el político, el comercial y el religioso. Estos grupos no solían tratarse, sólo
se unían para lograr acuerdos que los beneficiaran sobre la base de un audaz
sistema financiero que hacía uso de la moneda romana.
Las
monedas eran acuñadas con la imagen de Tiberio para recordar que él era el
único Señor capaz de dar vida y distribuir bienes. El control político romano
era absoluto y fomentaba prácticas colaboracionistas. De ahí el reclamo de
Jesús: «al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». No se trata
de darle a cada uno su parte, como a muchos les gustaría. Mientras Dios tiene
hijos y les ofrece una vida libre para que disfruten de los bienes de la
tierra, el César produce súbditos esclavizando la vida y haciendo uso de los
bienes para manipular las conciencias (Mt 4,9).
Las
autoridades religiosas y políticas ya no pensaban en los pobres, sino en el
propio bien, y lo hacían en nombre de Dios (Amós 8,4-7). Jesús no tardó en
responder: se debe servir a «Dios» y nunca al «César» (Mt 22,21) ni al «dinero»
(Mt 6,24). La religión no puede ser un comercio «sagrado» (Jn 2,14-16), ni la
política una forma de idolatría religiosa. Cuando el dinero se convierte en
ídolo (Mc 10,24) es usado como fuente de control, poniendo en riesgo todo
aquello que nos hace ser sujetos: la libertad, la confianza, la solidaridad y
la gratuidad.
El
dinero tiene sentido cuando se usa en función de construir ese nuevo estado de
cosas y relaciones que Jesús llama el Reino; si genera proyectos trascendentes
que no sólo ofrezcan una mejor calidad de vida, sino una plenaen bondad y
solidaridad fraternas. Algo que tanto la política como la religión suelen
olvidar. El dinero deshumaniza si se usa para sobornar (Mt 28,12), si absorbe
todo nuestro tiempo (Lc 14,18), al obsesionarnos por él (Lc 12,20), si
sustituye las relaciones personales (Jn 2,16), cuando esperamos retribución (Mt
6,2). ¿Hemos, pues, invertido para construir una vida con calidad divina o una
trivial? (Lc 16,1-13).
¿Qué
hacer? Un primer ejemplo lo da un samaritano. Usó sus bienes movido por la
compasión fraterna (Lc 10,31-37). Otro ejemplo lo da una viuda: no dio lo que
le sobraba, los excedentes, sino lo que necesitaba: vivía solidariamente (Mc
12,41-44).
Si
queremos humanizar nuestras vidas, debemos comenzar por sentir compasión ante
el abandono en el que se encuentran los pobres y afligidos, y ser solidarios
con las víctimas, incluso apostando nuestros propios bienes.
La indolencia hace
que quienes tienen dinero y poder para hacer algo mejor de este mundo, pasen
por la vida como el rico que no tuvo compasión (Lc 16,19-25) e hizo del dinero
un fin en sí mismo (Mt 6,19-21).
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