martes, 8 de octubre de 2013

ANTONIO JOSE MONAGAS, LA DIVISIÓN COMO ESTRATEGIA POLÍTICA, PIDO LA PALABRA, VENTANA DE PAPEL,

La cacareada frase de “así es como se gobierna”, deja ver la degradación del régimen la cual ha incitado una profunda rotura social etiquetada por la distancia que se ha marcado entre unos y otros. Antonio José Monagas

LA DIVISIÓN COMO ESTRATEGIA POLÍTICA

Desde que el hombre da cuenta de sus habilidades para manejar situaciones en beneficio propio, desarrolla la capacidad de mentir con el pérfido propósito de convencer en torno a la conveniencia de una postura en particular. En política, esta condición se ha tenido como recurso estratégico mediante la cual un individuo ávido de poder y ofuscado por el provecho que puede sacarle al engaño endosado, busca explotar dicha condición sin más control que su impúdica desvergüenza. Sobre todo, cuando ésta se aplica en la praxis de gobiernos despóticos y autoritarios.

Es el resultado de lo que se conoce como “cultura del enfrentamiento y de exclusión”. Cultura ésta que es estimulada por gobiernos de características opresivas para lo cual se vale de decisiones que asoman una importante cuota de perversidad dado su carácter fraudulento además de ilegítimo. Es como modelar un mundo entrópico en el cual el desorden inducido, domina los aspectos centrales de la vida política toda vez que constituye elemento funcional de los objetivos de (des)gobierno.

A pesar de lo que describen las leyes alrededor del principio de convivencia, sobre el cual descansa la idea de democracia, las realidades continúan enrareciéndose a consecuencia de las descabelladas presunciones de gobernantes usurpadores con rasgos dictatoriales. Es exactamente el caso que angustiosamente tiene atrapado al país al borde del colapso político más grave de su historia republicana. De ahí, la necesidad del régimen por considerar al adversario como su enemigo razón por la cual busca condenarlo al destierro político. Incluso, al ostracismo moral. Estos gobernantes no entienden otra cosa distinta del conflicto como el modo de destruir el ámbito emocional en el que subsisten las esperanzas que hay en toda persona que concilia sus anhelos con la capacidad posible de alcanzar el mayor bienestar que pueda permitirse entre los problemas que reconoce y acepta.

Aquel aforismo que reza: “divide y vencerás”, constituye el mejor ejercicio de política del actual régimen. Mantener el país político fracturado, le ha permitido ganar los espacios necesarios donde tiene cabida el vetusto socialismo cuyo pragmatismo le ha valido razones para acentuar las ambigüedades y carencias propias de toda sociedad, pero en provecho de conflictos promovidos por el alto gobierno. Esto, naturalmente, para justificar la revolución bolivariana, por demás pervertida, y de esa manera permitirse la aplicación de un autoritarismo arreglado a través de una administración derrochadora y altamente corrupta que termina con el manejo de  execrables mecanismos de exclusión.

Sin duda, esta situación se ha visto acrecentada por causa del envilecimiento del que ha sido objeto el hecho de gobernar en democracia. La cacareada frase de “así es como se gobierna”, deja ver la degradación del régimen la cual ha incitado una profunda rotura social etiquetada por la distancia que se ha marcado entre unos y otros. Así que cuando alguien del bando político afecto al régimen ve a otro del grupo opositor, en la primera persona se dispara una serie de reacciones adversas que apagan cualquier posibilidad de acuerdo que exhorte algún modo de conciliación donde se esfuma la tolerancia. Ahí, exactamente, se fraguan barreras que han derivado en exclusión o confrontación lo que hace ver que Venezuela, tristemente, no es de todos. Aunque la prédica gubernamental lo vocifera al revés. Y todo esto sucede, como resultado de que el régimen aplica la división como estrategia política.

VENTANA DE PAPEL

¿DOS VENEZUELAS?


Aunque no deja de ser contradictoria tan cruel realidad, lo cierto y lamentable es que se viven dos Venezuelas. La del oficialismo y la de la oposición democrática, principalmente. Dos países en franca confrontación cuya rivalidad sólo ha conducido a agravar problemas acumulados, así como a crear otros tantos. Es absurdo no reconocer que son infinitas las cosas capaces de unir a los venezolanos, más que separarlos en facciones crudamente rivales razón por la cual se vive en un clima de permanente y tenso enfrentamiento que deviene en momentos de violencia de toda índole. 

En fin, en los venezolanos se ha condensado una especie de rechazo por el otro que no comulga su misma identidad política. El problemas si bien tiene una explicación que se pasea por la psicología social, igualmente toca razones políticas. Pero razones políticas equivocadamente encaminadas por el rezago que todavía se vive a consecuencia de la antipolítica sembrada en la consciencia de venezolanos desapegados de valores morales y carentes de la voluntad necesaria para haber contribuido con la recuperación del país en las últimas décadas del siglo XX. Indiscutiblemente, esta situación endureció sensibilidades al extremo que se distorsionó el sentimiento de venezolanidad inculcado a través del valor Identidad generándose de esa forma dificultades al momento de reconocer al otro como igual, vecino o coterráneo. 

Fue, justamente de lo que se aprovechó el régimen apodado de “revolucionario” para inyectarle al venezolano el odio necesario que haría partir al país en dos grandes “toletes”. Se hizo “cuesta arriba” comprender que vivir alguna diferencia no significaba vivir separados o intentar cualquier tipo de agresión que incitara más violencia. Tampoco el régimen se compadeció del hecho de que la sociedad venezolana venía compartiendo una historia, un espacio y una cultura. A pesar de todo, hurgó los sentimientos y esperanzas que coadyuvaron a construir este país con sus defectos y fortalezas, propios de toda nación, de toda sociedad. Hoy, las distancias se han pronunciado tanto que deberá hablarse de la fútil y detestable pugna entre ¿dos Venezuelas? 


“A CADENAZO LIMPIO”

El mercadeo político utiliza casi los mismos recursos que el mercadeo comercial. Sus criterios versan sobre los mismos principios. Sólo que en la política pesa más el fanatismo a partir del cual el proselitismo político tiende a garantizar una evidente acogida del proyecto ideológico en oferta. Para eso, el discurso político funge como la mejor arma de penetración del subconsciente mediante la cual se posibilita la aglutinación de seguidores con características de sumisos. De ahí la importancia de hacer reiterativo cualquiera de los mecanismos mediáticos a partir de los cuales puede armarse un gobierno autoritario para demostrar no sólo su poder y capacidad de represión. Sino también, para disfrazar el miedo que vive ante cualquier contingencia capaz de poner al descubierto la perversidad que acompaña cada decisión elaborada y puesta en acción. 
No obstante, en el país estas prácticas se hacen repugnantes dado lo fastidiosas u hostigantes que en verdad son. Es tal el nivel de monotonía y reincidencia de la temática expresada, que cada día son menos quienes, a pesar del rutinario adoctrinamiento realizado por cada organización gubernamental y del fanatismo ganado, atienden cada verborrea presidencial que se transmite en cadena nacional. Sucede algo parecido a lo que cuenta la fábula de Esopo sobre “El pastor y el lobo”. Es decir, a pesar de la redundancia de las cadenas de radio y televisión, considerando por otro lado el gasto que esto significa para el Fisco Nacional,  nadie presta mayor atención a las insistentes chácharas que el presidente dirige a la nación. 
El problema seguramente habrá de presentarse cuando, ante una situación crítica de interés de Estado, la población igualmente estará harta de escuchar tanta impertinencia y barrabasada. De modo que ya nadie creería en la palabra presidencial pues aquello sonaría a ser como “una raya más para el tigre“. O como refiere la moraleja de la fábula: a un mentiroso no lo cree nadie ni cuando dice la verdad. Resulta pues triste y contradictorio que las cosas hayan llegado a estos extremos. Pero así sucede toda vez que las realidades se desfiguran “a cadenazo limpio”.


“Un gobierno se sabe que está perdido, cuando comienza a doblegarse ante principios de ordenamiento jurídico y separación de poderes que las leyes le demandan. Un gobierno en riesgo de perderse, comienza a manifestar impúdica preferencia hacia algún factor de la vida político-institucional. Es el caso del gobernante cuando se idiotiza ante el ruido de las bayonetas” AJMonagas

Antonio José Monagas 

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