miércoles, 18 de septiembre de 2013

ROSALÍA MOROS DE BORREGALES, REFUGIO EN EL OCÉANO

Me encuentro sumergida a 18 metros de profundidad en nuestro mar Caribe deleitándome de la diversidad de especies en el arrecife de coral. Una vez que he superado toda la parafernalia de los equipos y la técnica para sumergirme, puedo sentirme bienvenida en un ambiente al cual no he sido invitada; sin embargo, pareciera recibirme calurosamente. No solo me permite disfrutar de sus colores, de la belleza que encierra su diversidad, también suscita en mí una profunda inspiración. Basta mirar a la naturaleza en cualquiera de sus ecosistemas para darnos cuenta que, al igual que los seres humanos, la vida en familia es el común denominador entre las diferentes especies.

Mientras nado lentamente mis ojos se recrean con un cardumen de intensos morados que al ver de cerca parecieran haber pasado por la paleta de un pintor; más allá me embelesa otro cardumen, tan numeroso que tengo que atravesarlo con patadas dóciles que no quieren perturbar la armonía de estos diminutos peces amarillos, adornados con una fina línea negra en sus lomos, así como la elegancia de un caballero que da el toque final a su atuendo con una fina corbata. En cada inhalación retengo el aire, expando mis pulmones, lo respiro serenamente. Quizá por eso, al concluir cada inmersión, en mi tanque hay suficiente reserva como para empezar de nuevo. Así como hay suficiente reserva en mi corazón para continuar cada mañana esta obra de amor. Mientras avanzo me encuentro de frente con una linda parejita de peces ángel, pareciera que mi presencia no les molesta en absoluto, los percibo amables. Entonces, me doy vuelta y los sigo con mi mirada hasta que los pierdo cuando entran en una de esas cuevas que tienen como hogar, como refugio en el arrecife de coral.

Inspirada en esa parejita alcanzo a mi esposo, quisiera llenarle el corazón de poesía. En el mundo submarino nos hablamos por medio de señas, le tomo la mano y se la acaricio tratando de infundirle en ese toque, todo el amor que me une a él. Su rostro se voltea hacia mí se quita la boquilla y dibuja un beso con sus labios. Le sonrío con los ojos, vuelvo mi mirada al arrecife y agradezco a Dios por mi matrimonio, por mis hijos, por el refugio que representa mi familia. Nunca antes había llorado debajo del agua, un sentimiento enorme me embarga, las lágrimas fluyen copiosamente de mis ojos, debo hacer algunos ajustes para rectificar mi visibilidad y mis oídos. No tengo miedo, me siento confiada en Dios, también confiada en mi compañero de buceo. Aunque a veces nuestras vidas han sido como ese arrecife de coral, llenas de vericuetos; siempre, en cada quiebre del camino hemos encontrado en Dios el tesoro que nos ha impulsado a seguir adelante en la construcción de este amor.

Me encanta sumergirme para mirar debajo de las cavernas que forma el arrecife, siempre encuentro especies hermosas, extravagantes, de colores vibrantes. Así como el arrecife alberga miles de especies en sus más intrincados recovecos, así la vida alberga miles de enseñanzas en cada hueco que caemos, en cada obstáculo que encontramos en el camino. Pero en Dios siempre hay un horizonte lleno de posibilidades infinitas para aquellos que comprometidos se atreven a explorar las profundidades del océano del amor.  Estoy absorta en mis pensamientos, en esta conversación de mi alma con Dios.  De repente, uno de mis hijos me hace la señal de una tortuga con su mano. Como un consuelo inmediato la emoción de poder ver a esta bella criatura me llena de alegría, tomo una gran bocanada de aire y nado con fuerza tratando de alcanzarla, mientras ella nada hábilmente con gracia y destreza. Logro estar muy cerca, aunque tengo por norma no tocar nada en este hermoso mundo submarino, no me resisto a la tentación de pasar mi mano cariñosamente sobre su caparazón, apenas la rozo y quedo sorprendida por la suavidad que acaricia mis dedos.

Como uniéndose a la celebración de mi aniversario cinco tortugas más van apareciendo una a una en nuestro nadar. Pienso, tantas veces nos quedamos anclados en la tristeza, en la pérdida, en el dolor de una experiencia amarga y damos todo por terminado cuando el océano de posibilidades yace incógnito ante nosotros. Ha llegado el momento de subir a la superficie, he vivido intensamente esta inmersión. 

Como siempre, en el ascenso mi esposo me toma de la mano. Al ver su mano tomando por completo la mía siento que nos faltan muchos océanos por explorar, muchos mares que nuestro barco aún debe surcar. Y así como hoy el océano fue mi refugio, siento que siempre, tomados de la mano, encontraremos refugio en el océano de Dios.

"El Dios eterno es tu refugio; por siempre te sostiene entre sus brazos. Expulsará de tu presencia al enemigo". Deuteronomio 33:27

rosymoros@gmail.com

@RosaliaMorosB

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