Me
encuentro sumergida a 18 metros de profundidad en nuestro mar Caribe
deleitándome de la diversidad de especies en el arrecife de coral. Una vez que
he superado toda la parafernalia de los equipos y la técnica para sumergirme,
puedo sentirme bienvenida en un ambiente al cual no he sido invitada; sin
embargo, pareciera recibirme calurosamente. No solo me permite disfrutar de sus
colores, de la belleza que encierra su diversidad, también suscita en mí una
profunda inspiración. Basta mirar a la naturaleza en cualquiera de sus
ecosistemas para darnos cuenta que, al igual que los seres humanos, la vida en
familia es el común denominador entre las diferentes especies.
Mientras
nado lentamente mis ojos se recrean con un cardumen de intensos morados que al
ver de cerca parecieran haber pasado por la paleta de un pintor; más allá me
embelesa otro cardumen, tan numeroso que tengo que atravesarlo con patadas
dóciles que no quieren perturbar la armonía de estos diminutos peces amarillos,
adornados con una fina línea negra en sus lomos, así como la elegancia de un
caballero que da el toque final a su atuendo con una fina corbata. En cada
inhalación retengo el aire, expando mis pulmones, lo respiro serenamente. Quizá
por eso, al concluir cada inmersión, en mi tanque hay suficiente reserva como
para empezar de nuevo. Así como hay suficiente reserva en mi corazón para
continuar cada mañana esta obra de amor. Mientras avanzo me encuentro de frente
con una linda parejita de peces ángel, pareciera que mi presencia no les
molesta en absoluto, los percibo amables. Entonces, me doy vuelta y los sigo
con mi mirada hasta que los pierdo cuando entran en una de esas cuevas que
tienen como hogar, como refugio en el arrecife de coral.
Inspirada
en esa parejita alcanzo a mi esposo, quisiera llenarle el corazón de poesía. En
el mundo submarino nos hablamos por medio de señas, le tomo la mano y se la
acaricio tratando de infundirle en ese toque, todo el amor que me une a él. Su
rostro se voltea hacia mí se quita la boquilla y dibuja un beso con sus labios.
Le sonrío con los ojos, vuelvo mi mirada al arrecife y agradezco a Dios por mi
matrimonio, por mis hijos, por el refugio que representa mi familia. Nunca
antes había llorado debajo del agua, un sentimiento enorme me embarga, las
lágrimas fluyen copiosamente de mis ojos, debo hacer algunos ajustes para
rectificar mi visibilidad y mis oídos. No tengo miedo, me siento confiada en Dios,
también confiada en mi compañero de buceo. Aunque a veces nuestras vidas han
sido como ese arrecife de coral, llenas de vericuetos; siempre, en cada quiebre
del camino hemos encontrado en Dios el tesoro que nos ha impulsado a seguir
adelante en la construcción de este amor.
Me
encanta sumergirme para mirar debajo de las cavernas que forma el arrecife,
siempre encuentro especies hermosas, extravagantes, de colores vibrantes. Así
como el arrecife alberga miles de especies en sus más intrincados recovecos,
así la vida alberga miles de enseñanzas en cada hueco que caemos, en cada
obstáculo que encontramos en el camino. Pero en Dios siempre hay un horizonte
lleno de posibilidades infinitas para aquellos que comprometidos se atreven a
explorar las profundidades del océano del amor.
Estoy absorta en mis pensamientos, en esta conversación de mi alma con
Dios. De repente, uno de mis hijos me
hace la señal de una tortuga con su mano. Como un consuelo inmediato la emoción
de poder ver a esta bella criatura me llena de alegría, tomo una gran bocanada
de aire y nado con fuerza tratando de alcanzarla, mientras ella nada hábilmente
con gracia y destreza. Logro estar muy cerca, aunque tengo por norma no tocar
nada en este hermoso mundo submarino, no me resisto a la tentación de pasar mi
mano cariñosamente sobre su caparazón, apenas la rozo y quedo sorprendida por
la suavidad que acaricia mis dedos.
Como
uniéndose a la celebración de mi aniversario cinco tortugas más van apareciendo
una a una en nuestro nadar. Pienso, tantas veces nos quedamos anclados en la
tristeza, en la pérdida, en el dolor de una experiencia amarga y damos todo por
terminado cuando el océano de posibilidades yace incógnito ante nosotros. Ha
llegado el momento de subir a la superficie, he vivido intensamente esta
inmersión.
Como siempre, en el ascenso mi esposo me toma de la mano. Al ver su
mano tomando por completo la mía siento que nos faltan muchos océanos por
explorar, muchos mares que nuestro barco aún debe surcar. Y así como hoy el
océano fue mi refugio, siento que siempre, tomados de la mano, encontraremos
refugio en el océano de Dios.
"El
Dios eterno es tu refugio; por siempre te sostiene entre sus brazos. Expulsará
de tu presencia al enemigo". Deuteronomio 33:27
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB
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