La hybris era el
comportamiento indecoroso e indigno
que en la
antigua Grecia
tenían los hombres y particularmente las personas que
ejercían tareas de gobierno en la polis.
Se trataba, de esos mortales
que cuando adquirían
rango político
en la
sociedad, se arrogaban
la
prerrogativa de sobrepasarse en sus facultades, es decir, de infringir
normas y
burlar aquellos preceptos morales que dan
sustento a los pueblos para alcanzar su recta convivencia.
En la jurisprudencia griega, la hybris, esto es, todo acto
de desmesura que osara
violar impudentemente el derecho que regulaba el orden y la moderación, el
respeto y la probidad,
la honradez y las buena
marcha de la vida
social, se castigaba con el
peso implacable de la ley.
Tanto gobernantes como sus áulicos
eran condenados reos de
delito por atentar
contra
los derechos del pueblo al que estaban obligados a
servir y no a mancillar.
En la esfera que apunta al
irrespeto a la
Constitución y a las leyes, a
las normas de
convivencia honesta y
decorosa, a los
hechos que estimulan y amparan
el soborno, la
venalidad, el cohecho y la
corrupción, Venezuela se ha convertido
en un país teratológico. Valga decir, en
una nación donde
los acontecimientos delictuosos, criminales, reprensibles y
viciosos, no pueden menos
que calificarse de monstruosos.
Todos ellos se
suscriben a la que Huxley llama
“la doctrina de la hybris.”
Sus desafueros los ha venido acometiendo, impúdicamente, el chavismo a pie juntillas: desde el Central
Azucarero en Barinas;
pasando por
las infracciones graves
de Alvaray; el Plan Bolívar 2000; por
el maletín de Antonini y sus
800 mil dólares;
Makley; Aponte Aponte; el Cartel de
los Soles; El Fondo
de Pensiones de PDVSA; los desaguisados de CADIVI;
las transgresiones del BANDES;
las denuncias de Giordani,
Mario Silva y
Betencourt, los desmanes en las Empresas de Guayana; la estafa con las Notas Estructuradas; el dolo y la mala fe de Diosdado Cabello
en Miranda; hasta
la última: las más
teratológica de todas, las 30 maletas camufladas con cientos de toneladas de Cocaína en el
Avión de Air France.
En
medio de
estos hechos insólitos de corrupción,
delincuencia y pillaje, se
viene privando a los
venezolanos –a cambio
de ineficientes “misiones”
populistas— de los recursos
más amplios para
combatir ese flagelo
pavoroso de la inseguridad que está diezmando, a su leal
saber y entender, a una población que se
niega, con dolor, a seguir muriendo
sin razón; de óptimos
servicios
de salud;
de una
dilatada y eficiente educación; de
sólidos y fructíferos
programas culturales y científicos
que los preparare
para obtener un
buen empleo
y una segura
y humana calidad de vida.
Además, de implementar el desarrollo acelerado en las
diferentes regiones del país que,
por el diabólico
plan de expropiaciones que destruyó
gran parte del
parque agrícola e
industrial, ha hecho imposible --esta
malhadada “revolución-- que las
empresas grandes, medianas y
pequeñas se empeñen
en las diferentes regiones
–con la ayuda de instrumentos
financieros del Estado-- en invertir y
producir para atraer mano
de obra, descongestionar la zona central y empezar a formar núcleos productivos con elevada
participación de la población,
de donde
pudieran salir –en vez de importarse- los productos elaborados tanto para el mercado interno como para el externo.
Desgraciadamente, “la
doctrina de la hybris,”
que es el sustento
ideológico de esta
“revolución,” ha impedido
que se creen
incentivos para que el venezolano pudiera ejercer
su libertad
y hacer valer su dignidad. Y ha
sido de esta manera, como este chavismo forajido convirtió al Estado en un medio opresivo y despersonalizante a las ancas de
cuya política teratológica
se somete, se avasalla y
se oprime. Y
en vez de
haber aprovechado
la bonanza,
“milyunanochesca,” advenida, como
maná en estos
años --para
llevar a cabo un
buen reajuste integral
del presupuesto, dedicando el
gasto a atender programas
fundamentales encaminados a alcanzar, a mediano y largo plazo un desarrollo autónomo, auto sostenido
y dinámico--
se
continuó reduciendo al venezolano -pero esta vez de un modo más abyecto- a
la condición de objeto
e instrumento a
través de un populismo-simbiótico y totalitario,
que le ha
abolido la singularidad y la diversidad,
que es precepto
taxativo de la persona humana.
Valga
decir, despojar
fieramente al
individuo del “yo” en nombre de un
redentor -“el Socialismo del
Siglo XXI”-encarnado en la figura totémica del,
ahora extinto, “Comandante Eterno.”
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