Por estos días el gobierno anda en exceso nervioso. No se
trata de un eventual revés en las elecciones del 8 de diciembre lo que
evidentemente representaría el primer test del fracaso de Maduro como heredero
del cargo presidencial y como continuador de las políticas de su antecesor. La
irascibilidad que expresan tiene su epicentro en la conflictividad social y la
amenaza de un estallido social.
El segundo de los jefes del régimen – hay quienes señalan
que es el primero- Diosdado Cabello, ha señalado que ante esa posibilidad “el
pueblo sabe para dónde va a coger”. Seguramente el pueblo, siempre sabio, sabrá
para dónde dirigir sus reclamos pero Cabello no lo sabe, no tiene la más
pequeña idea de lo que eso significa.
Los estallidos sociales no son producto de la casualidad
y mucho menos pueden ser promovidos desde una élite dirigente aunque, la verdad
sea dicha, correspondan a éstos la creación de las condiciones para estos
acontecimientos se desencadenen. De modo que un pueblo que siente profundas
frustraciones en sus necesidades y aspiraciones pueden experimentar unos
elevados niéveles de ira y hostilidad que terminan en actos violentos contra
quienes consideran culpables de sus necesidades insatisfechas.
Lejos de buscar las causales de un evento de semejante
naturaleza en agentes externos, esto es, la oposición u otros actores sociales,
lo que conviene a los jerarcas del régimen es evaluar la acción del gobierno,
puesto que es allí donde con seguridad conseguirán las respuestas a los
detonantes y motivaciones para que la sociedad se encuentre a las puertas de
dar una respuesta violenta a sus insatisfacciones. De nada sirve al gobierno
seguir dando respuestas altaneras, cargadas de lugares comunes, que a estas
alturas lucen agotadas y poco creíbles ante la evidencia de una crisis que
golpea a todos los sectores de la sociedad.
El diputado Cabello podrá seguir su tongoneo repulsivo
con su corte de lameculos pero jamás podrá ocultar que la inflación está en un
32.9% y que amenaza con situarse en un 50% para el mes de diciembre. Cómo
esconder las dificultades de las amas de casa para poder satisfacer la
alimentación básica de la familia como consecuencia de la escasez y el alto
costo de los alimentos. Se habrán preguntado los burócratas del gobierno cómo
será la reacción de los venezolanos
cuando se percaten que con sus aguinaldos de fin de año poco será lo que
podrán adquirir. Seguramente no, la oligarquía roja desde hace rato tiene
resulto ese tipo de problemas, mientras tanto, la gente, el pueblo trabajador
seguirá sumando nuevos grados de frustración a los ya existentes.
Esta crisis económica
coloca en peligro el régimen madurista.
El proceso de desencantamiento popular por el gobierno de Maduro aumenta
progresivamente. La debilidad de su legitimidad ya no solo descansa en las
dudas acerca de su elección. Ahora hay que sumarle la sensación popular,
ajustada por demás a la realidad, de su incompetencia para cumplir su rol de
presidente. La legitimidad de Maduro se viene al suelo como un castillo de
naipes.
No hay dinero para lanzar a
la calle y la insatisfacción es generalizada. Las disputas internas por el
control del gobierno tampoco contribuyen a tomar las medidas necesarias. Las
conspiraciones son palaciegas, no las fomenta la oposición. Los jefes rojos
solo pegan gritos histéricos, amenazan y recurren al recetario de siempre para
justificar sus desaciertos.
El gobierno tiene, con el
pasar de los días, menos salidas, aunque las hay, pero se autobloquea. El
desastroso rumbo que lleva el país es culpa
y responsabilidad de ellos mismos y la reacción que adopte la sociedad
en un momento determinado, harto de insatisfacciones y frustraciones, también
será culpa exclusiva del gobierno. Sí, seguro, el pueblo sabrá para dónde
coger.
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