martes, 14 de mayo de 2013

JOSÉ LUÍS MÉNDEZ LA FUENTE, BACHELET Y LA RECETA ELECTORAL DE CHÁVEZ, CASO CHILE

La señora Michelle Bachelet anunció oficialmente, el pasado mes de Abril, su candidatura para las próximas elecciones presidenciales, con un discurso en el cual el tema central giró alrededor de las asimetrías existentes en Chile “un país que está cansado de los abusos de poder y en el que los chilenos “están cansados de no ser tomados en cuenta”. Esas desigualdades, según la expresidenta chilena, se manifiestan en el renglón económico, educativo y asistencial, entre otros.
Hasta aquí, nada sonaba extraordinariamente diferente a lo que supone la alocución de un candidato de la izquierda que se está lanzando a la reconquista del poder y que aún debe pasar por ganar las elecciones primarias de la concertación de los partidos de centro izquierda. Cuando saltó la nota inesperada del pentagrama, fue en el momento en el cual la señora Bachelet aseguró que para remediar esa exclusión social y acabar con la tremenda desigualdad que aqueja a la sociedad chilena,  pues “no hay crecimiento real si no es inclusivo”, se era necesario tener una nueva Constitución. Concretamente, la aspirante dijo que “Chile necesita una constitución nacida en democracia”, "una carta fundamental que sea producto de una discusión amplia y diversa y que recoja los cambios que el país ha vivido en la últimas décadas, una constitución sin los cerrojos ni las trabas que heredamos". Una constitución, añadió, “que sea moderna, que sea representativa, que garantice el pleno ejercicio de nuestros deberes y derechos y que sitúe la protección de las personas en un lugar fundamental".
Las palabras de la expresidenta chilena me trajeron a la memoria, sin esfuerzo alguno, la reciente historia política de nuestro país y las proclamas electorales del año 1998, del otrora candidato Chávez, vendiéndonos la idea de que un nuevo texto constitucional producto de una Asamblea Constituyente, era la panacea para todos nuestros males. Posiblemente, uno de los mayores anzuelos electorales de la historia política contemporánea que sirvió, entre otros propósitos, para que nos hicieran el cambalache de la constitución de 1961, con casi cuarenta años de vigencia, en la que se establecía un periodo presidencial de 5 años sin  reelección inmediata, por  la de 1999, que alargó la presidencia a 6 años e introdujo la reelección por un periodo; es decir, que de tener un presidente en ejercicio durante 5 años, se pasó en Venezuela a la posibilidad de tener el mismo mandatario por 12 años seguidos. 
No estamos diciendo con esto que la señora Bachelet esté copiando la receta del señor Chávez para alcanzar nuevamente la presidencia de Chile; pero no deja de llamar la atención que, una vez más en América Latina, un candidato presidencial, tal como ocurrió en Bolivia y en Ecuador, utilice el argumento de la reforma constitucional o de la asamblea constituyente dentro de su programa electoral. Aunque la precandidata chilena aún no tiene claro cuál debe ser la metodología a seguir, para ello nombró un equipo de abogados, entre quienes ya afloraron algunas diferencias al respecto,  no es de extrañar que siguiendo la exitosa fórmula de aquellos países, al final se decante, más que por una reforma del texto constitucional, por una constituyente, en la cual el referéndum popular juegue igualmente, un rol protagónico, no obstante que la Constitución chilena, al igual que ocurría con la venezolana del 61, no establezca la consulta popular para convocar un poder constituyente.
Una de las debilidades de nuestros pueblos latinoamericanos  radica en haber desarrollado una cultura de la culpa ajena o culpa del otro, que siempre es la causa de que no podamos echar para adelante y desarrollar nuestro potencial plenamente. Y cuando hablamos del otro, no necesariamente tiene que tratarse de un imperialista que nos  transformó en un enclave colonial para expoliar nuestras riquezas; puede ser un simple billete de lotería en el cual depositamos todas nuestras posibilidades de futuro  o bien ese papel escrito al que le damos el nombre de Constitución y en el  que ciframos nuestras esperanzas como país y como individuos. Creer que la Constitución es la solución de  los problemas políticos, sociales y económicos que arrastramos desde México a la Patagonia, es una ingenua ilusión de la que no hemos aprendido nada en los últimos doscientos años, pero de la que algunos políticos han sabido, sin embargo, sacar buen provecho. La prueba de ello son los veinticinco textos constituciones que ha tenido Venezuela desde 1811, o la decena, dependiendo como se haga el catálogo, que ha tenido Chile hasta ahora, por solo indicar dos casos, en comparación con la única de los EEUU, la de 1786, ciertamente con enmiendas pero aún vigente, o con Inglaterra donde la Constitución, como tal, ni siquiera existe.
Pero una cosa es cierta, independientemente del derrotero que tome, la propuesta constitucional de la candidata Bachelet va a encender muchas alarmas entre los chilenos desde ahora, hasta el momento mismo en que se efectúen los comicios presidenciales del 17 de noviembre próximo. 
Xlmlf1@gmail.com
Jesus Mendez Lafuente

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