Enrique Santos, apenas iniciándose las
conversaciones en La Habana, advirtió sobre la necesidad de reelegir a su
hermano para concluir las conversaciones de paz con un acuerdo.
Aunque en la
alborada de estas polémicas negociaciones se invitó desde Palacio de Nariño a
no hacer política con ellas, es el mismo presidente el que la ha hecho a las
anchas. En los últimos días utilizó de forma burda la canonización de la Madre
Laura y su entrevista con el Papa Francisco para sumar apoyos al proceso. De
manera que la propuesta de reelección de sus políticas y el montaje del equipo
de campaña hay que entenderlo como el destape de sus aspiraciones. Es clara la
interdependencia funcional entre reelección y proceso de paz. El presidente nos
ha confirmado que buscó la paz para reelegirse y que se quiere reelegir para
alcanzar la paz.
¿Qué se puede decir del equipo que va a
preparar su campaña? Casi todos utilizaron a Uribe como escalera para llegar a
donde no hubieran podido hacerlo por sus propios medios y méritos. Ni siquiera
el mismísimo presidente Santos, ostentando una carrera de logros ministeriales
y periodísticos, amén de su pertenencia al clan político más poderoso del país,
habría ganado la presidencia sin el apoyo franco, abierto y temerario de Alvaro
Uribe quien dejó claro en febrero de 2010 que ése era el hombre llamado a
continuar su obra.
La mano de torcidos y desleales no hace sino
constatar que la política es una actividad dura y de traiciones. Hay que tener
piel de rinoceronte para aguantar. La desbandada de miembros destacados del
equipo uribista le da la razón al ilustrado Maquiavelo. Veamos: el camaleónico
Roy, el deslenguado y vacío Benedetti, la mayoría de congresistas de la U
elegidos con votos uribistas, el presidente en funciones y cabeza del “viraje”,
Vargas Lleras alejado de tiempo atrás pero comiendo del plato hasta el último
día y el último minuto. El volteretas exministro Silva Luján, que apenas vino a
caer en la cuenta de haber estado mal ubicado como mindefensa de Uribe. También
se fue el angelical Angelino canso de prender velas allá y acá, vicio que dejó
apenitas le dieron juego político a su hija en el liberalismo de don Simón,
otro que engordó en casa de Uribe. Y la joya de la corona, el mejor policía del
mundo, hombre culto, buen líder, que se hubiera quedado de coronel si no es por
el remezón que Uribe produjo en la cúpula del generalato policial para
nombrarlo Director. ¿Qué piensan todos ellos? Nada trascendental, porque la paz
que defienden es una entrega, y que es mejor estar al lado del que tiene que
del que nada tiene.
Ahora le corresponde a Uribe y a su círculo
más próximo mirar con lupa, con micro y telescopio, a las personas que lo van a
acompañar en la decisiva jornada electoral que se avecina, para evitar que le
repitan la dosis. Los campos se van delineando y alineando en torno a las
conversaciones en La Habana y alrededor
de Juan Manuel Santos y Alvaro Uribe.
Ya las Farc, totalmente empoderadas y
haciendo de nuevo las veces de grandes electores, como en 1998, han dado su
bendición al interés reeleccionista del presidente. Sin firmar nada importante,
sin asumir compromisos serios con la paz, con el desarme, con las víctimas, con
la Justicia, con la verdad y con la reparación, resurgen, cual ave fénix, sin
hacer concesiones.
No sería de extrañar un reagrupamiento de las
fuerzas políticas y político-militares para ser exactos, en dos grandes campos.
De un lado el Presidente envuelto en la bandera de la paz y prisionero de lo que
se decida en La Habana, secundado por el liberalismo unificado en torno a
cadáveres políticos renacientes como César Gaviria y Ernesto Samper. ¿Veremos a
Rudolf Hommes hablando bien de Samper? También se subirán al carro de la
victoria los adictos a la mermelada, venga de donde sea, así sepa a ajo y
cebolla, con tal que sea mermelada. Los de Cambio Radical obedecerán a su jefe
Vargas Lleras que se resigna a la conquista de la cima. Nada raro que vayan
llegando a la gran coalición por la paz los verdes, los progresistas y hasta la
izquierda con el pretexto de cerrarles el paso a los enemigos de la paz, a la
“extrema derecha”, y de pronto, hasta los maduros de la Marcha con Piedad y
Cepeda junior a la cabeza toquen las puertas de la Casa Grande.
En la otra orilla, Alvaro Uribe y el uribismo
están retados a enfrentar esa alianza contranatura en la que, de nuevo, las
Farc serán decisivas electoras pues tendrán en sus manos las llaves del
triunfo. Un solo acuerdo, por pequeño que sea, puede ser definitivo en el
resultado. Si el uribismo no avanza en la formalización de una estructura
partidaria y afín a su discurso en términos del decálogo aprobado
recientemente, la verá cuesta arriba. Insistir y hacer mucha claridad en el
significado de las ideas defendidas hasta ahora: paz pero sin impunidad, paz
con reconocimiento y reparación de víctimas, paz con dejación y entrega de
armas, no a fuerzas políticas que combinen todas las formas de lucha, no a
elegibilidad política de individuos incursos en delitos de lesa humanidad y
crímenes de guerra (esto último se refiere a los cometidos después de noviembre
de 2009). No a la negociación de temas de la Agenda Nacional con las
guerrillas, sí a la formulación de políticas de justicia y equidad social con
las comunidades y organizaciones sociales.
En suma, dos bloques, lo ideal en cualquier
democracia, pero sin armas y sin violencia. El país está convocado a definir si
opta por la farcpendencia o por una paz realista que preserve las libertades y
la democracia, con seguridad, inversión y equidad social.
Darío Acevedo Carmona, Medellín 19 de mayo de
2013
@rdaceved
rdaceved@gmail.com>
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