Digámoslo
de una vez: lo que están preparando el presidente Juan Manuel Santos y los
jefes de las Farc no parece ser un “proceso de paz”. Bajo el auspicio de dos
Estados COMUNISTAS, Cuba y Venezuela, y con la ayuda del ambiguo
gobierno de Noruega, Colombia se estaría metiendo en un callejón sin salida y
sin nombre. A la luz de los elementos disponibles no es difícil deducir que, en
el escenario que se está abriendo, Bogotá está jugando el papel de comodín dentro de un plan mucho más
vasto y que va más allá de la paz en
Colombia.
Otros
rasgos que acompañan la propuesta de Santos alimentan esa duda: el silencio de
la dirección de las Farc respecto de lo que
anuncia Santos, y el secretismo excesivo y las numerosas mentiras
oficiales que precedieron la súbita proclama del mandatario colombiano.
Todo
esto permite deducir que podríamos estar frente a una operación de colaboración
política del poder ejecutivo con el “bolivarismo” venezolano y no ante unas
verdaderas tratativas “de paz”.
El
escenario es complicado pues es una jugada a tres o cuatro bandas montada
probablemente por los hermanos Castro, ante la inminencia de sacudimientos
políticos en Venezuela. El fraude
electoral que estaría preparando el régimen de Hugo Chávez podría desatar la cólera
de las mayorías venezolanas y colombianas. Mejorar la imagen de Chávez como un
hombre “de paz”, que puede ayudar a Colombia y a Santos frente a los desafíos
de las Farc, contribuiría, por el contrario, a estabilizar la situación del
déspota venezolano. Y a llevar a Santos a una posición de neutralidad ante un
eventual cataclismo político en Venezuela.
Así,
han logrado convencer al presidente colombiano de que Caracas y La Habana
podrían ayudarle. En realidad se trata
de lo inverso: de que Santos ayude a la estabilización de Chávez y a la
continuidad de la masiva ayuda petrolera venezolana a Cuba.
El
plan parece haber sido organizado rápidamente cuando la salud de Chávez se
agravaba y la emergencia de un candidato de oposición creíble, Capriles,
irrumpía con fuerza en Venezuela. Una
serie de hechos ocurridos entre el 20 de febrero y comienzos de marzo de 2012
muestran ese brusco viraje, que nadie vio como tal en ese momento. Sin embargo,
los hechos son elocuentes.
El
5 de marzo, el presidente Santos anunció un intempestivo viaje a Cuba. Allí se
entrevistará con Raúl Castro y con Hugo Chávez, quien estaba en la isla para
ver a sus médicos. Los pronósticos de salud de éste estaban en un nivel muy
bajo. El motivo del viaje de Santos a Cuba pareció baladí: explicar al líder
cubano que él no sería invitado a la cumbre de las Américas. Respecto de Chávez,
Bogotá dijo que Santos firmaría con éste un anexo a un tratado de libre
comercio con Venezuela.
La
víspera de ese viaje a La Habana, el
jefe de las Farc, Rodrigo Londoño Echeverry, alias Timochenko, había publicado
una carta en la que anunciaba que liberaría a diez uniformados secuestrados. El
texto subraya que las Farc están
dispuestas a “apostarle a una reconciliación del país”. El cambio de tono del
jefe de las Farc era enorme pues cuatro meses antes, Timochenko, en otro texto,
había insultado y amenazado de muerte al presidente Juan Manuel Santos y lo
había comparado con Hitler. "Creo que a los Santos y Pinzones les reserva
una suerte similar el destino" (similar a la de Hitler, según Timochenko).
El 26 de febrero, Timochenko había comenzado a bajarle el tono a sus diatribas
y anunciado que las Farc no volverían
a cometer “secuestros con fines
económicos”. Santos respondió que ese súbito viraje era “un paso importante pero no suficiente” y
que las Farc debían cesar sus emboscadas y los ataques contra la población
civil. Lo de Timochenko no era más que un anuncio (que no fue respetado por él)
para ambientar un escenario de negociación con el jefe del ejecutivo.
El
3 de marzo, como en una comedia rica en intrigas, la ex senadora destituida
Piedad Córdoba hizo una aparición: mediante una entrevista con Yamid Amad se
dirigió al presidente Santos y le exigió
“definir algún tipo de acuerdo entre el gobierno, las Farc y el Eln” o
de lo contrario, advirtió, “habrá más
guerra”. Sobre todo, Piedad Córdoba deslizó otra idea: que el gobierno acepte
un “cese bilateral de fuego”.
El
22 de febrero, el gobierno Santos había dado marcha atrás en un punto de la reforma de la justicia:
retiró de ese proyecto, sin mayor explicación, el artículo relacionado con el
fuero militar. La prensa aseguró que la Casa Blanca había exigido tal retiro.
Algunos sugieren ahora que al día siguiente de ese retiro, el 23 de febrero, se
realizó en La Habana el primer “encuentro formal”, y clandestino, entre
enviados de las Farc y Enrique Santos, el hermano del presidente colombiano. El
Tiempo afirma que Santos envió el mensaje de que la perspectiva de las
negociaciones debía ser “el cierre
definitivo del conflicto” mediante unas conversaciones rápidas.
Se
ve pues que a mediados de febrero de 2012 había ya bajo la mesa, y a escala
internacional, una serie de movidas y de gestos aunque el poder ejecutivo
colombiano se abstuviera de revelar que éstos hacían parte de la confección de
una vasta operación política.
Dos
puntos más ilustran las maniobras secretas de febrero-marzo: 1.- la orden dada
por el gobierno venezolano de deportar a Colombia a Enrique Santiago Romero,
alias Caliche, un miembro del estado mayor del Eln, y 2.- las expresiones de
mal humor del Palacio de Nariño contra el matutino El Colombiano, de Medellín,
por las críticas de éste hacia al gobierno de Santos, y los anuncios de asfixia
financiera que estaba sufriendo en esos momentos La Hora de la Verdad, el
noticiero que el ex ministro y periodista Fernando Londoño Hoyos dirige en
Radio Súper, de Bogotá.
Probablemente,
también en marzo, un frente de las Farc decidió en Cali comenzar los preparativos para atentar en Bogotá el 15
de mayo contra Fernando Londoño Hoyos, el crítico más acerado del “Marco para
la Paz”. No puede ser una casualidad que
el 3 de marzo, la Dijín haya desmantelado una base clandestina de las Farc en
Usme, al sur de Bogotá, y que haya observado que por allí había pasado uno de
los “explosivistas” de Henry Castellanos Garzón, alias Romaña. Las autoridades
pensaron que ese lugar era únicamente un “hospital” de terroristas.
Por
ignorar que esas maniobras subterráneas existían algunos observadores del
“proceso de paz” se pusieron de nuevo a ver los árboles pero no el bosque. Se mostraron intrigados y hasta entusiasmados
con el temario “de discusión” que, se supone, van a tratar los delegados de
Santos y de las Farc en no se sabe dónde. Empero, antes de examinar la
pertinencia de esos temas habría que saber si ese tinglado tendrá por
meta realizar una discusión genuina o si la idea, oculta hasta ahora, es la de
que el Estado colombiano termine aceptando el modelo de sociedad que defienden
no sólo las Farc sino, sobre todo, Cuba y Venezuela, a cambio de una paz
incierta.
¿Quién
puede creer que esas dos dictaduras que han intentado durante décadas, y por
diversos modos, incluso los más viles y sangrientos, derrumbar la democracia
colombiana, van ahora a renunciar a esas ambiciones imperialistas y a obligar a
sus peones de las Farc a firmar unos acuerdos que respeten la Constitución
colombiana?
¿Quién
puede creer que los esfuerzos de La Habana en este juego apuntan no a buscar la
preservación de sus intereses nacionales sino los de Colombia?
A
lo mejor (es decir, a lo peor), se trata de lo contrario: que los negociadores
de Santos acepten tragarse la culebra de un socialismo a la cubana, de unas
nuevas instituciones de esencia colectivista, contrarias a nuestra
Constitución, todo bajo la apariencia de pactar unos “grandes avances sociales
y políticos”, los mismos que la horrible “oligarquía colombiana” habría
históricamente “rechazado”.
Una
parte de la opinión pública comienza a ver que lo de Santos no es claro, ni en
sus objetivos ni en sus métodos, y que el proceso que nos anuncia tiene muy
poco de paz y mucho de rendición.
Estas
“conversaciones de paz” serán como la falsa negociación de tres años en el
Caguán: temas e ideas a granel para sostener un diálogo ficticio con el poder
civil mientras que las Farc, en realidad, tratan de reorganizarse desde el punto
de vista militar, para golpear por sorpresa y desbordar al Ejército. Las
discusiones del Caguán sirvieron para que el gobierno de Andrés Pastrana
entrara, de hecho, sin admitirlo, en una especie de co-gobierno disimulado con
Tirofijo. Hay que volver a abrir el expediente de esas extrañas discusiones
para ver qué ocurrió realmente entre
1999 y 2002. Así podremos ver más claro cómo serán las “negociaciones”
que le esperan al presidente Juan Manuel Santos.
No
estamos pues ante un proceso de paz. Estamos ante un animal diferente que habrá
que escudriñar, desnudar y definir.
Por
el momento, emerge el espectro de un
pacto de colaboración (en el peor sentido del término) entre Santos, las Farc y
Caracas. Un pacto que apunta a satisfacer los intereses estrechos de esas “partes”, y de Cuba y Venezuela, y que pone
en peligro los intereses vitales de Colombia.
Como
lo dije en una entrevista reciente con Fernando Londoño Hoyos y La Hora de la
Verdad, invito a los politólogos,
violentólogos, periodistas, y a los
otros observadores de la vida colombiana, a lanzarse al ruedo de esta discusión
con espíritu crítico, con informaciones factuales, análisis, caracterizaciones
y definiciones nuevas, incluso contrarias a la que aquí esbozo, sobre el “nuevo
proceso de paz”.
Por
eso es tan importante rechazar la tesis de quienes aconsejan en estos momentos
a los periodistas optar por la autocensura, “dejar de informar muchas cosas” y,
peor, “ceñirse a lo oficial” acerca del futuro “proceso de paz” para no
“perjudicarlo”, para no “frustrar la paz”. La hora es, por el contrario, de
lucha para saber más acerca de la realidad de ese obscuro “proceso de paz”, y
para impedir que nuestras libertades, sobre todo las de investigación, expresión,
información y de prensa, no sean
mutiladas. Este “proceso de paz” que arranca de manera tan turbia,
y que algunos quieren que siga siendo
ultra secreto, debe ser iluminado por la inteligencia, la honestidad, la
entereza de los periodistas y de todos los hombres y mujeres libres de
Colombia.
La
posición intelectual que consiste en pensar que cada acercamiento entre las
Farc y el gobierno debe ser definido como un “proceso de paz”, es insostenible.
Esa fórmula fue acuñada precisamente por las guerrillas durante la Guerra Fría
para darse el inmerecido estatuto de interlocutor necesario y para tratar de
imponerse políticamente sobre un adversario que las habían vencido en el
terreno militar.
La
negociación no será con un adversario vencido. La experiencia que las Farc han
acumulado en estos diez últimos años es considerable. Veamos sólo tres
elementos: 1.- Ellas no han olvidado las técnicas que utilizaron con relativo
éxito en las negociaciones del Caguán. 2.- Ellas sobrevivieron pues la ofensiva
del Estado durante los ocho años de
gobierno del presidente Álvaro Uribe fue interrumpida, y 3.- Lograron salir del
túnel y doblegar la posición oficial de Santos de no negociar si éstas no daban
muestras reales de cesar sus ataques.
Las
Farc y sus aliados externos son, pues, quienes dirigen este juego y no el
gobierno de Santos.
¿Cuándo
y por qué el presidente Santos cambió de idea y aceptó negociar “en medio del conflicto”? Pues él
antes rechazaba ese esquema. El Tiempo que parece conocer muchos detalles de
los “diez encuentros” secretos, no ha dicho una palabra al respecto. En el cambio de actitud del presidente Santos
pudo haber intervenido gente que está por encima de las Farc. La conversión de
Santos al viejo esquema tan favorable a las Farc (lo que siempre arruinó toda
posibilidad de una negociación verdadera) podría ser el resultado de un complejo montaje de presiones que pretende
defender, sin decirlo, intereses que no
son exactamente los de Colombia.
eduardo.mackenzie@wanadoo.fr
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