La
síntesis liberal del pensamiento republicano queda sintetizada perfectamente en
una frase, pronunciada por D. Manuel Azaña en su discurso en la Plaza de Toros
de Madrid, el 29 de septiembre de 1930, que pasó a la posteridad como «una
República para todos», y que reza como sigue:
"La
libertad no hace más felices a los hombres, los hace simplemente hombres"
Bajo
este axioma netamente liberal se resume el núcleo básico de una argumentación
que, lejos de todo dogmatismo o principio de verdad absoluta, pretende abrir el
debate intelectual, abriendo las perspectivas de la vigencia del republicanismo
en nuestros días al campo Liberal, que en su versión oficial, o al menos
mayoritaria entre quienes se arrogan tal título, han asumido, o mejor dicho se
han rendido al sistema imperante en su forma de monarquía parlamentaria.
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Montesquieu Friedrich Hayek
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1. LA LIBERTAD COMO TRONCO COMÚN DEL
PENSAMIENTO LIBERAL Y REPUBLICANO
Al
fin y al cabo el discurso Republicano y Liberal, se basa en el ideario de la
libertad, asumiendo como eje común la preponderancia de las instituciones sobre
las personas, el control del poder, la existencia de una verdadera sociedad
política ciudadana y la separación de poderes, es decir, y en suma la
DEMOCRACIA.
Llegados
a este punto y a día de hoy, si existe una diferenciación evidente entre ambos
discursos, ésta se encuentra en que el pensamiento Republicano más moderno,
inteligente y útil se centra (acertadamente) en cuestiones referidas al aspecto
constitucional y de organización institucional en la búsqueda de la Libertad
Política (Democracia Formal), mientras que el pensamiento Liberal oficial
actual actúa intelectualmente en el terreno económico y productivo, teniendo
por sentado la necesaria existencia de la Libertad Política, lo cual a día de
hoy es mucho dar por sentado.
Que
ambos pensamientos vayan de la mano irremediablemente nos enfrenta a analizar
la relación entre la Libertad Política y Económica, y en definitiva, si puede
existir una sin la otra en una sociedad auténticamente libre.
2. RELACIONES ENTRE LA LIBERTAD POLÍTICA Y
LA LIBERTAD ECONÓMICA
Es
habitual pensar con cierto voluntarismo que las decisiones políticas en el
ámbito económico solucionan los problemas en este último orden obviando que nos
encontramos ante verdaderos problemas científicos en un ámbito que se
desarrolla por sus propias reglas al margen de las determinaciones que sobre
los mismos adoptemos, como también es habitual pensar que la sola Libertad
Económica por sí misma genera Sociedades libres que garantizan el pleno desarrollo
individual y social de la persona.
Modestamente
pienso que ambas posturas incurren en grave error.
En
general se piensa que la libertad política y la económica son compartimentos
separados; que la libertad individual es un problema político y el bienestar
material, un problema económico.
Sin
embargo, las organizaciones económicas tienen una doble función en la promoción
de la sociedad libre. Por una parte, la libertad en las organizaciones
económicas como una parte misma de la libertad en términos generales, y en
segundo lugar, como medio indispensable para la consecución de la libertad
política.
Hay
que recalcar especialmente la primera de estas funciones de la libertad
económica, porque los intelectuales, sobre todo, han tenido históricamente
tendencia a no considerar importante este aspecto de la libertad. Tienden así a
expresar un desprecio por lo que se consideran meros aspectos materiales de la
vida, y a considerar sus propios intereses como valores más altos, en un plano
diferente de significación y merecedores de una atención especial. Sin embargo,
para la mayoría de los ciudadanos, ya no para el intelectual, la importancia
directa de la libertad económica es por lo menos comparable en significado a la
importancia indirecta de la misma como medio para libertad política.
Al
ciudadano de Gran Bretaña a quien después de la II Guerra Mundial se le prohibía
pasar sus vacaciones en Estados Unidos a causa del control de divisas, estaba
siendo privado de una libertad esencial, lo mismo que el ciudadano de Estados
Unidos a quien se le negaba la oportunidad de pasar sus vacaciones en la URSS a
causa de sus opiniones políticas. La primera era claramente una limitación
económica a la libertad, y la otra una limitación política, pero la
consecuencia última era la misma.
Dejando
así claro que la libertad económica es en sí una parte importante de la
libertad total, hay que añadir que es igualmente importante como medio para
alcanzar la libertad política, por sus efectos sobre la concentración o
dispersión del poder.
La
evidencia histórica decididamente muestra una relación entre la búsqueda de la
libertad política (generalmente frustrada) y el mercado libre, habiendo sido
este último vehículo conductor de la primera en numerosas ocasiones.
La
relación entre libertad política y económica es compleja y no es unilateral ni
mucho menos. A comienzos del siglo XIX, Bentham y los radicales filosóficos se
inclinaban a considerar la libertad política como un medio para la económica.
Consideraban que las masas estaban agobiadas por las restricciones que les
imponían y que si se diera capacidad de decisión a la mayoría del pueblo
acabando con el sistema aristocrático imperante por medio de una reforma
política, el pueblo haría lo que fuera más beneficioso para él, sin prebendas
por razón de cuna u origen en el ámbito económico, aboliendo así la vinculación
entre la aristocracia y la tierra. Así una gran parte de la reforma política
vino acompañada de reformas económicas en la dirección del laissez faire.
El
triunfo de estas ideas liberales y revolucionarias fue sucedido por una
reacción a favor de una mayor intervención del gobierno en los asuntos
económicos. Las dos guerras mundiales aceleraron muchísimo esta tendencia hacia
el colectivismo sobre todo en los países europeos. El bienestar, y no la
libertad, se convirtió en la nota dominante de los países democráticos.
Los
intelectuales descendientes de aquellos radicales filosóficos (Mises, Hayek y
Simons, entre otros) reconociendo la amenaza implícita al individualismo,
temían que una continuación del movimiento hacia el control centralizado de la
actividad económica se convirtiera en un auténtico Camino de Servidumbre, como
Hayek tituló su profundo análisis del proceso. Ellos también daban importancia
a la libertad económica como medio para la libertad política.
Claro
que la existencia de un mercado libre no elimina la necesidad de tener un
gobierno. Al contrario, el gobierno es necesario tanto en su función de foro
para determinar las reglas del juego, como en su función de árbitro para
interpretar y hacerlas cumplir. Ahí entronca con la libertad política y la
preeminencia de las instituciones sobre los hombres, donde la técnica
constitucional y de organización republicana desempeña un importantísimo papel.
La
libertad política supone que ningún hombre se sitúe por encima de las
instituciones, ejerciendo la fuerza sobre el resto de los hombres. La principal
amenaza de la libertad es el poder de usar la fuerza al margen de las
instituciones, ya sea por un monarca, un dictador, una oligarquía o una mayoría
momentánea. La defensa de la libertad requiere la eliminación, en la medida de
lo posible, de esas concentraciones de poder, y la dispersión y distribución
del mismo en un sistema de contrapesos.
Así
las cosas, si el poder económico se une al poder político en manos del Estado,
la concentración parece inevitable.
Una
característica de las sociedades libres es la libertad del individuo a defender
y hacer abierta propaganda por un cambio radical en la estructura de la
sociedad, siempre que su campaña se limite a la persuasión y no incluya la
violencia u otras formas coercitivas. Una de las señales de la libertad
política en una sociedad de libre mercado es que un individuo pueda abogar
abiertamente por ideologías que pretendan la abolición del mismo.
Del
mismo modo, para que existiera la libertad política en una sociedad dirigida
económicamente, sería necesario que los individuos tuvieran libertad de abogar
por la introducción del librecambio. ¿Cómo podría preservarse la libertad de
defender el librecambismo en una sociedad dirigista?
Para
dar respuesta a esta pregunta hemos de partir de que para que los hombres
defiendan algo, lo primero es que puedan ganarse la vida y además tener
recursos para llevar al público sus propuestas.
En
una sociedad de monopolio económico estatal puede que haya individuos con
grandes ingresos, quizá incluso con grandes sumas de capital en forma de
obligaciones públicas y similares, pero tendrían a la fuerza que ser altos
funcionarios públicos. Se podría concebir a un bajo funcionario de un estado
así definido que mantenga su empleo a pesar de defender abiertamente el
librecambio, lo que es imposible imaginarse es a uno de estos altos
funcionarios financiando tal tipo de actividades subversivas.
En
las sociedades abiertas, los movimientos que repugnan del librecambio nunca se
han financiado de esta manera. Normalmente los han financiado unos cuantos
individuos adinerados que han sido persuadidos ideológicamente (como Frederick
Vanderbilt o Anita MacCormick Bline, o Corliss Lamont, por dar unos cuantos
nombres que se han hecho notorios recientemente, o como Frederick Engels, yendo
a los menos recientes).
Casi
nadie nota esta función que desempeña la desigualdad de la riqueza en la
preservación de la libertad política traducida en la función del patrocinador.
Así
en una sociedad de mercado libre, para la labor de propaganda bastaría con
tener fondos. A los que suministran el papel lo mismo les da venderlo al Mundo
Obrero que al Wall Street Journal. En una sociedad en la que no exista el
librecambio, no bastaría con ello. El hipotético subversivo tendría que
persuadir a la fábrica de papel del gobierno para que se lo vendiera, a la
imprenta del gobierno para que imprimiera los folletos, o al correo del
gobierno para que los distribuyera entre la gente.
Quizá
exista una forma de vencer estas dificultades y preservar la libertad política
en una sociedad controlada económicamente. No puedo decir que resulte
totalmente imposible. Lo que sí está claro es que hay dificultades auténticas
para establecer instituciones que preserven eficazmente la posibilidad de
disentir. Que yo sepa, nadie de entre los que están a favor de eliminar el
librecambio y a favor de la libertad política al mismo tiempo, se ha enfrentado
con esta cuestión o ha iniciado siquiera el establecimiento de formas
institucionales que permitan su desarrollo.
3. CONCEPTO INTEGRAL DE LA LIBERTAD
Todo
lo anterior me lleva a la irremisible conclusión de que la libertad política
sin la libertad económica resulta un imposible y viceversa, debiéndose abordar
en este momento un concepto integral de la Libertad.
He
de asumir en este sentido que, por un lado los liberales han descuidado
últimamente los importantes mecanismos de la técnica democrática, hablando de
su preexistencia como elemento indispensable para el bienestar social pero
obviando históricamente las condiciones constitucionales e incluso técnicas que
deben darse para llegar a su consecución de manera plena que solo puede
solucionar una teoría formal de la Democracia.
Por
otro, como demócrata, y consustancialmente como republicano, confieso que
también he caído muchas veces en el descuido del estudio de los procesos y
reglas del orden económico tal y como realmente se desarrollan, sosteniendo
decisiones políticas que no se ajustan a la realidad económica con los
consecuentes efectos negativos, descuidando así el estudio de los procesos
económicos a favor de decisiones políticas generalmente bienintencionadas y
populares, pero contraproducentes.
Así
las cosas, el concepto unitario de la Libertad presupone tanto la Libertad
Política como la Económica, siendo el Republicanismo y el Liberalismo no sólo
sus consecuencias últimas sino un medio único para su consecución:
Así
desde una estrategia republicana. Como última y única consecuencia de la idea de
democracia en búsqueda de la Libertad Política. Y ello porque hemos de decir
sin tapujos que en este momento en España NO EXISTE LIBERTAD POLÍTICA, sino una
ficción de Estado democrático, una oligarquía de partidos, sin principio
representativo, ni separación de poderes en los que los partidos políticos
asumen el ejercicio del poder político en lugar de los ciudadanos, que se ven
relegados a ser meros espectadores pasivos del juego político a través de un
sistema electoral proporcional que además los discrimina por su radicación
territorial en contra del más básico principio, «un hombre, un voto».
No
puede existir separación de poderes cuando la Jefatura del Estado la ocupa una
persona por una legitimidad carismática, no democrática, que tiene como lógica
consecuencia su incapacidad para dirimir o tomar determinaciones en acción de
gobierno, y menos aún servir como contrapeso de los restantes poderes, ya que
de lo contrario nos veríamos abocados al totalitarismo.
Menos
aún, cuando, como en el caso español el legislativo elige al ejecutivo y entre
ambos al judicial, con la consecuencia del sometimiento de este último a los
dos anteriores.
Es
en la persecución de la libertad política donde el republicanismo así concebido
puede desempeñar un papel fundamental, conformando y articulando una verdadera
Teoría Pura de la Democracia y una Teoría Pura de la República cuya
originalidad conceptual es actualmente deudora única de la magnífica obra
intelectual de García-Trevijano, removiendo así una situación tan enquistada
como la actual, consecuencia fatal del pacto de Estado entre aquellos que
ocupaban el poder y que querían conservarlo, y los que oponiéndose al régimen
pretendían alcanzar su parcela de poder, auténtica razón de Estado, exponente
máximo del oportunismo de una generación de políticos que cristaliza con la
constitución de 1978.
Y
desde una estrategia liberal. En cuanto permite a los individuos desarrollar
sus consustanciales aspiraciones de participación en la vida social y económica
en libertad.
Por
tanto un liberalismo sincero en lo político pero también en lo económico,
rompiendo con la aplicación sesgada del pensamiento político liberal tanto por
la derecha conservadora como por la izquierda marxista que han venido
interpretando la doctrina de la libertad según sus intereses propios de sus
respectivas ideologías.
Tal
actitud interesada se ha traducido en la adopción del credo liberal económico
por políticos netamente conservadores así como de ciertos principios liberales
políticos, al menos en la teoría, por la izquierda marxista.
No
resulta extraño así, según el foro en que se despliegue este discurso,
encontrar fervientes admiradores de la economía de mercado, que se escandalicen
ante posturas como la legalización del aborto, de las drogas, o incluso el
laicismo, en cuanto estas cuestiones, a modo de ejemplo, se respaldan en un
principio tan netamente liberal como dejar las decisiones de ámbito moral a la
estricta decisión del individuo con una estricta neutralidad estatal.
Así
las cosas, y retomando el último de los ejemplos, el laicismo, tiene su origen
en un principio escrupulosamente liberal en cuanto a la neutralidad estatal,
esta vez en materia religiosa, verdadera transposición del laissez faire
obstativo a la intervención económica o política a favor de determinadas
agrupaciones colectivas, ya sean, empresas, clases, colectivos o, en este caso,
confesiones.
4. TENDENCIAS DISGREGADORAS DEL CONCEPTO
UNITARIO DE LIBERTAD
Así
planteado el concepto unitario, o integral de libertad, plasmado en una
perspectiva republicana liberal, se ve actualmente constreñido a izquierda y
derecha, por distintas posturas que escogen un ámbito de libertad con
sacrificio del otro.
El
marxismo llamado democrático. Dejando así de lado su vertiente maximalista o
autoritaria, por cuando no se plantea siquiera el problema de la libertad. Y
ello por cuanto se asume el objetivo, que considero imposible, de eliminar la
libertad económica pretendiendo alcanzar una presunta libertad política.
Y
lo creo imposible, por cuanto este pensamiento se fundamenta en la capacidad de
organizar desde arriba la intrincada red de relaciones interpersonales que en
la Sociedad se tejen, al carecer el órgano de control de la necesaria
información para establecer la pretendida coordinación dado que dicha
información por su propia naturaleza es cambiante, dispersa y difícilmente articulable.
El
mandato coactivo para articular las relaciones entre personas, ya sean
personales o económicas, se basa en el apriorístico principio de conocer la
información sobre los fines y medios de aquellos que se pretende coordinar, lo
que, por la propia naturaleza de la información referida, resulta imposible.
Es
más, tal mandato coactivo ahoga la creación de nuevos medios que satisfagan
antiguas necesidades, sirviendo de freno para el progreso social, como bien
necesariamente deseado, solo alcanzable a través del espontáneo proceso de
interacción social.
Se
basa así tal mandato coactivo en un error que considero de base, la existencia
de un polilogismo económico o de clase, entendiendo por tal el que considera
que los individuos tienen distinta estructura mental de desarrollo lógico por
su posición en el proceso productivo.
Las
tendencias polilogistas no son exclusivas de este pensamiento, ya que también
se dan en posturas tradicionalmente antiliberales como el fascismo (en el que
se presupone una distinta estructura de razonamiento en cuanto a fines y metas
por la adscripción a una determinada comunidad nacional), el racismo (por
pertenencia a una raza), o el polilogismo integrista (por adscripción a una
determinada religión), que tienen en todo caso, y no es casualidad, como
enemigo común al liberalismo.
No
es casual, así, que en el régimen anterior se encontrara al mismo nivel de
aversión que el comunismo (comunismo, liberalismo y masonería).
El
neoliberalismo conservador. Merece especial atención y detalle por cuanto la
habitual identificación actual del término «Liberal» a esta corriente, siendo
especialmente necesario proceder a su delimitación.
En
este concreto aspecto, traigo a colación el ensayo de F.A. Hayek «¿Porqué no
soy conservador?», auténtica demarcación de quien ideológicamente se encuentra
en desacuerdo intelectual tanto con conservadores como con marxistas.
En
él Hayek define al liberal como un neto partidario de la libertad en lo
absoluto.
Por
el contrario, el conservador, ve únicamente en la libertad de mercado una
oportunidad de medrar y conservar lo obtenido mirando hacia atrás, hacia el
pasado, midiendo sus palabras y actos en asunción ideológica fundamentalmente
utilitarista y desprovista de contenido ideológico. Teme y aborrece la novedad
porque en ella ve un riesgo, al contrario del liberal que, en palabras de Hayek
«siempre mira hacia delante».
En
palabras de Fernando Genovés, comentando este ensayo, el Liberal, por
principio, no se opone a la evolución ni al progreso, a las reformas y a los
cambios: «no le preocupa cuán lejos ni a qué velocidad vamos; lo único que le
importa es aclarar si marchamos en la buena dirección». Tal inclinación está
íntimamente relacionada con aquello que necesariamente va unido a la libertad:
la espontaneidad.
En
esto no se diferencian en absoluto las ideas dirigistas de raíz socialista del
conservadurismo, ya que ambas tienen en común la planificación y regularización
como modo de actuación social, económica, y política, que en el conservador se
materializan una pasión por la ley y el orden, como ansia de que todo esté bajo
control.
Contra
el conservador, el movimiento de la libertad implica derribar todo obstáculo
que frene o impida el pleno despliegue de las posibilidades humanas y la
espontaneidad de nuestros actos, aún ignorando a veces dónde pueden llevarnos,
lo que en modo alguno supone entregarse a una conducta loca e irresponsable,
pero sí propugnar por una sociedad abierta.
Acertadamente
en este sentido Genovés, en su artículo: "Liberal, ¿Radical o
Conservador?" explica la afición del conservador por el autoritarismo que
le lleva, no pocas veces, y aquí sabemos bastante de ello, a la recusación de
la democracia y su predisposición a aceptar la arbitrariedad estatal como
vehículo de imposición de creencias y objetivos prácticos, sobre todo cuando
los hechos no se desarrollan según su cálculo de previsión. Frente a esta
actitud, la del liberal se revela ciertamente radical.
Así,
debido al concepto utilitarista de la política y la economía del conservador,
rechaza las medidas socializantes, proteccionistas o dirigistas de su
adversario…excepto cuando le benefician o resultan rentables.
Dos
ejemplos vienen muy al caso dado el sentido de este acto y la actual coyuntura
española en los temas religioso y nacional: La posición estatal en el orden espiritual
o de conciencia religiosa y el, en palabras de Hayek, «nacionalismo patriotero»
que caracterizan aún a gran parte del conservadurismo y que se oponen
frontalmente al librepensamiento y concepto de ciudadanía propios del
pensamiento liberal y republicano.
Así,
respecto al primero de ellos, el conservador generalmente se caracteriza por
unas profundas creencias morales y religiosas que le llevan a propugnar medidas
partidarias en lo religioso, fiscal y educativo a favor de una determinada
confesión, mientras que el liberal asume el firme propósito de no imponer
coactivamente a los demás ningún tipo de creencia con una conducta neutral y
abstencionista, no importándole ni siendo motivo para lo contrario lo profundos
o trascendentales que puedan ser los principios o fines que se persigan.
Es
propio así del liberal mantener cierto escepticismo en sus pensamientos y
emociones para mantener incólume ese espíritu tolerante.
En
relación al segundo tema, el nacionalismo, Hayek es igualmente radical y
textualmente señala que: «Una teoría torpe y errada no deja de serlo por
haberla concebido un compatriota» .
En
este último supuesto, es posible un liberalismo patriótico, que engarza con el
concepto republicano de ciudadanía y fraternidad, pero jamás he visto un
nacionalista liberal, proliferando, más al contrario el nacionalismo
conservador, ya se vista como carlista en su versión carca, o demo-cristiana en
su versión light.
5.
CONCLUSIÓN
Desde
la propia convicción de la posibilidad de error, característicamente liberal, y
con el único ánimo de que por lo menos el desarrollo de lo precedente despierte
la discusión intelectual, intentando también modestamente en todo caso abrir y
atraer al campo republicano a una parte de la ciudadanía que aún no se ha
acercado al mismo por ideas o temores preconcebidos a ideas extremas de
revolución o monocolores, trato de esbozar aquí el propio convencimiento de que
sólo cuando tengamos República, tendremos libertad, y que solo con auténtica
libertad se despertarán conciencias a favor de la República como solución a
nuestros males.
Y
así termino, citando como epílogo el proyecto constitucional de la Primera
República Española que textualmente resume sus principios políticos como sigue:
«En
la organización política de la Nación española todo lo individual es de la pura
competencia del individuo; todo lo municipal es del Municipio; todo lo regional
es del Estado, y todo lo nacional, de la Federación».
¿Qué puede haber más liberal y republicano
que esta afirmación de la independencia individual?
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