lunes, 2 de abril de 2012

MANUEL GONZÁLEZ LÓPEZ / LIBERALISMO Y REPUBLICANISMO (PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN LIBERALES POR LA REPÚBLICA –LIBRE-)

La síntesis liberal del pensamiento republicano queda sintetizada perfectamente en una frase, pronunciada por D. Manuel Azaña en su discurso en la Plaza de Toros de Madrid, el 29 de septiembre de 1930, que pasó a la posteridad como «una República para todos», y que reza como sigue:
"La libertad no hace más felices a los hombres, los hace simplemente hombres"
Bajo este axioma netamente liberal se resume el núcleo básico de una argumentación que, lejos de todo dogmatismo o principio de verdad absoluta, pretende abrir el debate intelectual, abriendo las perspectivas de la vigencia del republicanismo en nuestros días al campo Liberal, que en su versión oficial, o al menos mayoritaria entre quienes se arrogan tal título, han asumido, o mejor dicho se han rendido al sistema imperante en su forma de monarquía parlamentaria.
 Montesquieu                                Friedrich Hayek

1. LA LIBERTAD COMO TRONCO COMÚN DEL PENSAMIENTO LIBERAL Y REPUBLICANO
Al fin y al cabo el discurso Republicano y Liberal, se basa en el ideario de la libertad, asumiendo como eje común la preponderancia de las instituciones sobre las personas, el control del poder, la existencia de una verdadera sociedad política ciudadana y la separación de poderes, es decir, y en suma la DEMOCRACIA.
Llegados a este punto y a día de hoy, si existe una diferenciación evidente entre ambos discursos, ésta se encuentra en que el pensamiento Republicano más moderno, inteligente y útil se centra (acertadamente) en cuestiones referidas al aspecto constitucional y de organización institucional en la búsqueda de la Libertad Política (Democracia Formal), mientras que el pensamiento Liberal oficial actual actúa intelectualmente en el terreno económico y productivo, teniendo por sentado la necesaria existencia de la Libertad Política, lo cual a día de hoy es mucho dar por sentado.
Que ambos pensamientos vayan de la mano irremediablemente nos enfrenta a analizar la relación entre la Libertad Política y Económica, y en definitiva, si puede existir una sin la otra en una sociedad auténticamente libre.
2. RELACIONES ENTRE LA LIBERTAD POLÍTICA Y LA LIBERTAD ECONÓMICA
Es habitual pensar con cierto voluntarismo que las decisiones políticas en el ámbito económico solucionan los problemas en este último orden obviando que nos encontramos ante verdaderos problemas científicos en un ámbito que se desarrolla por sus propias reglas al margen de las determinaciones que sobre los mismos adoptemos, como también es habitual pensar que la sola Libertad Económica por sí misma genera Sociedades libres que garantizan el pleno desarrollo individual y social de la persona.
Modestamente pienso que ambas posturas incurren en grave error.
En general se piensa que la libertad política y la económica son compartimentos separados; que la libertad individual es un problema político y el bienestar material, un problema económico.
Sin embargo, las organizaciones económicas tienen una doble función en la promoción de la sociedad libre. Por una parte, la libertad en las organizaciones económicas como una parte misma de la libertad en términos generales, y en segundo lugar, como medio indispensable para la consecución de la libertad política.
Hay que recalcar especialmente la primera de estas funciones de la libertad económica, porque los intelectuales, sobre todo, han tenido históricamente tendencia a no considerar importante este aspecto de la libertad. Tienden así a expresar un desprecio por lo que se consideran meros aspectos materiales de la vida, y a considerar sus propios intereses como valores más altos, en un plano diferente de significación y merecedores de una atención especial. Sin embargo, para la mayoría de los ciudadanos, ya no para el intelectual, la importancia directa de la libertad económica es por lo menos comparable en significado a la importancia indirecta de la misma como medio para libertad política.
Al ciudadano de Gran Bretaña a quien después de la II Guerra Mundial se le prohibía pasar sus vacaciones en Estados Unidos a causa del control de divisas, estaba siendo privado de una libertad esencial, lo mismo que el ciudadano de Estados Unidos a quien se le negaba la oportunidad de pasar sus vacaciones en la URSS a causa de sus opiniones políticas. La primera era claramente una limitación económica a la libertad, y la otra una limitación política, pero la consecuencia última era la misma.
Dejando así claro que la libertad económica es en sí una parte importante de la libertad total, hay que añadir que es igualmente importante como medio para alcanzar la libertad política, por sus efectos sobre la concentración o dispersión del poder.
La evidencia histórica decididamente muestra una relación entre la búsqueda de la libertad política (generalmente frustrada) y el mercado libre, habiendo sido este último vehículo conductor de la primera en numerosas ocasiones.
La relación entre libertad política y económica es compleja y no es unilateral ni mucho menos. A comienzos del siglo XIX, Bentham y los radicales filosóficos se inclinaban a considerar la libertad política como un medio para la económica. Consideraban que las masas estaban agobiadas por las restricciones que les imponían y que si se diera capacidad de decisión a la mayoría del pueblo acabando con el sistema aristocrático imperante por medio de una reforma política, el pueblo haría lo que fuera más beneficioso para él, sin prebendas por razón de cuna u origen en el ámbito económico, aboliendo así la vinculación entre la aristocracia y la tierra. Así una gran parte de la reforma política vino acompañada de reformas económicas en la dirección del laissez faire.
El triunfo de estas ideas liberales y revolucionarias fue sucedido por una reacción a favor de una mayor intervención del gobierno en los asuntos económicos. Las dos guerras mundiales aceleraron muchísimo esta tendencia hacia el colectivismo sobre todo en los países europeos. El bienestar, y no la libertad, se convirtió en la nota dominante de los países democráticos.
Los intelectuales descendientes de aquellos radicales filosóficos (Mises, Hayek y Simons, entre otros) reconociendo la amenaza implícita al individualismo, temían que una continuación del movimiento hacia el control centralizado de la actividad económica se convirtiera en un auténtico Camino de Servidumbre, como Hayek tituló su profundo análisis del proceso. Ellos también daban importancia a la libertad económica como medio para la libertad política.
Claro que la existencia de un mercado libre no elimina la necesidad de tener un gobierno. Al contrario, el gobierno es necesario tanto en su función de foro para determinar las reglas del juego, como en su función de árbitro para interpretar y hacerlas cumplir. Ahí entronca con la libertad política y la preeminencia de las instituciones sobre los hombres, donde la técnica constitucional y de organización republicana desempeña un importantísimo papel.
La libertad política supone que ningún hombre se sitúe por encima de las instituciones, ejerciendo la fuerza sobre el resto de los hombres. La principal amenaza de la libertad es el poder de usar la fuerza al margen de las instituciones, ya sea por un monarca, un dictador, una oligarquía o una mayoría momentánea. La defensa de la libertad requiere la eliminación, en la medida de lo posible, de esas concentraciones de poder, y la dispersión y distribución del mismo en un sistema de contrapesos.
Así las cosas, si el poder económico se une al poder político en manos del Estado, la concentración parece inevitable.
Una característica de las sociedades libres es la libertad del individuo a defender y hacer abierta propaganda por un cambio radical en la estructura de la sociedad, siempre que su campaña se limite a la persuasión y no incluya la violencia u otras formas coercitivas. Una de las señales de la libertad política en una sociedad de libre mercado es que un individuo pueda abogar abiertamente por ideologías que pretendan la abolición del mismo.
Del mismo modo, para que existiera la libertad política en una sociedad dirigida económicamente, sería necesario que los individuos tuvieran libertad de abogar por la introducción del librecambio. ¿Cómo podría preservarse la libertad de defender el librecambismo en una sociedad dirigista?
Para dar respuesta a esta pregunta hemos de partir de que para que los hombres defiendan algo, lo primero es que puedan ganarse la vida y además tener recursos para llevar al público sus propuestas.
En una sociedad de monopolio económico estatal puede que haya individuos con grandes ingresos, quizá incluso con grandes sumas de capital en forma de obligaciones públicas y similares, pero tendrían a la fuerza que ser altos funcionarios públicos. Se podría concebir a un bajo funcionario de un estado así definido que mantenga su empleo a pesar de defender abiertamente el librecambio, lo que es imposible imaginarse es a uno de estos altos funcionarios financiando tal tipo de actividades subversivas.
En las sociedades abiertas, los movimientos que repugnan del librecambio nunca se han financiado de esta manera. Normalmente los han financiado unos cuantos individuos adinerados que han sido persuadidos ideológicamente (como Frederick Vanderbilt o Anita MacCormick Bline, o Corliss Lamont, por dar unos cuantos nombres que se han hecho notorios recientemente, o como Frederick Engels, yendo a los menos recientes).
Casi nadie nota esta función que desempeña la desigualdad de la riqueza en la preservación de la libertad política traducida en la función del patrocinador.
Así en una sociedad de mercado libre, para la labor de propaganda bastaría con tener fondos. A los que suministran el papel lo mismo les da venderlo al Mundo Obrero que al Wall Street Journal. En una sociedad en la que no exista el librecambio, no bastaría con ello. El hipotético subversivo tendría que persuadir a la fábrica de papel del gobierno para que se lo vendiera, a la imprenta del gobierno para que imprimiera los folletos, o al correo del gobierno para que los distribuyera entre la gente.
Quizá exista una forma de vencer estas dificultades y preservar la libertad política en una sociedad controlada económicamente. No puedo decir que resulte totalmente imposible. Lo que sí está claro es que hay dificultades auténticas para establecer instituciones que preserven eficazmente la posibilidad de disentir. Que yo sepa, nadie de entre los que están a favor de eliminar el librecambio y a favor de la libertad política al mismo tiempo, se ha enfrentado con esta cuestión o ha iniciado siquiera el establecimiento de formas institucionales que permitan su desarrollo.
3. CONCEPTO INTEGRAL DE LA LIBERTAD
Todo lo anterior me lleva a la irremisible conclusión de que la libertad política sin la libertad económica resulta un imposible y viceversa, debiéndose abordar en este momento un concepto integral de la Libertad.
He de asumir en este sentido que, por un lado los liberales han descuidado últimamente los importantes mecanismos de la técnica democrática, hablando de su preexistencia como elemento indispensable para el bienestar social pero obviando históricamente las condiciones constitucionales e incluso técnicas que deben darse para llegar a su consecución de manera plena que solo puede solucionar una teoría formal de la Democracia.
Por otro, como demócrata, y consustancialmente como republicano, confieso que también he caído muchas veces en el descuido del estudio de los procesos y reglas del orden económico tal y como realmente se desarrollan, sosteniendo decisiones políticas que no se ajustan a la realidad económica con los consecuentes efectos negativos, descuidando así el estudio de los procesos económicos a favor de decisiones políticas generalmente bienintencionadas y populares, pero contraproducentes.
Así las cosas, el concepto unitario de la Libertad presupone tanto la Libertad Política como la Económica, siendo el Republicanismo y el Liberalismo no sólo sus consecuencias últimas sino un medio único para su consecución:
Así desde una estrategia republicana. Como última y única consecuencia de la idea de democracia en búsqueda de la Libertad Política. Y ello porque hemos de decir sin tapujos que en este momento en España NO EXISTE LIBERTAD POLÍTICA, sino una ficción de Estado democrático, una oligarquía de partidos, sin principio representativo, ni separación de poderes en los que los partidos políticos asumen el ejercicio del poder político en lugar de los ciudadanos, que se ven relegados a ser meros espectadores pasivos del juego político a través de un sistema electoral proporcional que además los discrimina por su radicación territorial en contra del más básico principio, «un hombre, un voto».
No puede existir separación de poderes cuando la Jefatura del Estado la ocupa una persona por una legitimidad carismática, no democrática, que tiene como lógica consecuencia su incapacidad para dirimir o tomar determinaciones en acción de gobierno, y menos aún servir como contrapeso de los restantes poderes, ya que de lo contrario nos veríamos abocados al totalitarismo.
Menos aún, cuando, como en el caso español el legislativo elige al ejecutivo y entre ambos al judicial, con la consecuencia del sometimiento de este último a los dos anteriores.
Es en la persecución de la libertad política donde el republicanismo así concebido puede desempeñar un papel fundamental, conformando y articulando una verdadera Teoría Pura de la Democracia y una Teoría Pura de la República cuya originalidad conceptual es actualmente deudora única de la magnífica obra intelectual de García-Trevijano, removiendo así una situación tan enquistada como la actual, consecuencia fatal del pacto de Estado entre aquellos que ocupaban el poder y que querían conservarlo, y los que oponiéndose al régimen pretendían alcanzar su parcela de poder, auténtica razón de Estado, exponente máximo del oportunismo de una generación de políticos que cristaliza con la constitución de 1978.
Y desde una estrategia liberal. En cuanto permite a los individuos desarrollar sus consustanciales aspiraciones de participación en la vida social y económica en libertad.
Por tanto un liberalismo sincero en lo político pero también en lo económico, rompiendo con la aplicación sesgada del pensamiento político liberal tanto por la derecha conservadora como por la izquierda marxista que han venido interpretando la doctrina de la libertad según sus intereses propios de sus respectivas ideologías.
Tal actitud interesada se ha traducido en la adopción del credo liberal económico por políticos netamente conservadores así como de ciertos principios liberales políticos, al menos en la teoría, por la izquierda marxista.
No resulta extraño así, según el foro en que se despliegue este discurso, encontrar fervientes admiradores de la economía de mercado, que se escandalicen ante posturas como la legalización del aborto, de las drogas, o incluso el laicismo, en cuanto estas cuestiones, a modo de ejemplo, se respaldan en un principio tan netamente liberal como dejar las decisiones de ámbito moral a la estricta decisión del individuo con una estricta neutralidad estatal.
Así las cosas, y retomando el último de los ejemplos, el laicismo, tiene su origen en un principio escrupulosamente liberal en cuanto a la neutralidad estatal, esta vez en materia religiosa, verdadera transposición del laissez faire obstativo a la intervención económica o política a favor de determinadas agrupaciones colectivas, ya sean, empresas, clases, colectivos o, en este caso, confesiones.
4. TENDENCIAS DISGREGADORAS DEL CONCEPTO UNITARIO DE LIBERTAD
Así planteado el concepto unitario, o integral de libertad, plasmado en una perspectiva republicana liberal, se ve actualmente constreñido a izquierda y derecha, por distintas posturas que escogen un ámbito de libertad con sacrificio del otro.
El marxismo llamado democrático. Dejando así de lado su vertiente maximalista o autoritaria, por cuando no se plantea siquiera el problema de la libertad. Y ello por cuanto se asume el objetivo, que considero imposible, de eliminar la libertad económica pretendiendo alcanzar una presunta libertad política.
Y lo creo imposible, por cuanto este pensamiento se fundamenta en la capacidad de organizar desde arriba la intrincada red de relaciones interpersonales que en la Sociedad se tejen, al carecer el órgano de control de la necesaria información para establecer la pretendida coordinación dado que dicha información por su propia naturaleza es cambiante, dispersa y difícilmente articulable.
El mandato coactivo para articular las relaciones entre personas, ya sean personales o económicas, se basa en el apriorístico principio de conocer la información sobre los fines y medios de aquellos que se pretende coordinar, lo que, por la propia naturaleza de la información referida, resulta imposible.
Es más, tal mandato coactivo ahoga la creación de nuevos medios que satisfagan antiguas necesidades, sirviendo de freno para el progreso social, como bien necesariamente deseado, solo alcanzable a través del espontáneo proceso de interacción social.
Se basa así tal mandato coactivo en un error que considero de base, la existencia de un polilogismo económico o de clase, entendiendo por tal el que considera que los individuos tienen distinta estructura mental de desarrollo lógico por su posición en el proceso productivo.
Las tendencias polilogistas no son exclusivas de este pensamiento, ya que también se dan en posturas tradicionalmente antiliberales como el fascismo (en el que se presupone una distinta estructura de razonamiento en cuanto a fines y metas por la adscripción a una determinada comunidad nacional), el racismo (por pertenencia a una raza), o el polilogismo integrista (por adscripción a una determinada religión), que tienen en todo caso, y no es casualidad, como enemigo común al liberalismo.
No es casual, así, que en el régimen anterior se encontrara al mismo nivel de aversión que el comunismo (comunismo, liberalismo y masonería).
El neoliberalismo conservador. Merece especial atención y detalle por cuanto la habitual identificación actual del término «Liberal» a esta corriente, siendo especialmente necesario proceder a su delimitación.
En este concreto aspecto, traigo a colación el ensayo de F.A. Hayek «¿Porqué no soy conservador?», auténtica demarcación de quien ideológicamente se encuentra en desacuerdo intelectual tanto con conservadores como con marxistas.
En él Hayek define al liberal como un neto partidario de la libertad en lo absoluto.
Por el contrario, el conservador, ve únicamente en la libertad de mercado una oportunidad de medrar y conservar lo obtenido mirando hacia atrás, hacia el pasado, midiendo sus palabras y actos en asunción ideológica fundamentalmente utilitarista y desprovista de contenido ideológico. Teme y aborrece la novedad porque en ella ve un riesgo, al contrario del liberal que, en palabras de Hayek «siempre mira hacia delante».
En palabras de Fernando Genovés, comentando este ensayo, el Liberal, por principio, no se opone a la evolución ni al progreso, a las reformas y a los cambios: «no le preocupa cuán lejos ni a qué velocidad vamos; lo único que le importa es aclarar si marchamos en la buena dirección». Tal inclinación está íntimamente relacionada con aquello que necesariamente va unido a la libertad: la espontaneidad.
En esto no se diferencian en absoluto las ideas dirigistas de raíz socialista del conservadurismo, ya que ambas tienen en común la planificación y regularización como modo de actuación social, económica, y política, que en el conservador se materializan una pasión por la ley y el orden, como ansia de que todo esté bajo control.
Contra el conservador, el movimiento de la libertad implica derribar todo obstáculo que frene o impida el pleno despliegue de las posibilidades humanas y la espontaneidad de nuestros actos, aún ignorando a veces dónde pueden llevarnos, lo que en modo alguno supone entregarse a una conducta loca e irresponsable, pero sí propugnar por una sociedad abierta.
Acertadamente en este sentido Genovés, en su artículo: "Liberal, ¿Radical o Conservador?" explica la afición del conservador por el autoritarismo que le lleva, no pocas veces, y aquí sabemos bastante de ello, a la recusación de la democracia y su predisposición a aceptar la arbitrariedad estatal como vehículo de imposición de creencias y objetivos prácticos, sobre todo cuando los hechos no se desarrollan según su cálculo de previsión. Frente a esta actitud, la del liberal se revela ciertamente radical.
Así, debido al concepto utilitarista de la política y la economía del conservador, rechaza las medidas socializantes, proteccionistas o dirigistas de su adversario…excepto cuando le benefician o resultan rentables.
Dos ejemplos vienen muy al caso dado el sentido de este acto y la actual coyuntura española en los temas religioso y nacional: La posición estatal en el orden espiritual o de conciencia religiosa y el, en palabras de Hayek, «nacionalismo patriotero» que caracterizan aún a gran parte del conservadurismo y que se oponen frontalmente al librepensamiento y concepto de ciudadanía propios del pensamiento liberal y republicano.
Así, respecto al primero de ellos, el conservador generalmente se caracteriza por unas profundas creencias morales y religiosas que le llevan a propugnar medidas partidarias en lo religioso, fiscal y educativo a favor de una determinada confesión, mientras que el liberal asume el firme propósito de no imponer coactivamente a los demás ningún tipo de creencia con una conducta neutral y abstencionista, no importándole ni siendo motivo para lo contrario lo profundos o trascendentales que puedan ser los principios o fines que se persigan.
Es propio así del liberal mantener cierto escepticismo en sus pensamientos y emociones para mantener incólume ese espíritu tolerante.
En relación al segundo tema, el nacionalismo, Hayek es igualmente radical y textualmente señala que: «Una teoría torpe y errada no deja de serlo por haberla concebido un compatriota» .
En este último supuesto, es posible un liberalismo patriótico, que engarza con el concepto republicano de ciudadanía y fraternidad, pero jamás he visto un nacionalista liberal, proliferando, más al contrario el nacionalismo conservador, ya se vista como carlista en su versión carca, o demo-cristiana en su versión light.
5. CONCLUSIÓN
Desde la propia convicción de la posibilidad de error, característicamente liberal, y con el único ánimo de que por lo menos el desarrollo de lo precedente despierte la discusión intelectual, intentando también modestamente en todo caso abrir y atraer al campo republicano a una parte de la ciudadanía que aún no se ha acercado al mismo por ideas o temores preconcebidos a ideas extremas de revolución o monocolores, trato de esbozar aquí el propio convencimiento de que sólo cuando tengamos República, tendremos libertad, y que solo con auténtica libertad se despertarán conciencias a favor de la República como solución a nuestros males.
Y así termino, citando como epílogo el proyecto constitucional de la Primera República Española que textualmente resume sus principios políticos como sigue:
«En la organización política de la Nación española todo lo individual es de la pura competencia del individuo; todo lo municipal es del Municipio; todo lo regional es del Estado, y todo lo nacional, de la Federación».
¿Qué puede haber más liberal y republicano que esta afirmación de la independencia individual?


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