lunes, 10 de septiembre de 2012

PAULINA GAMUS, NO ES PAÍS PARA VIEJOS

Tendría escasos treinta años de edad la primera vez que un chofer airado por mi manera de conducir automóviles, me gritó ¡vieja! Quizá agregó br uta o alguna obscenidad, esa parte no la recuerdo. De allí en adelante la vejez como pretensión de insulto no se apartó nunca de mi vida hasta hoy cuando soy vieja de verdad.
Cuando comencé a activar en política y aspirar cargos dentro de mi partido AD, no había llegado aún a los cuarenta y ya era “la vieja esa”, mientras mis contemporáneos de sexo masculino eran calificados por los analistas y reporteros políticos como la generación de relevo. A donde quiero llegar es a reafirmar algo que es por demás conocido: la vejez en Venezuela está mal vista y la femenina es casi un delito.
El asunto nos lleva a la confrontación electoral entre dos candidatos uno lleno de energía y br íos juveniles en sus recién cumplidos cuarenta años y otro que aparece con escasa disposición para moverse entre la gente, en parte por problemas de su ignota enfermedad y en mucha parte por miedo a que alguien le meta cuando menos un pescozón. Este último candidato, sin embargo, tiene apenas cincuenta y ocho años de edad lo que de ninguna manera significa que sea un anciano. Es más bien un hom br e maduro a quien aún le faltan algunos años para ingresar en la llamada tercera edad. ¿Por qué entonces nos resulta tan gastado, tan dejà vu, tan fastidioso y repetitivo, tan carente de atractivo como suelen parecerles los ancianos a las personas jóvenes?
Mi conclusión es que lo que realmente ha envejecido durante los catorce años de hegemonía chavista es el país, la vieja achacosa es Venezuela.
Igual que le sucede a los viejos (con las excepciones de rigor) que cada día despiertan con un nuevo dolor en alguno de sus cansados huesos, que van perdiendo la memoria, les fallan la visión y el oído, así el país se está deshaciendo por un envejecimiento precoz provocado por la desidia, la ineficacia y la corrupción sin límites de los seudo socialistas que, lejos de ser del siglo XXI, son con dificultades del siglo XIX. Se caen puentes, explotan refinerías, falla el suministro de agua, la luz se va porque zamuros, iguanas y ratones se comen los cables o chocan con ellos, las calles, carreteras y autopistas están llenas de huecos y en las cárceles se hacinan millares de presos que se matan entre sí en una tragedia sin parangón y sin final previsto. A la par del envejecimiento nacional el gobierno también se ha ido llenando de ancianos.
No es el presidente saliente Hugo Chávez el único que ha envejecido hasta niveles de incapacitación por longevidad extrema, a su vera se han vuelto provectos sin posibilidad de pensar o movilizarse, sus inamovibles ministros, esos que en la medida en que más fracasan más atornillados están en sus cargos. Giordani no solo es viejo en años sino decrépito en pensamiento y acciones. La Fosforito ha envejecido décadas en un cargo que Chávez le dio como una maldición, pareciera que con el propósito de liquidarla física y mentalmente. Rafael Ramírez ha convertido a PDVSA en una empresa tan arterioesclerótica como él. La Iglesias, envejecida en Minpopotrabajo, ha desatado todos los demonios de la protesta laboral. El joven de edad pero vetusto de pala br a y o br a, Tarek El Aissami ya delira con síntomas de demencia senil cuando trata de negar que la delincuencia se ha apoderado de las calles de toda Venezuela y es la que realmente gobierna a este país. De los obsecuentes miem br os del Poder Moral mejor ni hablar, actúan como esos ancianos ya sin control sobre sus esfínteres, carentes de la posibilidad de sentir vergüenza por sus desaguisados públicos y notorios.
Cuando el candidato de la unidad nacional y de la esperanza democrática, Henrique Capriles Radonsky, dice que a él le enseñaron a respetar a las personas mayores, está limitando al máximo su derecho de criticar no solo los errores y desmanes del anciano mayor sino de todos esos vetustos de mente y alma que han conducido al país a la decrepitud más lamentable. 
Este país de jóvenes que plenan llenos de entusiasmo y esperanzas los actos públicos del candidato joven tienen derecho a recuperar la juventud de su país, a refrescarlo y a quitarle el moho y las telas de araña que lo envuelven desde hace catorce años cuando comenzó la desgracia del cuasicomunismo chavista.
gamus.paulina@gmail.com

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