El domingo
pasado, 29 de julio en Petare, Hugo Chávez, en la cúspide de su fracaso y
deformación por esteroides, barbotó: "Soy el hombre del
futuro".
Era, a no
dudarlo, el patético silbido que espanta el miedo. Nadie se detuvo a
preguntarse qué promesa podría aletear en el fondo de aquella amenaza, que en
realidad no era sino un sollozo disfrazado. Pero algunos nos preguntamos dónde
habíamos escuchado eso antes. Hombre de futuro...
Hombre de
futuro...Así se había definido Rómulo Betancourt en declaración al diario La
Esfera, de Caracas, el 11 de febrero de 1931, cuando regresaba de su primer
exilio: "No soy hombre del pasado sino del presente y el
futuro".
Esto lo decía
un líder rebosante de porvenir. No solo porque le faltaban 11 días para cumplir
23 años, sino porque su corazón, sus ideas, su estructura emocional y mental
estaban plenamente orientadas a lo nuevo, esto es, a la superación de las
horribles antiguallas que habían atormentado el continente.
Estas modestas
líneas periodísticas están basadas en el deslumbrante ensayo del historiador y
gran escritor venezolano Germán Carrera Damas, "La personalidad histórica
de Rómulo Betancourt", donde queda establecido que de esta figura "se
irá n desprendiendo hojas y ramas, dejando al descubierto el robusto
tronco" de quien el autor no vacila "en denominar Padre de la
Democracia moderna en Venezuela; o, si se le prefiere, de `la Democracia a la
venezolana’". Mil páginas se toman Carrera Damas para desmenuzar una
peripecia vital de la que no se deriva ni un solo párrafo carente de interés.
De ellas espigaremos las ingentes muestras de que, efectivamente, Betancourt
era en 1931 un hombre de futro. Y que lo fue hasta el día de su muerte,
acaecida en Nueva Cork el 28 de septiembre de 1981.
El futuro,
demuestra Betancourt con su propio devenir, no es solo el conjunto de
acontecimientos que han de ocurrir sino, sobre todo, la terca determinación de
deslastrarse de lo que ha probado ser inútil, sobrancero nefasto y que, por
tanto, merece ser devorado por esa masa de sombras que es el pasado. Fue un
compromiso férreo con el futuro el que pactó Betancourt cuando, tras su primera
etapa de militante comunista, devino demócrata cabal y dedicó su asombrosa
energía a la defensa de la Democracia, "enfrentando", dice Carrera
Damas, amenazas que conjugaron la rancia herencia militarista caudillezca con
la resaca del socialismo autoritario original, revestido del que pronto quedó
patentado como el fidelismo; modalidad del leninismo-estalinismo adoptado, como
cobertura seudo ideoló gica, por la vulgar dictadura caribeña
cubana".
Ser hombre de
futuro fue hacerse de una preparación intelectual y cientí fica, manifiesta,
dice Carrera "en el tratamiento de problemas complejos, de naturaleza
econó mica y polí tica"; dedicarse con denuedo a una decantación
ideológica que lo puso frente a la antinomia entre Dictadura y Libertad, y a la
certeza de que la Democracia es el antídoto de la Dictadura, su contrario, no
su adjetivo de quita y pon. Ser hombre de futuro fue formular una democracia a
la venezolana, que pasaba por conocer el país milimétricamente para tener un
inventario de su gente, sus recursos, sus mitos y sus aspiraciones, pero
también superar ese chantaje ideológico en el que siguen encallando tantos
aspirantes a líderes que terminan con el cuello enrollado en el cordón del
condicionamiento socialista paleolítico. Y es el caso que Betancourt dio
testimonio de un tenaz anticomunismo expresado en su rechazo sin tregua a todas
las formas de totalitarismo, incluidas sus floraciones en forma de fascismo, el
nacionalsocialismo, el falangismo y el estalinismo.
Ser hombre de
futuro consistió en haberse erigido en estadista (lo que Chávez, primitivo y
carente de sentido del ridículo, jamás hubiera podido ser), en haber defendido
las libertades, con especial énfasis en la libertad de expresión y de disentir,
y haber procurado la unidad de la nación, por encima de las anacrónicas
divisiones regionales.
Visto en la
perspectiva que ofrece medio siglo, podemos afirmar que ser hombre de futuro
fue evitar la hipertrofia burocrática, entender la política y la administració
n de un país como diá logo con los gobernados, transigir ante los reclamos de
la opinión, admitir expresa o tácitamente que se ha errado y observar la
pulcritud administrativa como normas institucionalizada.
Todo lo demás
es pasado.
msocorro@el-nacional.com
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