Newsweek
publica en estos días un artículo de Mac Margolis que, a propósito de la turbia
inclusión de Venezuela en Mercosur, rasga el velo de ignorancia cómplice que se
empeña en ocultar el drama que está viviendo la democracia en Latinoamérica.
El artículo
está en línea, de modo que no voy a glosarlo; el punto es que va dirigido a
romper el mito (o más bien, a mostrar sus fragmentos rotos) de que aquello que
los académicos llaman la "tercera ola de democratización", siguiendo
la tipología de Huntington, había dejado un continente democráticamente sano.
En realidad,
los evidentes retrocesos en la calidad de la democracia en nuestro vecindario
habían sido inventariados en el ámbito académico incluso desde antes de que sus
efectos impactaran la vida cotidiana de los ciudadanos, dando lugar entonces a
una serie de discusiones sobre la definición misma de régimen democrático, que
no podía satisfacerse con el criterio mínimo de la competencia electoral.
Debe decirse
que la tesis de Huntington, en relación con que ha habido tres grandes olas de
democratización en el mundo, supone también que ha habido períodos de reflujo.
O dicho de otro modo: que las democracias son frágiles, obviamente. Lo
interesante es que lo que antes se deslizaba por los pasillos de las
universidades es ahora materia de periodismo, y de desagradable actualidad:
aquellos que prefieren creer que todo está bien al sur del Río Grande, que la
región está mejorando sus índices de desigualdad o su flujo de inversiones, son
presas de mentiras o de complicidades.
Como en la
imagen del cuero seco, las primaveras árabes están enmascarando la calamitosa
realidad de gobiernos latinoamericanos cada vez más abiertamente autoritarios,
arbitrarios y oligárquicos, que se presentan ante el espectador del mundo como
ínsitamente democráticos y populares.
Y es hacia
ello que se dirige el artículo de Margolis, en el cual el autor cita el
reciente libro de William J. Dobson, también periodista, editor de la sección
de política y asuntos extranjeros de Slate. El título del libro sería algo así
como La curva de aprendizaje del Dictador: la batalla global por la democracia
desde adentro.
Como imagen periodística
muy divulgada y manoseada (aunque muy certera), teníamos a la disposición el
concepto de "democracias iliberales" acuñado por Fred Zakaria, para
referirse a los regímenes que, respetando el juego electoral, derivaban hacia
el autoritarismo, pero el título y la intención de este libro van dirigidos a
movilizar la conciencia global sobre el hecho de que se trata de nuevas
dictaduras.
El libro trata
de eso: no son las democracias las que se han debilitado, sino las dictaduras
las que se han sofisticado. Como lo dice Thomas Rid, del Wilson Center, en su
reseña de la obra: "Los dictadores modernos entienden la importancia de
mantener las apariencias: puede ser esencial aparecer como una democracia,
especialmente si el objetivo es evitar serlo". No hace falta decir que el
caso de Venezuela es uno de los estudiados en el libro, junto a Rusia, China,
Malasia, Egipto.
Las neodictaduras,
obligadas a negociar su voluntad autoritaria para cumplir con las formas de
legitimación democráticas, tienen en éstas una amenaza perenne.
En nuestro caso, el Gobierno ha intentado desprestigiar y manipular el
acto electoral para aprovechar la desconfianza así generada. Pero el problema
es que cuando necesitó blindar el sistema electoral (porque tenía en efecto una
mayoría de votantes respaldándolo), lo hizo: automatizó e hizo autónomas las
etapas del proceso. Y ahora no puede afectarlo directamente: supongo que el
sueño húmedo generalizado entre los apparatchiks sería volver a un sistema
manual de votación.
Puede, sí, afectar lo que
podríamos llamar el entorno del voto: movilizar votantes (o desmovilizarlos),
intimidar en las mesas, ocultar información en el escrutinio...
Todas son
microtácticas que por multiplicación, sin la vigilancia de la oposición,
podrían alterar el resultado. Por eso el énfasis para la defensa del voto debe
estar allí: que voten todos, que se audite la mayor cantidad de urnas posible,
que se espante la intimidación y la manipulación del votante en la mesa, que
haya testigos en todo momento y en todo lugar.
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