lunes, 6 de agosto de 2012

COLETTE CAPRILES, NO PARECERLO, SINO SERLO.

Newsweek publica en estos días un artículo de Mac Margolis que, a propósito de la turbia inclusión de Venezuela en Mercosur, rasga el velo de ignorancia cómplice que se empeña en ocultar el drama que está viviendo la democracia en Latinoamérica.
El artículo está en línea, de modo que no voy a glosarlo; el punto es que va dirigido a romper el mito (o más bien, a mostrar sus fragmentos rotos) de que aquello que los académicos llaman la "tercera ola de democratización", siguiendo la tipología de Huntington, había dejado un continente democráticamente sano.
En realidad, los evidentes retrocesos en la calidad de la democracia en nuestro vecindario habían sido inventariados en el ámbito académico incluso desde antes de que sus efectos impactaran la vida cotidiana de los ciudadanos, dando lugar entonces a una serie de discusiones sobre la definición misma de régimen democrático, que no podía satisfacerse con el criterio mínimo de la competencia electoral. 


Debe decirse que la tesis de Huntington, en relación con que ha habido tres grandes olas de democratización en el mundo, supone también que ha habido períodos de reflujo. O dicho de otro modo: que las democracias son frágiles, obviamente. Lo interesante es que lo que antes se deslizaba por los pasillos de las universidades es ahora materia de periodismo, y de desagradable actualidad: aquellos que prefieren creer que todo está bien al sur del Río Grande, que la región está mejorando sus índices de desigualdad o su flujo de inversiones, son presas de mentiras o de complicidades.
Como en la imagen del cuero seco, las primaveras árabes están enmascarando la calamitosa realidad de gobiernos latinoamericanos cada vez más abiertamente autoritarios, arbitrarios y oligárquicos, que se presentan ante el espectador del mundo como ínsitamente democráticos y populares. 

Y es hacia ello que se dirige el artículo de Margolis, en el cual el autor cita el reciente libro de William J. Dobson, también periodista, editor de la sección de política y asuntos extranjeros de Slate. El título del libro sería algo así como La curva de aprendizaje del Dictador: la batalla global por la democracia desde adentro. 

Como imagen periodística muy divulgada y manoseada (aunque muy certera), teníamos a la disposición el concepto de "democracias iliberales" acuñado por Fred Zakaria, para referirse a los regímenes que, respetando el juego electoral, derivaban hacia el autoritarismo, pero el título y la intención de este libro van dirigidos a movilizar la conciencia global sobre el hecho de que se trata de nuevas dictaduras.
El libro trata de eso: no son las democracias las que se han debilitado, sino las dictaduras las que se han sofisticado. Como lo dice Thomas Rid, del Wilson Center, en su reseña de la obra: "Los dictadores modernos entienden la importancia de mantener las apariencias: puede ser esencial aparecer como una democracia, especialmente si el objetivo es evitar serlo". No hace falta decir que el caso de Venezuela es uno de los estudiados en el libro, junto a Rusia, China, Malasia, Egipto. 

Las neodictaduras, obligadas a negociar su voluntad autoritaria para cumplir con las formas de legitimación democráticas, tienen en éstas una amenaza perenne. 

En nuestro caso, el Gobierno ha intentado desprestigiar y manipular el acto electoral para aprovechar la desconfianza así generada. Pero el problema es que cuando necesitó blindar el sistema electoral (porque tenía en efecto una mayoría de votantes respaldándolo), lo hizo: automatizó e hizo autónomas las etapas del proceso. Y ahora no puede afectarlo directamente: supongo que el sueño húmedo generalizado entre los apparatchiks sería volver a un sistema manual de votación. 

Puede, sí, afectar lo que podríamos llamar el entorno del voto: movilizar votantes (o desmovilizarlos), intimidar en las mesas, ocultar información en el escrutinio...
Todas son microtácticas que por multiplicación, sin la vigilancia de la oposición, podrían alterar el resultado. Por eso el énfasis para la defensa del voto debe estar allí: que voten todos, que se audite la mayor cantidad de urnas posible, que se espante la intimidación y la manipulación del votante en la mesa, que haya testigos en todo momento y en todo lugar.

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