Todos conocemos el cuento de La Caperucita Roja. Fue
originalmente una historia pasada por juglares de manera oral en Europa. Luego,
por allá por el lejano 1697, Perrault la puso en página y años después los
hermanos alemanes Wilhelm y Jacob Grimm escribieron una adaptación que fue
publicada en 1812, como parte de un libro titulado Cuentos de niños y del
hogar, que se convirtió en el "bestseller" de la época. La versión de
los Grimm es la que todos conocemos.
Recientemente, el cine y la televisión han vuelto a poner sus
ojos en esta historia, para versionarla de nuevo. Pasa a ser lo que seguramente
fue al comienzo, una historia intensa de pasiones y lucha de poderes en un duro
ambiente medieval, en el cual abundan las brujas, los hechiceros, los héroes,
las pasiones y los conflictos. Es, al fin y al cabo, el eterno dilema entre el
bien y el mal. Como tiene que ser, triunfa el bien y la conclusión es "y
vivieron felices por siempre jamás".
La Tacirupeca Jaro es la adaptación del cuento a la realidad
venezolana. En nuestra versión, el lobo es un bolsa del moño a la zapatilla, la
muchacha de la caperuza roja es una zafia alzada, la abuelita es una vieja
malhablada que vende favores y el leñador es un cobarde flojo, un tipo
ordinario y procaz, a quien lo que ocurra le importa menos que nada. Por
supuesto, al final triunfan los malucos, la vieja abuela pasa a mejor vida, el
leñador termina borracho en la taberna del pueblo y los buenos acaban pudriéndose
en las entrañas de un calabozo infecto.
En este momento, hay un juicio en proceso contra unos directivos
de la firma venezolana Econoinvest, acusados de no sé cuántos delitos, a cual
más estrafalario. Es un cuento de locos, en el cual la justicia brilla por su
ausencia, la lógica se fue a paseo y la cordura que debe imperar en eso que
mientan "debido proceso'' está tan escasa como en los supermercados la
leche en polvo. Nadie entiende nada. Estos acusados llevan dos años presos y en
el camino les ha ocurrido cuanto disparate sea imaginable, sin que se vea luz
al final del túnel.
Eso me recuerda cuando en reuniones familiares y de amigos me
piden que eche el cuento de La Tacirupeca Jaro. "Tri la la... Tri la la...
¡Noo, noo!... ¡", digo, mientras la gente se esmoña de la risa. "¡El
bolo, el bolo...!". Impepinablemente hay alguien nuevo en el grupo que no
entiende nada y que termina comentando: "¡Cómo ha cambia'o este
cuento!".
¿Triunfará el bien sobre el mal en esta patética y tan mal
escrita historieta del juicio a los de Econoinvest? No se pierdan los próximos
capítulos, en vivo y directo desde la Corte de Apelaciones.
Smoillobelloso@gmail.com
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