lunes, 28 de mayo de 2012

THAELMAN URGELLES, LA REVOLUCIÓN DENOMINALISTA

Si alguna excepción ha tenido el cementerio de escasez que hemos transitado en estos 13 años es en las denominaciones. Huérfanos de ideas y realizaciones de cualquier tipo, quienes gobiernan muestran sin embargo un exquisito talento para el eufemismo, la simulación, ocultación de los hechos y para la transformación de patentes realidades en sus exactos opuestos. Habilidades que tienen como instrumento principal el denominalismo, práctica mediante la cual toda realidad queda transformada con un simple cambio en el sustantivo que antes la nombraba.

Tampoco en esto es original nuestra revolución vernácula. Desde que la madre de las revoluciones publicitarias se instaló en Francia en 1789, todas estas conmociones sociopolíticas, unas más auténticas y otras francamente de pacotilla, mostraron su gusto por renombrarlo todo. El calendario de la Revolución Francesa cambió el número y los nombres de los meses y los días, entre otras “profundas” transformaciones que no duraron ni 15 años; los bolcheviques le cambiaron el nombre a todo, comenzando por el país soviético, y aunque todo eso tuvo una duración mayor, al cabo de 90 años hasta el zar está reivindicado y adorado por el pueblo ruso.

La revolución que nos azota desde 1999 ejerce profusa e intensamente su denominalismo, desde el pomposo cognomento bolivariano adjudicado a la revolución, a la República, a gobernaciones, municipios, fuerza armada, policías y a cuanto aparato estatal inventado o por inventarse. Añádase el cacofónico Poder Popular adjudicado a ministerios e institutos oficiales. Son ardides que intentan disfrazar de cambio profundo lo que es apenas una muda de piel y sobre todo ocultar la inopia de contenido que banaliza todo su discurso.

Tanta ridiculez está presidida por el cursi uso del doble género para calificar a los cargos públicos, el cual alarga y afea hasta el ridículo a la Constitución: diputados y diputadas, ministros y ministras, electoras y electores, jueces y juezas, más un interminable etcétera.Algunos “funcionarios o funcionarias”, con la presidenta del CNE como lideresa absoluta, han convertido al doble género en un magistral ejercicio del arte kitsch.

En lo que son unos maestros dignos de asombro en la re-denominación de las innumerables calamidades por ellos producidas o acentuadas. Así, los niños de calle pasaron a ser “niños de la patria”, aunque siguieran campantes en las calles, los damnificados producidos por su incompetencia son ahora “dignificados”, aunque permanezcan arrumados en la incuria de vejatorios “refugios”. Los televidentes se llaman ahora “usuarios” y los tradicionales mil bolos son ahora un solo “bolívar fuerte”, aunque permita comprar menos que aquellos.

Mas en toda la verborragia denominativa, ninguna supera en cinismo, hipocresía y perversidad a la odiosa muletilla “privados de libertad”. Toda la sinvergüenzura, maldad y picardía de quienes asaltaron nuestras instituciones para su provecho exclusivo y excluyente, se concentra con química pureza en ese bastardo eufemismo, con el cual pretenden edulcorar la condición sub-humana a la cual ellos mismos han arrojado a los 46 mil venezolanos más desvalidos. Al margen de su incorrección gramatical, que debe expresar una situación o “estar” y no una condición o “ser”.

La mostrenca disonancia adquiere ribetes arquetípicos cuando la muletilla sale de los carrillos sobre-inflamados de la ministra fosforito, toda ella un incunable de la iconografía bolivariana, reina de la bastedad, la desmesura y la intolerancia.

Con gobernantes como “estas y estos”, todos estamos “privados de libertad”.

@TUrgelles

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