Desde
Irán al Caúcaso, desde Rusia y Bielorusia, pasando por Hungría, hasta llegar a
Nicaragua y Venezuela, vemos, si no lo mismo, algo parecido: la emergencia de
autocracias electorales; es decir: gobiernos ultra autoritarios que controlando
los tres poderes del estado aplastan la libertad de prensa y ganan elecciones
apelando a todos los métodos, incluyendo los ilícitos. Razón más que suficiente
para que miles de politólogos se hayan dado un festín teórico buscando designar
con diferentes tipologías a esas democracias que usan medios dictatoriales o a
esas dictaduras que usan medios democráticos (el límite no está muy claro)
Lo
cierto es que en periodos electorales los nuevos autócratas parecen
invencibles. ¿Cómo derrotar a esos monstruos de la política moderna?
Al
usar la palabra monstruo mi primera asociación fue King Kong; la segunda fue
Godzilla. Pero, pensándolo mejor, esas figuras son más bien comparables con
dictadores de antiguo cuño: Trujillo, Somoza, Pinochet, Kim il Sung, o los
Castro. Las autocracias electorales, en cambio, se encuentran, por el sólo
hecho de realizar elecciones, en un estadio semipolítico. Por un lado, al estar
amparadas por siniestros generales conservan
rasgos típicos del gorilaje clásico. Por otro, al buscar legitimación
electoral forman parte de una especie, si no democrática, por lo menos
republicana. En fin, se trata de híbridos políticos. Son -si tuviera que
sugerir alguna analogía– los Goliaths de nuestro tiempo.
Como
el Goliath bíblico, los autócratas electorales gozan de poderes omnímodos y
están armados hasta los dientes. No obstante Goliath tenía ciertos
conocimientos políticos. Por lo menos sabía que en determinados momentos la
guerra debe asumir, al igual como hoy la política, una expresión
representativa. Goliath se erigió así como representante único del partido de
los filisteos, obligando al partido contrario, los israelíes, a erigir también
un representante único, papel que asumió ese escuálido pastorcillo llamado
David.
Debo
decir, corriendo el riesgo de recibir reprobaciones teológicas, que me siento
tentado a reivindicar en parte la figura histórica de Goliath. Pues cuando el
gigante desafió a sus enemigos lo hizo con el propósito de evitar un mayor
derramamiento de sangre. Goliath se erigió así como representante de todo un
pueblo. Y aquí ya tenemos por lo menos un elemento propio a la lucha política:
la elección de representantes.
Ciertamente,
y ahí reside el carácter no político de Goliath, su desafío lo llevó a cabo
sólo porque estaba absolutamente convencido de que nadie entre los israelíes
tenía condiciones para derrotarlo. Si hubiera tenido alguna duda, no habría
hecho ningún desafío.
Hay
entre ese pasaje bíblico y la política de nuestro tiempo, otra analogía:
Goliath concentró el poder del ejército filisteo en su propia persona,
arriesgando todo: Si era derrotado, los filisteos correrían la misma suerte que
Goliath. En otras palabras, Goliath no dejaba ninguna posibilidad para un
“goliathismo sin Goliath”.
Del
desigual enfrentamiento entre David y Goliath conocemos sus pormenores. Sin
embargo, una lectura no literal -es decir, inteligente- de la Biblia, lleva a
descubrir el enorme significado simbólico de la épica confrontación. Por de
pronto, el uso de una simple honda en contra de un gigante armado nos dice
claramente que nunca, en condición de inferioridad militar o política (en este
caso da lo mismo), hay que usar las armas del enemigo, como proponía de modo
ingenuo Saúl.
No
obstante, previo a que David enviara el piedrazo que partiría la frente (el
pensamiento) del desdichado Goliath, hay indicios que permiten afirmar que
David ya había derrotado a Goliath. Veamos:
David
aceptó el desafío, desconcertando a Goliath. Eso llevó a Goliath a decir (según
1. Samuel 17) 43: ¿“Soy yo perro para que vengas a mí con palos?” – Y maldijo a
David por sus dioses. 44: Dijo luego el
filisteo a David: Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las
bestias del campo”. A lo que David respondió, 46: ”Jehová te entregará hoy en
mi mano, y yo te venceré, y quitaré tu cabeza de ti: y daré hoy los cuerpos de
los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra: y sabrá la tierra
toda que hay Dios en Israel”.
En
breves palabras, David no se dejó insultar ni intimidar.
Extrapolando
el conflicto bíblico a la escena política –al fin y al cabo la política viene
de la guerra- es posible afirmar que para derrotar a un enemigo más poderoso
hay, en primer lugar, que aceptar el desafío. En segundo lugar hay que aceptar
la personalización del conflicto. Paso muy importante pues, observando los
procesos electorales que han tenido lugar en Bielorrusia y en Rusia, pudimos
ver como los candidatos opositores rara vez nombraban a Lukashensko o a Putin,
como si les tuvieran miedo. Por ejemplo, casi siempre en sus discursos se
referían a “este gobierno”, pero nunca al gobernante. Grave error.
Una
elección es siempre entre personas y la despersonalización de la lucha por un
contrincante lleva a su derrota segura. Eso significa: si el enemigo te
insulta, tú debes responder con firmeza. Y si te tutea, tutéalo tú también,
aunque el otro sea presidente. Lo peor que se puede hacer, tanto en la política
como en la guerra, es ignorar al adversario. Casi nadie quiere votar por un
candidato disminuido.
David
enfrentó las amenazas de Goliath. Jamás se dejó intimidar. Sin insultar,
respondió con la dureza necesaria. Mas todavía: tomó la iniciativa retórica (no
hay política sin retórica) descolocando verbalmente a Goliath. Las frases de
David, obsérvese, fueron más largas y más precisas que las de Goliath. Solo así
logró David entusiasmar a su pueblo. La honda y el piedrazo –si se toman en
cuenta las condiciones descritas- juegan en esta historia un papel altamente
secundario.
Así
fue y así será: tanto en la paz como en la guerra.
Fernando.Mires@uni-oldenburg.de
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