Quienes anhelamos participar de modo práctico en la lucha por una
Venezuela libre y justa, y nos ubicamos en el campo teórico socialdemócrata,
basamos nuestras propuestas en la
percepción de realidades concretas, tales como el cambio climático, la crisis del
capitalismo clásico y su reemplazo por modelos emergentes, el impacto de
cambios técnicos y psicosociales en el ejercicio democrático, los reacomodos de
la correlación de fuerzas estratégicas globales, el auge de neofascismos y
amenazas terroristas, y nuestro propio drama de descomposición nacional.
Esporádicamente nos llegan las voces de una élite etérea (aunque no
desinteresada) de estudiosos de teorías sociopolíticas “postmodernas” que, sin
referencia a la “cochina realidad” en que todos nos debatimos, nos reprocha
nuestra “banalidad” o “mediocridad” al basar nuestras propuestas en lo que
realmente es, y no en lo que “debería” ser. Esa izquierda intelectual etérea
quisiera que, en lugar de dar unos primeros pasos, siguiendo ejemplos
reformistas de centroizquierda que han demostrado su eficacia en otros países,
esperemos con los brazos cruzados a que ella nos suministre el modelo perfecto
(engendrado en sus cerebros por una suerte de concepción inmaculada) de un
socialismo postmoderno ideal, ibre tanto
de las lacras tiránicas del comunismo estalinista y post-estalinista como de
las debilidades claudicantes que a veces caracterizaran a la socialdemocracia
kautskiana, fabiana o bernsteiniana.
Sin embargo, tal “tercer tipo” de socialismo, desprovisto de fallas,
jamás ha existido realmente, ni podrá existir salvo como producto de un proceso
histórico de larga duración. Los únicos dos socialismos “realmente existentes”
han sido y son hasta ahora el comunismo y la socialdemocracia. El primero
fracasó históricamente cuando colapsó la Unión Soviética. El otro –el socialismo democrático o
socialdemocracia- ha tenido momentos gloriosos en las resistencias
antifascistas y anticolonialistas, y notables éxitos en la construcción de una
nueva sociedad, basada en una economía de mercado `pero orientada por los
intereses y la voluntad democrática de los mayoritarios sectores laborales,
populares y medios. En Noruega, Suecia y
otros países democráticos avanzados, construyeron Estados de Bienestar
realmente post-capitalistas con elevados niveles de igualdad y calidad de
vida. En países en vías de desarrollo,
ese modelo puede ser adaptado a las circunstancias de su etapa histórica. En ambos casos, se puede avanzar, paso a
paso, de la economía de mercado “capitalista” a una economía de mercado
esencialmente “laborista” o socialmente democrática. Creemos que no existe otro
camino. Su éxito depende de la amplitud y autenticidad de la democracia
política que lo enmarque.
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