La palabra “magistrado” conlleva en sí misma un sentido de
dignidad y decoro. El significado que de ella da el DRAE lo señala: “1. Alto
dignatario del Estado en el orden civil, hoy especialmente en la Administración
de Justicia. 2. Dignidad o empleo de juez o ministro superior. 3. Miembro de
una sala de Audiencia Territorial o Provincial, o del Tribunal Supremo de
Justicia”. Lo corrobora su origen etimológico, pues “magistrado” deriva del
latino “magistratus”, que a su vez viene
de “magister”, que significa “maestro”.
“Maestro”, por su parte, es el que enseña, no sólo conocimientos, sino también formas de comportamiento, tal
como lo precisa la primera acepción de esta palabra en el DRAE: “maestro, tra.
1. Dicho de una persona o de una obra: De mérito relevante entre las de su
clase”.
En Venezuela es tradición llamar “magistrados” a los jueces
del máximo tribunal, la antigua Corte Federal y de Casación, más tarde Corte
Suprema de Justicia, y hoy Tribunal
Supremo de Justicia.
Ser miembro del órgano supremo del Poder Judicial supone representar en su grado máximo la
dignidad de por sí implícita en la
condición de juez.
Conozco personalmente muy pocos de los actuales magistrados
de nuestro Tribunal Supremo de Justicia. Algunos, muy contados, son o han sido
mis amigos. Otros, igualmente pocos, me son meramente conocidos. A la mayoría
no los conozco y nunca los he visto.
Pero de todos ellos me pregunto hasta qué punto son verdaderamente magistrados, en el sentido
exacto de la palabra. Me lo pregunto
sobre todo cuando veo su comportamiento como integrantes del máximo órgano del Poder Judicial, un poder que en
Venezuela ha perdido totalmente una de sus condiciones intrínsecas y
definitorias, como es la de su independencia de los demás poderes, y se ha convertido
en un vulgar apéndice del presidente de la República, al cual, para colmo,
sirve para la satisfacción de sus
designios y conveniencias.
¿En tales circunstancias vale la pena ser magistrado de un
Tribunal Supremo que de eso no tiene
nada? Peor aún, ¿puede llamarse con propiedad “magistrados” a semejantes
personajes?
Debo decir, sin embargo, que, siempre a juzgar por lo que se
informa en los medios de comunicación,
hay una esclarecida excepción, en la
magistrada Blanca Rosa Mármol de León, mi antigua alumna en el Liceo
Andrés Bello, una de esas que andando el tiempo lo hacen a uno sentirse
orgulloso de haberla tenido como tal.
De los restantes, no puedo individualizar a ninguno ni en pro
ni en contra. Lo que me induce a decir
lo que aquí digo es el abominable comportamiento corporativo del TSJ, del cual, que se sepa, sólo la Dra. Mármol de
León ha sabido diferenciarse.
(Tal Cual. 17/2/12)
grealemar@cantv.net
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