Fue conmovedora la declinación a postularse como candidato del alcalde metropolitano, Antonio Ledezma.
En un momento político en el cual no privan sino la falta de principios morales, las maquinaciones, juegos sucios y puñaladas traperas, un acto de desprendimiento tan insólito como el de Ledezma no puede sino llamar a reflexión. Su generosidad y ética en aras de consolidar la unidad de la oposición es toda una cátedra de decencia política, un caso excepcional, por no decir único, entre la canallesca predominante de una clase política que no termina de deslastrarse de los malos hábitos del pasado y que condujeron a esta tragedia revolucionaria. Esas cúpulas partidistas no terminan de entender los duros momentos que nos esperan y la importancia de que el candidato de oposición esté lo suficientemente curtido y experimentado para enfrentarse a una maquinaria gubernamental inescrupulosa, donde todo vale, hasta la violencia.
En ese sentido, perdimos al candidato con mayor peso moral, coherencia ideológica, vocación de servicio público y espíritu conciliador. Antonio Ledezma representa a la oposición dura y pura, exhibe en su tarjeta de presentación la fuerza de una legitimidad sustentada desde abajo, no sólo como alcalde metropolitano que se impuso holgadamente a la maquinaria chavista y por encima de las pequeñeces de una oposición que no pudo torpedear su candidatura intentando imponer a la disidencia chavista, sino antes, como gobernador y diputado.
A Ledezma lo único que han podido endilgarle es un pasado adeco, para nada deshonroso.
Es un político que no se contaminó con las miserias del poder cuando lo ha ejercido y no le debe nada a nadie. Si tuviésemos mejor memoria y algún conocimiento de la historia, los desaciertos y errores no serían tan frecuentes, nos iría mucho mejor y podríamos esperar con mayor confianza el porvenir. Tenemos al alcance un mínimo de recuerdos recientes, de sacrificios ¿inútiles? del líder de Alianza Bravo Pueblo, enfrentado siempre a las huestes chavistas y a punto de ser linchado varias veces: junto con Andrés Velásquez también renunció a sus aspiraciones en las elecciones de 2004 para gobernadores y alcaldes, con la misma argumentación de no fracturar la unidad de la oposición; además, dio el primer ejemplo de protesta y resistencia pacífica, con una exitosa huelga de hambre frente a las puertas de la representación de la Organización de Estados Americanos, por el arrebato de sus competencias a manos de una autoridad única del Distrito Capital designada por decreto presidencial y no por votación popular.
De nuevo, Ledezma lanza hoy un mensaje inequívoco: todos los políticos no son iguales.
Desaprovechamos al más fuerte contendor de Hugo Chávez, un demócrata con proyecto de país, un todo terreno que no aparecía punteando encuestas contratadas para inhabilitar precandidatos e influir en la votación del próximo 12 de febrero. Los que somos conscientes de la deslegitimación de la política en tiempos revolucionarios no podemos sino reconocer su gesto y rendirle un sentido homenaje, aunque, al preferir pecar por exceso, los socialdemócratas perdimos el mejor candidato.
Tic tac
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